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¿Por qué insistir que el 2015 fue, para el cine mexicano, un año olvidable? Porque se caracterizó por infecundos documentales (lo mismo de cantantes transexuales que de ex-sicarios alcoholicos sobreviviendo en Tijuana); estériles provocaciones protagonizadas por la alta clase social, videos amateurs con inauténtico compromiso político, y fatigoso cuan predecible minimalismo que sigue siendo enaltecido de forma obscena por catálogos festivaleros.

10) Made in Bangkok (Flavio Florencio)

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Uno de los problemas comunes del más moderno documental mexicano reside en que los directores consideran caprichosamente que su personaje retratado es excepcional simplemente por el hecho de aparecer a cuadro, pero sin poderlo justificar narrativa ni dramáticamente. Aquí un ejemplo: tenemos a Morgana Love mezzosoprano transexual que viaja a la capital tailandesa para participar en un concurso de belleza trans cuyo cuantioso premio le podrá ayudar a pagar la ansiada operación de reasignación de sexo. Pero el director está tan convencido que eso es suficiente para crear empatía con esta mujer que únicamente tiene como arma cantar “Bésame Mucho”, que el documental se convierte en un making off del citado concurso. Pero, ¿quién es en realidad Morgana? ¿Por qué deberíamos de interesarnos en ella? Nunca lo sabremos.

9) Eco en la Montaña (Nicolás Echeverría)

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Aquí otro ejemplo al mismo caso: tenemos a Santos Motoapohua de la Torre, el artista huichol autor del mural que el zedillato donó al gobierno de Jacques Chirac en 1998 que se localiza en la estación Palais Royal del metro parisino, y a cuya inauguración irónicamente no fue invitado. ¿Por qué ha permanecido en el anonimato? ¿En qué consiste su obra? ¿Cuál es su trascendencia? Tampoco lo sabremos, no sólo porque ese episodio de su vida se explica en los primeros cinco minutos del filme con material de archivo, sino porque el resto se concentra en hablar de Wirikuta y darle seguimiento fatigosamente a ceremonias de origen huichol.

8) Los Muertos (Santiago Mohar Volkow) y 7) Me Quedo Contigo (Artemio Narro)

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Double feature de cintas protagonizadas por vulgares, decadentes, vacuos y elitistas grupos de jóvenes pertenecientes a una clase social privilegiada cuyas andanzas llenas de sexo promiscuo, drogas y fiesta eterna, se yuxtaponen a una realidad brutal y lacerante, ello en relatos directos, aunque no por ello logrados.

Los Muertos, segundo largometraje de Santiago Mohar Volkow, es la crónica de una serie de bacanales por las que transitan en un fin de semana más, un quinteto de mirreyes y lobukis conducidos por el ocio y el hedonismo mientras que desprecian de forma recalcitrante el permanecer en un país como este (¿o el título hace alusión a los cadáveres abandonados que el grupo encuentra dentro de un automóvil en un paraje en medio de la nada?). Estamos ante un retrato que en vez de ser incisivo y ácido, es asustadizo y paulatinamente hasta aleccionador.

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Por su parte Me Quedo Contigo, ópera prima de Artemio Narro (descrita por éste como Funny Games meet Clueless), es una típica provocación cínica como estéril en torno a cómo el imaginario colectivo concibe, de forma cuasi fetichista, a la mujer en las relaciones de poder, el sexo y la violencia; queriendo subvertir las claves del rape & vengeance, pero que al final de cuentas de forma mojigata no se atreve a llevar hasta sus últimas consecuencias el aspecto gráfico que envalentonadamente propone al comienzo.

6) La Tirisia (Jorge Pérez Solano, México)

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El cine mexicano insistió un año más en historias protagonizadas por personajes solitarios, deprimidos y que deambulan en círculos, como ocurre con las dos mujeres de La Tirisia, embarazadas del mismo hombre, quienes desean escapar del pequeño y miserable pueblo donde viven dentro de la mixteca poblana, donde sólo hay salinas, cactus y pitayas, pero cuya tristeza infinita no se los permite. Ustedes ya saben en qué puede terminar una premisa así.

5) Un Día en Ayotzinapa 43 (Rafael Rangel)

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A tan sólo 30 días de los hechos por todos ya conocidos ocurridos en Iguala, el director Rafael Rangel y su fotógrafo viajaron impulsivamente a Ayotzinapa. ¿Cuál fue el resultado de aquel viaje? Un bien intencionado video casero digno de YouTube aspirando a ser un documental de gran aliento cuya premura provoca que carezca de la mínima disciplina, hondura, investigación y preparación, ya no se diga de una construcción narrativa a la altura de las circunstancias. Un video rascuache, artero, y por demás tramposo que se beneficia de su contexto y de un público que ya se encuentra predispuesto a gritar “¡Pinche Peña Nieto!” en la sala. Queda pendiente pues, un documental definitivo, en el que el fondo sustituya a la simple urgencia de filmar.

4) Malaventura (Carlos Rincones)

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¿Puede existir algo peor que los videos de graduación que hacen los alumnos del Instituto Cumbres? Sí, esta mediocre comedia protagonizada por un cuarteto de antipáticos mirreyes homosexuales de closet, la cual presume una ingenuidad sorprendente al suponer que únicamente recolectando de las redes sociales modismos, conductas y clichés clasistas se podrá construir una trama entretenida y rocambolesca soñándose After Hours, en torno a una fiesta a la cual los personajes nunca llegarán por una serie de vericuetos. Cuánto daño han hecho que los videos de las ladies y los gentleman se hayan viralizado.

3) Los Jefes (Chiva)

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El debut en cine de Cártel de Santa tenía todo para ser una narco-película decente: el barrio peligroso con 30 muertos diarios y niños usando Uzis, la radiografía del narcomenudeo, las rimas y los beats del grupo como un narrador alternativo, el clásico regiomontano de futbol escuchándose en la radio… pero terminó siendo una de las películas más aburridas del año, con dos juniors paseando durante más de media hora en su camioneta por las laberínticas calles de Santa Catarina, en busca de un poco de mota. Y por cierto, ¿dónde quedaron las teiboleras del video de “El Ratón y el Queso”, caray?

2) El Regreso del Muerto (Gustavo Gamou)

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O también conocida como Navajazo 2: El Regreso de la Porno Miseria Chic. Nuevamente estamos en la post-apocalíptica Tijuana. No hay una galería abyecta de piltrafas humanas (junkies, prostitutas, deportados vueltos al cristianismo, indigentes adictos a la violencia), ni secuencias shock (felaciones en primer plano, teporochos rompiéndose el rostro a puñetazo limpio) como en su antecesora espiritual; pero sí un ex-sicario física y moralmente derrotado, balbuciente y perpetuamente alcoholizado que fingió su muerte para escapar del crimen organizado, cargando culpas y recuerdos, cuya imagen se quiere insistentemente idealizar como entrañable, aunque siempre quede la rara sensación que el director lo encontró azarosamente, sin tener un discurso ético ni estético que lo respalde.

1) La Maldad (Joshua Gil)

cinema movil la maldad

¡Basta ya que los catálogos festivaleros se empeñen en utilizar la hermenéutica para analizar alguna secuencia donde un hombre lava un comal, y asignarle una nueva lectura que no por emplear una prosa llena de florituras, deja de ser totalmente disparatada e impostada! ¡Basta ya que los programadores quieran encontrar nuevos maestros dónde no los hay!

Porque La Maldad sigue al pie de la letra las reglas de la más previsible y ya gastada docuficción: un campesino envejecido de habla difusa y aquejado de cáncer el cual ha hecho ya mella en su anatomía (interpretado faltaba más por el abuelo paterno del director) ve transcurrir su mundana existencia en medio de la inabarcable naturaleza donde el tiempo se dilata (parajes neblinosos, cielos nocturnos con amenazantes relámpagos), mientras que sueña viajar a la Ciudad de México para conseguir el financiamiento para filmar un guión que escribió años atrás acerca de una traición amorosa. Peor aún, La Maldad termina con una secuencia caprichosa donde las haya, situada en un Zócalo convulsionado en el último 15 de septiembre del calderonismo, y la cual evidentemente se percibe como una decisión para ostentar un cuestionable y barato compromiso político.