No se equivoquen amigos. Esos majestuosos parajes a los que Alejandro G. Iñárritu y Emmanuel Lubezki nos convocan con entusiasmo son una mera treta para someternos (y lo digo en el buen sentido de la palabra) a uno de los viajes cinematográficos emocionales más enérgicos y demandantes de los últimos años.
The Revenant (El Renacido) es el trabajo subsecuente del laureado realizador mexicano después de haber conquistado la temporada de premios el año pasado con Birdman (mi cinta favorita de Iñárritu hasta ahora); y no podría haber elegido un asunto tan más distinto (aunque evidentemente encontramos sus analogías características del director) al de esa alegoría teatral estelarizada por un talentoso ensamble actoral.
The Revenant está basada en la novela de Michael Punke, inspirada en los acontecimientos verdaderos sucedidos a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), hombre atacado en 1823 por un oso Grizzly – en medio de la tundra de Dakota del Sur – y abandonado por sus compañeros de viaje. Glass se restablece con el principal objetivo de cobrar venganza.
Por ende, esta cinta se acerca más a los géneros de acción y western que a esos retratos especulativos repletos de ideas que han caracterizado la filmografía de Iñárritu. Aquí radica lo interesante: con una aprensiva mirada, el director reproduce las escenas de la odisea de Glass incitando al espectador a acompañarlo en sus penalidades, digamos que la audiencia juega el rol de un testigo próximo ante el dolor del protagonista.
Iñárritu sometió a su elenco y crew a circunstancias extremas similares a las que se suceden en el relato, con la finalidad de transmitir esa particular sensibilidad. Tenemos noticias: el realizador lo logra. Los fastuosos paisajes naturales (exquisitamente fotografiados con luz natural por Lubezki) son el marco de esta fábula que describe la conquista del carácter humano frente a una serie de fatalidades.
¿Violenta? ¿Cruda? Por supuesto, pero en esta ocasión está justificado (nada que ver con el morbo gratuito de The Hateful Eight) por lo que esa escrupulosa puesta en escena – sujeta a críticas por la peculiar metodología de Iñárritu – tiene todo el sentido en esta coyuntura. La sugestiva banda sonora de Ryiuchi Sakamoto y esas imágenes de resistencia del personaje de Glass completamente solo en medio de la belleza frondosidad nevada (¡vaya paradoja!), tendrán una resonancia particular en el espectador. De lo mejor que encontraremos esta temporada en cartelera.