Relatar la juventud y vejez de uno o varios personajes en el cine tiene grandes riesgos, dado a que se tratan de varias décadas que deben resumirse puntualmente en un par de horas, y cuyos momentos deben ser lo suficientemente significativos para que lo narrado a modo causa-consecuencia (cuando es el caso) no se torne tedioso. En el caso de Las Montañas Deben Partir, si pudiéramos ejemplificarlo con una montaña rusa, sería un viaje que comienza desde que nos aburrimos en la fila para subir al carrito, y ya a bordo emprendemos un viaje de una sola subida y bajada, a una velocidad moderada pero que nos da tiempo de contemplar el paisaje a nuestro alrededor.
Casi llegado el nuevo milenio en 1999, Zhang y Liangzi son dos amigos que cortejan simultáneamente a Tao. Entre fuegos artificiales y coreografías de baile, este triángulo amoroso adolescente, rozando la adultez, Tao tendrá que elegir entre alguno de los dos, denotando paralelamente una noción del amor que cambia durante las dos siguientes décadas, pasando de la ilusión del amor al amor verdadero, y posteriormente al amor de familia, en momentos de gran trascendencia en sus vidas en 1999, 2004 y 2025.
El director Jia Zhang-ke pone en la mesa el tema del libre albedrío, de cómo las elecciones que hacemos en un punto de nuestras vidas afectarán el resto no por destino, sino por nosotros mismos, en un interesante ejercicio que durante sus poco más de dos horas puede percibirse tedioso en primera instancia, pero con el que sin duda es fácil empatizar si se tiene la paciencia por su puntualidad al contar qué es de cada personaje, y la gran sutileza con la que lo hace.
Por otra parte, tenemos la evolución del entorno, donde también pueden englobarse temas como la acelerada globalización de la que gozan ciertas metrópolis alrededor del mundo, y la confrontación con los pequeños poblados de la clase trabajadora a los que la promesa de la modernidad pareciera nunca querer llegar. Para algunos el tiempo es una bendición, mientras para otros es una sentencia de muerte.
El enfoque lo es todo, y en esta cinta en particular la importancia desde dónde el espectador quiera abordar el filme es crucial; puede hacerse desde el plano adolescente, siguiendo la sentencia paternal que escuchamos frecuentemente cuando somos jóvenes: «tienes toda la vida por delante»; también puede ser como adulto, haciendo una revisión de qué decisiones has tomado, y cuáles aún están en tus manos; como una persona de gran edad, puede jugar un papel condenatorio mientras que para los más jóvenes, casi pubertos, siempre vale la pena ponerse a pensar qué pasaron nuestros padres para que pudiéramos estar aquí y ahora.
Con una historia cotidiana que sólo adquiere peso al paso de los años, una fotografía maravillosa y una confrontación de entornos brutal, a Las Montañas Deben Partir hay que tenerle paciencia, pero ojo, esto no va como amenaza sino como instructivo, y aunque quizá el fallo para algunos esté en el absurdo en el que cae en ciertos momentos, el desarrollo y la conclusión puede satisfacer o no, dependiendo de en qué momento de nuestras vidas nos encontremos.
Las Montañas Deben Partir se presenta como parte de la 59 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.