No cabe duda que dentro del medio centenar de títulos que ofreció este año el festival Feratum, aquel que mayor curiosidad provocó fue su película inaugural. El motivo saltaba rápidamente a la vista: venía firmada por el realizador Juan Antonio de la Riva. Cierto, desde el comienzo de su filmografía, el director se ha caracterizado por desbordar una cinefilia popular que parece de otra época, la cual resulta entrañable con ese par de románticos proyeccionistas itinerantes que recorren la sierra duranguense en Vidas Errantes, y la genial reelaboración del clásico chili western El Sabor de la Venganza en Érase una Vez en Durango con todo y sentido homenaje final a Jorge Luke.
Durante los años noventa, de la Riva no se arredró a filmar cintas netamente por encargo al servicio de artistas con arrastre comercial (¡Yuri o Muñecos de Papel!). Empero, difícilmente se hubiera pensado que su nuevo trabajo, Ladronas de Almas, incluiría muertos vivientes, un trío de jóvenes mujeres en apariencia vulnerables con un violento secreto, haciendas decadentes, un cuantioso tesoro y la guerra de independencia en su ebullición como marco.
Ahora bien, pasada la simple sorpresa, ¿qué ofrece realmente el filme anteriormente conocido como Malditos Insurgentes? Una afortunada mixtura entre relato de horror y el drama costumbrista que domina a la perfección de la Riva, en la cual el guión de Christopher Luna evita a toda costa el error que cometió toda una generación de escritores oportunistas que publicaron su cuento o novela fácilmente desechable en medio del furor zombie: querer apropiarse con poca imaginación del personaje únicamente a base de la tropicalización, y en su lugar crea su propia mitología tal como lo hubiera querido hacer más de un autor en México Bárbaro.
Aunque también ese mismo guión está plagado de diálogos acartonados, artificiales, poco convincentes, más cercanos a la telenovela de época, los cuales le restan impacto a los momentos reveladores y climáticos. El diseño de arte naïf, la fotografía fascinada por los planos abiertos, la música inoportuna y hasta su cartel promocional, reafirman esa impresión. Uno sólo espera que en los créditos aparezca «Carla Estrada presenta.»
La premisa es sencilla: en busca de oro para seguir financiando la guerra, un grupo perteneciente al ejército realista, pero haciéndose pasar por insurgentes, llega a una remota hacienda cuyos dueños es una familia caída en desgracia (madre asesinada, hija mayor secuestrada, padre condenado a una silla de ruedas, hija menor sin poder recobrar el habla tras estos hechos). Y es aquí donde la acción se trastoca para bien, con personajes femeninos empoderados, poco usuales en nuestra cinematografía (interpretados por Sofía Sisniega, Natasha Dupeyrón y Claudine Sosa) convertidas en la verdadera amenaza, lo cual da pie a secuencias con los consabidos excesos gore que tal vez no le diga mucho a los afectos al género, pero que sí resultan efectivas en una historia de cazadores cazados.
Este primer acercamiento de Juan Antonio de la Riva al cine de género entusiasma y provoca que su participación en Aztech, una nueva antología conformada por trece segmentos que se moverán entre la ciencia ficción y el terror, se antoje de lo más anticipado para el siguiente año.