La dupla director/ actriz que conforman Paul Feig y Melissa McCarthy es una de las más exitosas del momento, de eso no queda la menor duda. Apenas en 2011 se ganaron al mundo entero con Damas en Guerra y dos años después volvieron a acaparar reflectores con Armadas y Peligrosas. Cuando se analizan ambos trabajos, podría afirmarse que su tremendo éxito radica en ser propuestas que cuentan con diversos e hilarantes discursos con los que el público femenino se identifica. Y es el caso también de su tercera película juntos, Spy: Una Espía Despistada.
Susan Cooper (McCarthy) es una simpática analista de la CIA asignada al espía Bradley Fine (Jude Law) para asesorarlo a distancia durante sus misiones. Después de que Fine falla en una operación que involucraba dar con el paradero de una bomba nuclear, Cooper voluntariamente se ofrece para ser quien encubiertamente termine con la misión.
Bajo esa premisa, la película toma cada momento oportuno para entregar situaciones y diálogos francamente cómicos, pero también se preocupa por arrojar una suerte de comentario sobre liberación femenina.
Los glamorosos espías que andan en campo son torpes, presumidos y la riegan fácilmente, mientras que las nobles mujeres de escritorio conforme avanza la cinta demuestran que son, literalmente, de armas tomar y capaces de salvar más vidas que los hombres duros del blockbuster promedio.
Claro, ello no implica que la película sea un denso y pormenorizado análisis del tema, pues lo suyo es el despliegue de secuencias de acción cómica y que cada personaje tenga su propio momento para lucirse con chispa. Pero el detalle desde luego que es de valorarse y destacarse.
Durante su primera parte, pudiera parecer que Spy: Una Espía Despistada es únicamente la comedia promedio en la que la apariencia física de una chica con sobrepeso será el motor de chistes incesantes sobre la obesidad. Sólo es cuestión de que llegue cierto momento en que Cooper se deja de indicaciones humillantes de la CIA, para que la película se transforme en un hilarante coctel de majaderías, humor físico, diálogos de risa y acción que hasta al criterio más chocante le arrancará una carcajada sincera.
Mención aparte requiere Jason Statham, quien deja de lado su habitual papel de atlético artemarcialista/ hombre de acción imparable e infinitamente badass para dar lugar a un fanfarronazo y torpe agente que funciona como una especie de burla a los personajes rudos que acostumbra interpretar. De hecho, es uno de los puntos más altos de la cinta; sus ocurrencias, actitud testaruda y lenguaje corporal son de risa loca, más si estás consciente de su historial conformado en su totalidad por cintas de acción frenética.
No nos gusta pensar en secuelas, pero McCarthy y Statham necesitan de inmediato otro vehículo de lucimiento cómico juntos.