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cinema movil hagen y yo 2La lucha de clases se ha retratado de mil y un maneras en el cine, comúnmente a través de parejas y amores imposibles que niegan a soltarse de las manos aún cuando el mundo colapsa detrás suyo. Aunque este esquema bien podría aplicarse para White God (Hagen y Yo), la cinta dirigida por Kornél Mundruczó es tan universal como certera, que lo mismo puede conmover, incomodar e incluso ofender al espectador, pero ante la que simplemente no se puede permanecer indiferente.

Lili (Zsófia Psotta), una niña de 13 años, y su perro Hagen, tienen que quedarse con su padre Dániel (Sándor Zsótér) mientras su madre viaja a Australia. Sin embargo, Hagen no será bien recibido en su nuevo hogar y Lili será obligada a abandonarle. A partir de aquí, tanto ella como Hagen intentarán encontrarse y salvarse mutuamente.

¿Qué relación más legítima puede existir que una niña y su perro? Sin intereses de por medio ni vicios de costo-beneficio, sólo un par que deambula por las calles de Hungría viendo la vida pasar. ¡Y vaya quiebre de espíritu el que supone su forzada separación! Olvidemos el romance hombre-mujer; aquí hablamos de una infante que se despide de su condición, forzada al aburrido mundo de la adultez, y de las responsabilidades que supone pensar en el futuro y no en el aquí y ahora.

A la par, tenemos la figura de Hagen y todo lo que conlleva; el perro ha sido un semblante de lealtad, pero también de rebeldía en esa Europa carcomida por adaptarse (al igual que la niña) a un modo de vida muy ajeno al que estaban habituados. El canino también pareciera ser un homenaje a Lukánikos, el temerario peludo que corría entre manguerazos y humo durante las revueltas griegas, que se convirtió en un símbolo de la lucha contra la austeridad en aquél país.

Hagen, además, también es forzado de la manera más cruel que el intelecto humano pueda concebir a asumir otro rol, con los intereses de distintos amos-patrones que extraen todo vestigio de emoción y empatía que sea capaz de sentir. Es brutal la evolución lograda en este personaje, junto a toda la jauría que involuntariamente recluta para reclamar una condición que les fue arrebatada: la de seres libres.

Las similitudes no terminan ahí. Es inevitable que las reminiscencias de la invasión nacional-socialista germánica hagan eco en las secuencias donde vemos el rechazo de una clase dominante ante un animal por el inevitable hecho de no pertenecer a una casta, lo que le llevará, mediante la separación de su compañera, al mundo de esos otros de su misma condición, que viven huyendo, comiendo de los basureros y perseguidos para ser llevados (encarcelados) a centros de adopción que se asemejan descarada y acertadamente a los campos de concentración donde miles de judíos fueron reducidos a cenizas.

Por ello, es que ver a cientos de perros correr por las calles del país europeo sin rumbo, destrozando todo rastro humano a su paso, es épico. El director no escatimó en recursos ni en métodos. Tomó a 274 perros mestizos y los soltó sin más en la urbe húngara,  dejó que su espíritu fluyera como el agua y que se apoderaran de una cinta que en algunos momentos deja de ser de Mundruczó.

Muchos elementos salen a relucir a gritos, como el realismo mágico presente en escenas donde los caninos son los protagonistas por varios minutos, en diálogos carentes de lenguaje humano; decir que ellos actúan sería poco. Es una personalidad propia la que habla a través de la mirada e interacción entre ellos mismos, momentos silentes de un realismo impresionante.

Kornél Mundruczó logra un filme que desde la superficie permea en la sensibilidad del espectador, y en las profundidades irremediablemente genera una empatía que no puede tener una mejor conclusión. Con la «Rapsodia Húngara No. 2» resonando en la consciencia de los personajes – y la nuestra -, que también es una magnífica referencia a elementos de la infancia, el director húngaro captura momentos y los «calienta» como si se tratase de una granada, para dejarlos ir y que exploten en nuestro interior.

Aquí un servidor debería de incluir la advertencia de «no apta para gente sensible», pero ¿por qué evitar eventos de esta magnitud? Sería continuar con la misma postura pasiva de pasar a un lado de nuestra realidad, donde se excluye por los motivos más absurdos a las minorías y sólo estamos «nosotros» y «los demás», y no somos «todos», así, en conjunto.

Magnífica, subversiva a un extremo fantástico y fatalmente conmovedora, perderse White God sería un error del que podrían lamentarse.

En Cartelera: Miércoles 16 Septiembre 2015: Cinépolis, Cinemex.