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Por Gabriel Bucio @elgabrish

Sofía Coppola volvió a conseguir ser la excepción a la regla: “De tal palo, tal astilla”. Y desde luego no estamos exigiendo que imite a su padre pero no le vendría nada mal mostrar un poco de calidad intelectual en sus más recientes filmes. Por lo tanto, hemos decidido que a lo largo de esta reseña nos referiremos a ella como “la improbable hija de Francis Ford Coppola”.

Con la distinción de Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2008), sus películas deberían ser clasificadas dentro de un nuevo género llamado: videoclips de dos horas. Hay que admitir que su oído musical es impecable. Los soundtracks de sus cintas son increíbles y el espectador se emociona al escucharlas en escenas clave. Por ejemplo, cuando Bill Murray canta a Scarlett Johansson “More than this” de Roxy Music en un karaoke japonés; o cuando Kirsten Dunst, interpretando a María Antonieta, pasea por los jardines de Versalles con el fondo de “I don’t like it like this” de The Radio Dept., etc… Las imágenes tienen un alto grado de colorido y los vestuarios son cuidadosamente escogidos. Sin embargo, pasado el excitante momento de la canción, el contenido es tan vacío como lo que podemos encontrar a cualquier hora en MTV.

Pero hablemos de su más reciente película: Ladrones de la fama (The Bling Ring, 2013). Basada en un artículo de Vanity Fair sobre un par de jóvenes que entraban a casas de famosos para robar sus pertenencias, “la improbable hija de Francis Ford Coppola” reunió a un elenco que presume a Emma Watson y Taissa Farmiga en su alineación. Si hasta aquí se hubiese quedado, como una nota en una revista de modas, hubiera sido perfecta. Pero no. La directora neoyorquina nos presentó una historia que pretende ser divertida y crítica a la vez, pero en realidad, se hunde en la banalidad de los clichés contemporáneos: chicos aburridos que lo único que quieren es tener más dinero, salir a los bares y codearse con las celebridades para subir sus fotos a facebook. Para reírnos del glamour de plástico ya tenemos las películas de los ochenta. Y los Smashing Pumpkins nos regalaron su videos noventeros para emocionarnos con los adolescentes que hurtaban por placer. Además, la fórmula Live Fast, Die Young ha sido utilizada hasta el cansancio. Funcionó bastante con la elegante decadencia de los dandies del XIX pero estamos en el siglo XXI y en efecto, los tiempos han cambiado.

 ¿Y luego? Nada más querido lector. La película pretende criticar la futilidad social que sufre la juventud  sin meterse con los temas que realmente importan: la pérdida de una cultura religiosa en Estados Unidos, la problemática de las familias separadas, el bullying escolar. Todo eso lo pasa como por encima del hombro. Así que no pierda el tiempo viéndola. La sensación que le procurará es similar a la que siente la gente cuando regresa del gimnasio. De hecho, hemos considerado abrir una nueva sección titulada “No Culto” para homenajear a este tipo de filmes.