Siempre que regresaba a mi primaria, ya como adulto, me abrumaba re encontrarme con un espacio que en mi memoria permanecía adornado de una grandeza (dimensional y emocional) que nunca tuvo en realidad. Los recuerdos son engañosos y muchas veces hacen regresar al pasado con una ornamenta que, en la realidad, nunca poseían. Pero de ahí la magia de la memoria.
Es esta idea la primera que me vino a la mente con el nuevo trabajo del francés Arnaud Desplechin (Un conte de Noël, Rois et reine) quien, a manera de secuela a la noventera Comment je me suis disputé…(Ma vie sexuelle), con Trois Souvenirs de ma Jeunesse (o My Golden Days en inglés) regresa veinte años después al personaje de Paul Dédalus (el genial Mathieu Amalric) cuando éste decide volver a París después de años como médico en Tajikistan.
Contada desde los recuerdos de Paul (Amalric) durante una conversación y narrada de forma episódica, permitiéndole al director ir y venir entre líneas temporales, Trois Souvenirs de ma Jeunesse tiene como característica principal no exigirle al público conocer la historia previa del personaje principal para aún así involucrarse en los idílicos recuerdos de su no tan agraciada juventud. Es así que Desplechin cuenta la historia a través de flashbacks y anécdotas que van desde un radical viaje a la Unión Soviética (donde la identidad de Paul es intercambiada con la de un joven necesitado de exilio) hasta ese amor que marcó su pasado y – aún a la distancia – su presente.
Cuando Desplechin viaja al pasado de Paul (interpretado de joven por el novel y Quentin Dolmaire) la película es un deleite visual que, con su fabulosa recreación de la Europa del pasado que recuerda películas como The Dreamers y un grupo de jóvenes y talentosos actores (de entre los que destaca una sensacional Lou Roy-Lecollinet como la complicada y encantadora Esther, tormentosa pareja de Paul), no tarda en evocarnos al romanticismo con el que el protagonista recuerda su pasado de borracheras y romances juveniles.
Así, intencional y efectivamente, Desplechin hace contrastar el idealizado pasado de su protagonista (exacerbado con un genial soundtrack y situaciones que, aunque huelen a cliché nunca afectan la película) con su acomodado y ya nada emocionante presente en el cargo público que lo lleva de vuelta a su natal Francia y a un amargo re encuentro con figuras de su pasado. Demuestra que aunque los recuerdos ronden nuestra memoria con el encanto de «lo que fue» (o lo que pudo haber sido), la realidad siempre es un elemento más sombrío en nuestras complejas vidas, aunque también se trate aquel elemento que, en contraste, hace del pasado un lugar mejor.