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Para los que compartimos la infancia, la adolescencia, o alguna parte de nuestra vida con Mason, el protagonista de Boyhood, tan sólo el ambiente sonoro de esta cinta parece ser una máquina del tiempo que nos proyecta al pasado con los más nostálgicos recuerdos. En realidad, la película entera es una especie de documental de esa época. En la pantalla grande se ve desfilar a Dragon Ball en una enorme tele noventera, así como un capítulo de Harry Potter, un gameboy, un wii y un largo etcétera de trazos de la cultura popular de la década del 2000.  

La película es íntima, introspectiva, explora la vida no sólo de un niño en crecimiento sino de todos los que lo rodean. Muchas de sus canciones son tiernas, sentimentales y nos hablan sobre la vida, como Hero de Family of the year. Nadie es perfecto. La importancia de la vida está en los pequeños momentos. La música es un elemento catalizador de recuerdos; evoca momentos vividos que no recordamos de manera especial porque parecieron ser intrascendentes cuando la verdad es que esos instantes son los que le dan forma a la experiencia humana. 

Así es la música que escuchamos en la película; no son los hits poperos de una época, más bien se trata de algunos sonidos emblemáticos del rock y de la música alternativa como Bob Dylan, Cat Power, Vampire Weekend, Wilco. También escuchamos algo de country, canciones acústicas y música del mundo. Son tonadas que sorprende escuchar de nuevo y que adornan la película con sentimientos felices. 

Por supuesto que se cuelan canciones pop como Lovegame de Lady Gaga y alguna de Leighton Meester, porque el pop es parte de la vida de todo el mundo, aunque escucharlo a veces sea una acción involuntaria. El soundrack de Boyhood es un enorme collage de 3 horas con los sonidos de una década y es ahí donde, para mi, se encuentra su valor: despertar en el espectador recuerdos vividos a partir del sonido y contribuir, junto con la historia, a hacer de lo cotidiano algo poético.

Por Daniela Rico @CinemaMovil_mx