Tenía unos 6 o 7 años, a principios de los noventa, cuando el cine de acción para “toda la familia” empezaba a impregnar su hedor en la maquinaria de Hollywood. Mis idolos de aquellos años eran tres personajes bien definidos: Batman, a quien veía en la serie de televisión de los sesenta y en historietas; el Santo, el Enmascarado de Plata, quien aparecía los sábados en las mañanas en mi televisor, enfrentando a toda clase de seres sobrenaturales. A diferencia de Batman, el Santo había escrito sus proezas arriba de un ring; las psicotronicas imágenes de su capa ondeando en escenarios de México dejaron una inconfundible huella en mi joven mente.
Sin embargo, había una figura que se elevaba aún por encima del hombre murciélago y del heroe del pancrasio. Era un experto en artes marciales de origen chino. Como el Santo, era ya una leyenda y me costaba trabajo concebir que un hombre como él hubiese dejado el mundo terrenal. En pantalla se veía lleno de vida, como el autentico súper hombre. Sus movimientos, golpes, patadas y mirada letal decían más que mil palabras. Ese hombre era Bruce Lee, conocerlo inició mi conexión con el mundo del cine. Probablemente no estaría escribiendo estas lineas de no haber sido así.
Mi cuarto estaba tapizado con la imagen de la estrella de Enter the Dragon, por supuesto busqué asiduamente entrar en clases de kung fu. Mi constancia no fue la debida: quería ser como Bruce pero era un sueño imposible. Nadie podía ser como Bruce, sin importar cuantos clones habían surgido luego de su partida… sólo existió un dragón. Después conocí al hombre tras el mito, el filosofo y pensador; su mensaje de como imitar a los demás era un error, algo que también procuré grabar en mi mente.
Hace 75 años nació este ícono de la cultura popular del siglo veinte. Hablar de él en tiempo pretérito siempre será una especie de incongruencia, por que la figura del dragón con aullidos de felino sigue viviendo. Su imagen se mantiene a través del tiempo y, aún con una filmografía escasa, el poder de esas escenas han influenciado a gran cantidad de personas, desde actores, músicos, hasta peleadores de artes marciales mixtas (el deporte más demandante de la actualidad). Bruce había previsto ese futuro, por algo varios lo consideran el padre espiritual de dicho deporte.
Podría llenar este texto con datos y trivia, desde el acercamiento del estudio de los hermanos Shaw, pasando por anécdotas tan variadas como la afición de Lee por el chachacha. Hablar de su misteriosa muerte es un tema morboso, explotado hasta el cansancio. También está el cine de bruceploitation, el cual cobró auge en el resto de la década que lo vio partir. Éste produjo indescriptibles demencias cinematográficas como The Dragon Lives Again, largometraje de 1977 donde el fallecido Bruce llega al inframundo para toparse con personajes como James Bond, Zatoichi, el Hombre sin Nombre, el Padrino, Popeye, entre otros.
Sin embargo, toda esta información no termina de revelar lo que ha hecho de Bruce Lee un emblema indiscutible que ha trascendido generaciones. No era un actor tal cual, era una presencia, la cual emanaba por cada poro y en cada fotograma que captaba sus movimientos. Lee logró introducir a la memoria colectiva de occidente el gusto por el cine de artes marciales, por una considerable temporada. Si bien este género produciría cintas más sofisticadas y pulidas en años posteriores, las obras fílmicas de Lee siguen marcando un antes y después.
Bruce tampoco era un tipo que sólo sabía tirar golpes; detrás de cada uno de sus ataques había una verdadera filosofía de vida, no frívola como la que adorna tantos muros de Facebook en la actualidad. Esta necesidad de Bruce por entender la existencia y sacar su máximo potencial, fue la base de su trascendencia. Toda forma de conocimiento debe llevarnos a conocernos mejor a nosotros mismos y lograr que nos expresemos de forma genuina. Esta cualidad en particular lo distinguió de otros actores y estrellas de cine.
La llave para la inmortalidad es vivir una vida que valga la pena ser recordada y eso fue lo que forjó cada paso del hombre del icónico traje amarillo. El hombre que tras un antifaz verde comandaba más respeto y admiración que el héroe de la serie de televisión que llevaba su nombre. Las proezas físicas pueden llamar mucho la atención, pero es la calidad humana de una persona lo que hace que su recuerdo perdure. Calidad que Bruce poseía con creces.
Todo mundo hace chistes de Chuck Norris, oponente del dragón en The Way of the Dragon. Nadie hace chistes de Bruce, simplemente porque Bruce Lee no es ningún chiste.