La tercera película de Cary Fukunaga se sitúa en un país ficticio de África Occidental que se encuentra en guerra. Fukunaga juega con nuestros sentimientos con una historia densa, triste, conmovedora, y un protagonista joven en una situación que para cualquier persona sería traumática.
La trama es sobre las experiencias de Agu (Abraham Attah), un niño africano que sobrevive un ataque del ejército en donde mueren todos los hombres de su familia, provocando además que su madre huya de su aldea. Debido a esta tragedia el niño termina siendo reclutado por un grupo de milicianos comandados por un cruel hombre que se hace llamar “El Comandante” (Idris Elba). Ahora Agu tendrá que dejar atrás su inocencia para volverse un asesino a sangre fría.
Con excepción de Elba, Fukunaga dirige actores no profesionales y, al igual que en Sin Nombre, demuestra un ojo privilegiado para encontrar nuevo talento. Su protagonista Abraham Attah es impresionante a pesar de su corta edad y, junto a Elba, le inyectan alma al proyecto.
La fotografía corre a cargo del mismo Fukunaga, mostrando postales bellas y desgarradoras cuando lo tiene que hacer. La dirección es perfecta, poderosa, con mano firme y sin concesiones; todos los encuadres y minutos del metraje están claramente calculados, desgraciadamente en el rubro del guión (el cual también es de él) la historia pierde un poco de fuerza tras la primera mitad, en gran parte es debido a que esta hora arrasa sin piedad al espectador.
Estamos ante un drama desgarrador, duro, que toca un tema polémico y muy deprimente y aún así recompensa al público. Es una de las mejores películas del año y debe figurar en la temporada de premios.