Sui generis y siempre contradictorio hasta el ridículo. Así se podría definir en la actualidad al universo del fanta-terror mexicano. En un extremo se encuentran aquellos realizadores de extracción publicitaria que transitan entre presupuestos obscenos y parafernalia de marketing, quienes afirman cada vez que presentan ante la prensa películas como Más Negro que la Noche o Visitantes, que en el país, junto a la comedia es el terror el género más visto por el público, sentencia respaldada por algún representante del duopolio exhibidor (aunque si exceptuamos a Kilometro 31, ninguna otra ha sido ni remotamente un fenómeno de taquilla y de eso ya pasaron exactamente ocho años).
En el otro extremo se localizan aquellos directores independientes que pasan más tiempo en quejarse (que si no recibieron la beca todo auxiliadora, que si nadie los quiere, que si los vieron feo…) que en filmar su proyecto. Finalmente ¿no sus ídolos eternamente referenciados, como Romero, Hooper o Carpenter, formaron sus respectivas obras con poco dinero y viviendo al margen?
En un punto intermedio están esos cineastas que sí llegan a concretar su cinta pero que siempre anteponen que fue hecha con quinientos pesos, un celular, un foco y un sillón; en vez de hablar de su trabajo como tal, tratando de algún modo de justificar su (cuestionable) calidad e intentando que se les reconozca como héroes por tal proeza. Por lo general, ese tipo de filmes son los que festivales especializados que se llevan a cabo en pueblos mágicos, premian con reconocimientos de pacotilla y apapachan haciéndoles sentir en un oasis donde sí son relevantes.
Y en los confines de ese universo, ocho autores… perdón, ocho bárbaros, decidieron hacer cine sin reglas ni concesiones bajo sus propios medios y sin importarles el qué dirán, moviéndose entre la virulencia y la sordidez, entre la incorrección política y el sinsentido, entre lo bizarro y lo guiñolesco, entre la extravagancia y la crítica; traduciendo ese andar en una antología por demás insólita. Ocho bárbaros que ostentan no sólo ser afectos irredentos al género como tantos otros que pululan por ahí, sino que entienden y aplican a la perfección sus mecanismos y resortes.
De esta manera, identificables conjuntos habitacionales defeños, strip clubs, alejadas cabañas para parejitas vírgenes, haciendas abandonadas o turísticas zonas lacustres, se tornan en espacios de pesadilla pura en México Bárbaro. Empero, también queda claro que si bien todos son grandes directores (en cuanto a la manufactura es irreprochable) no todos son buenos guionistas, provocando que algunos segmentos padezcan el síndrome del cortus interruptus tan propios del cine mexicano (se viene al primer gag, a la primera salida fácil).
Dispareja por naturaleza en su condición de filme coral, México Bárbaro comienza con dos problemas notorios: el concepto de trasladar mitos y leyendas propios de nuestra cultura a los días salvajes, purulentos, inclementes y caóticos que corren, se queda a medio camino, no todos cumplen a cabalidad dicha idea la cual paulatinamente se torna laxa. Por otra parte, nunca se siente uniformidad alguna, un mínimo hilo conductor, un leit motiv entre cada una de las pequeñas historias que a la postre se quedan desperdigadas. Curiosamente, los primeros instantes de «Tzompantli», de Laurette Flores, cortometraje con el que abre México Bárbaro, da la impresión que este será el encargado de englobar las propuestas y allanar el camino para lo que proseguirá con esa voz en off gruesa y amenazadora que de manera epifanica dice que “el terror está aquí y ahora.»
Lamentablemente no será una voz omnipresente que vaya permeando más adelante, sino simplemente delimita un flashback para presentar al personaje principal, un inexperto periodista el cual, sumergiéndose en los bajos mundos criminales, logra contactar a un narcotraficante cuyos días están contados y que en una entrevista decide revelarle qué hay detrás de cierto secuestro a unos adolescentes en pleno antro. «Tzompantli» y su relato de narco-aztecas será recordado por su terrible miscast, su final abrupto y atropellado, su premisa chambona y su falta de violencia gráfica como se esperaría. Definitivamente no es la mejor manera para iniciar este México Bárbaro.
Sin duda, lo mejor de la antología proviene de los trabajos de Isaac Ezban («La Cosa Más Preciada»), Lex Ortega, el enfant terrible del gore y artífice del proyecto («Lo que Importa es lo de Adentro»), Gigi Saul Guerrero “La Muñeca del Terror” («Día de los Muertos») y sobre todo Ulises Guzmán («7 Veces 7»); cada uno con una visión arriesgada y desfachatada.
Por una parte Ezban no sólo se conforma con hacer un homenaje posmoderno a la serie B del videoclub más cochambroso como cualquier otro, sino que consigue presentar una mini-película repulsiva, irreverente, retorcida e hilarante… o sea, lo que todo fanático del género que se respete busca (no es casualidad que dentro de sus exhibiciones festivaleras es la que más reacciones celebratorias ha obtenido), ello retomando la máxima que dicta que en el cine de terror el sexo adolescente es el catalizador para la muerte y la locura, tendiendo así un puente con el mediometraje de culto, Cosas Feas.
Por otro lado, Gigi Saul Guerrero también rinde tributo, en este caso a la filmografía de Robert Rodríguez. De algún modo, «Día de los Muertos», segmento encargado de cerrar la cinta, es su statement: estética tex-mex, predilección por temas de rape & vengeance, uso de badass chicks, contundencia narrativa, y un muy buen tino en la elaboración de secuencias explícitas, sin amedrentarse ante nada. Desde hace tiempo estoy convencido que la también modelo pin-up tiene ya todas las herramientas para filmar su primer largometraje (no me viene a la cabeza algún otro realizador joven que lo merezca más), como deja claro con esa delirante bacanal de sangre que emprende un grupo de guapas bailarinas eróticas, cada una con cuentas pendientes por cobrar con sus clientes.
Mientras tanto, «Lo que Importa es lo de Adentro» resulta el segmento que contiene la quinta esencia del concepto que buscaba México Bárbaro con sus tradiciones orales insertadas en nuestra brutal cotidianidad, dignas de la portada de un periódico de nota roja cualquiera. En Lex Ortega tenemos al director mexicano contemporáneo que mejor ha retratado ambientes urbanos, en los cuales asesinos seriales, psicópatas o como en este caso, traficantes de órganos infantiles, están a la vuelta de la esquina, al acecho. El boogyman que Lex concibe y ubica en Tlatelolco da paso a los momentos más gore de todo el filme.
El caso de «7 Veces 7» resulta interesante ya que es el cortometraje visualmente más ambicioso y logrado. Su historia protagonizada por dos hermanos narcotraficantes convertidos en Caín y Abel del inframundo (representado en una fría zona desértica) se atreve a incluir breves pero efectivos efectos digitales, maquillajes mal vibrosos y una puesta en escena imaginativa. No cabe duda que «7 Veces 7» presume tener el guión más original de los ocho.
Como mencionaba en los primeros párrafos, es en la parte argumental donde algunos de estos bárbaros quedan mal parados. Tales son los casos de Edgar Nito («Jaral de Berrios»), Jorge Michel Grau («Muñecas») y Aarón Soto («Drena»), todos con buenas ideas en la cabeza, que se quedan solamente en eso. Más cercano a preciosista promocional turístico que muestra las bondades de los parajes guanajuatenses que a una cinta de horror, Nito nunca explota su trama fantasmal estelarizada por dos forajidos revolucionarios, uno de ellos fatalmente herido, que huyendo deciden ocultarse en una hacienda abandonada, con funestas consecuencias.
Grau no logra decidirse entre hacer una película de explotación en Xochimilco con feminicida en ristre como monstruo moderno o hacer una (forzada) denuncia a ese tipo de crímenes; el resultado no tarda en volverse predecible y chocante. Soto y su duende sediento exigente de sangre menstrual tiene, justo es decirlo, una premisa mind fucking, estrambótica, divertida y bizarra; sin embargo queda como mera ocurrencia pasada en ácido. A pesar de quedar a deber como experimento, México Bárbaro será sin duda la piedra de toque para que universo del fanta-terror local finalmente se acorte a horizontes menos explorados.
México Bárbaro en Macabro 2015: 26 Agosto (Museo Panteón de San Fernando), 28 Agosto (Cineteca Nacional).