Seleccionar página

cinema movil mad max

Han pasado ya 36 años desde que una modesta película australiana de acción concibió e impuso un por demás influyente imaginario post-apocalíptico (después saqueado y abaratado hasta la saciedad por cinematografías como la italiana, la estadounidense y hasta la mexicana), el cual fungió como punta de lanza para la producción de un delirante cine popular local durante la década de los ochenta, y encumbró a su protagonista para convertirlo en una de las celebridades más importantes del mundo; ello tal y como nos lo explicó el revelador documental Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! (Mark Hartley, 2011).

Pero, ¿cómo regresar con una cuarta parte de esta historia distópica, en la cual el Outback se convirtió en aciago y polvoriento escenario poblado por peligrosas pandillas a bordo de naves construidas de chatarra y cuyo combustible es la violencia y la locura; cuando el mundo, la industria y las reglas del género cambiaron drásticamente? ¿Cómo lograr que dicho regreso pueda ser tomado en serio considerando que la tercera parte de 1985 es más recordada por su estética glam, su tono camp y la curiosa presencia de Tina Turner, que por su aspecto netamente cinematográfico?

George Miller, responsable de la saga, sabe que la respuesta resulta clara: enseñarle a las nuevas generaciones y recordarle a las viejas, cómo se filmaba a la «antigüita.» Y no, aquí no sólo nos referimos a la manera en que se ha prescindido de la tecnología digital cada vez más impersonal, sino favoreciendo a los planos abiertos para que se aprecie en toda su magnanimidad automóviles hechos mil pedazos, cuerpos siendo arrollados inmisericordemente y herrería en llamas; al montaje que no por hiperkinético puede dejar de ser pensante y a la puesta en escena inspirada con una visión autoral.

Poco atrevido es afirmar que había transcurrido demasiado tiempo para ver un espectáculo con estas características. Estamos pues, ante una gozosa oda a la destrucción, un insólito tour de force de dos horas de duración, una amalgama entre road movie y western old school que exuda testosterona la cual es integrada prácticamente por persecuciones por parajes infernales, un apreciable collage que recupera lo mejor de la serie y lo potencializa, un verdadero fuck off plantado desvergonzadamente en el rostro de todo aquel que no creía en Mad Max.

Ahora, eso no exime que Mad Max: Furia en el Camino se mueva entre la premisa más bien básica y una estridencia no siempre bienvenida. Y mientras uno solamente confirma sus sospechas de que Tom Hardy cumple a trompicones la responsabilidad de encarnar al impasible anti-héroe, avanza la trama en la que fortuitamente coinciden Max y Furiosa (Charlize Theron, auténtica protagonista de la cinta al grado de que ya han comenzado los inevitables rumores del spin off consagrado a su figura), aliándose para transportar a una edénica tierra a un quinteto de impolutas ninfas secuestradas por un tirano conocido como Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), quien controla a placer el suministro de agua y gasolina (los elementos que se han codiciado desde la primera parte) y que utiliza a bellas mujeres para alargar su legado.

Sin duda, Mad Max: Furia en el Camino no es la obra maestra que más de un crítico prematuramente se ha aventurado en ponderar, empero sí termina siendo desde ahora el blockbuster del año.

Por Alberto Acuña Navarijo / @CinemaMovil_mx