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Fiel a la tradición, el videohome ha sabido explotar a través de los años la figura y mitología de Joaquín “El Chapo” Guzmán con resultados variopintos, ya sea en la famosa tercia de filmes relacionados con sus dos fugas de prisión, en las decenas de cintas inscritas en el neo narco-cine que directa o indirectamente hacen referencia al Cartel de Sinaloa o bien, en aquellas otras tantas en torno a personajes fuertemente ligados a dicha organización criminal, como “El Mayo Zambada”, “El Ondeado” o “El Chino Ántrax”.

Empero, tal y como dicta otra tradición arraigada, más allá de sus característicos títulos floridos, las portadas estridentes y los célebres corridos que acompañan estas historias de contrabando y traición con un dejo de realidad; este abultado conjunto de películas per se no merecen ser abordadas de otra manera que no sea mediante la ironía o la sorna, siendo rebajadas a simple curiosidad de puesto pirata. ¿Importa siquiera tomarse la molestia de verlas para detectar sus cualidades y criticar sus defectos desde el aspecto formal? Al parecer no es necesario.

Así saltamos a Capo: El Escape del Siglo (originalmente titulada Chapo: El Escape del Siglo), el nuevo intento por parte del legendario y prolífico productor videohomero Felipe Pérez Arroyo de transferir el espíritu del cine popular a las salas, casi 12 años después del violento thriller de vena tarantiniana Gente Común (Ignacio Rinza, 2004), con su intrincada red de venganzas, que involucraba a mafiosos coreanos, desbocadas femme fatales y asesinos a sueldo moralmente ambiguos de ascendencia manga-nipona; ello bajo su efímero sello La Raza Dorada. Así pues, antes de caer en un oxímoron, no, no escribiremos acerca de un videohome.

Entre morbo, polémica, especulaciones y nuevas lecturas que se han ido acumulando a través de los días, Capo: El Escape del Siglo inesperada y paradójicamente relega al “Chapo” a segundo plano, y en su lugar como verdadero anti-héroe glorificado se decide revivir a “El Cochiloco” (personaje que ya había merecido su propia saga que lo idealizaba titulada El Otro Cochiloco, también producida por Felipe Pérez Arroyo y en ambas ocasiones interpretado por Horacio Castelo), creando así un crossover que se antoja imposible.

De esta manera, la ópera prima de Axel Uriegas se convierte finalmente en una atropellada argumentación de cierta tesis sobre la privatización de la cocaína que desea instaurar el gobierno estadounidense, y a su vez una insólita congestión de fatigosas conversaciones circulares que sostienen entre si políticos mexicanos, corruptos agentes de la DEA, un par de colombianos quienes más que narcotraficantes de gran envergadura parecen reggaetoneros, y el mafioso renacido, quien se atreve a añorar aquella época en la que los carteles actuaban regidos bajo códigos de honor; sintiéndose en alguno de Los Diez Mandamientos del Narco (una producción más de Pérez Arroyo, como si de algún modo se quisiera conectar todo su universo fílmico de golpe).

Lo sorprendente del caso no sólo es el miscast desvergonzado (José Sefami como Osorio Chong haciendo su auto-paródica entrada triunfal conduciendo un automóvil deportivo acompañado por dos escorts de lujo; Armando Hernández siempre apareciendo en penumbras para que supuestamente nadie sospeche que encarna a Enrique Peña Nieto; Kristoff Raczynski olvidándose a partir de la segunda secuencia que está interpretando a un gringo); sino el rudimentario y perezoso lenguaje que se optó emplear, el cual se reduce a encuadres cerrados y planos-contraplanos ad nauseam, lo mismo en oficinas, salas o azoteas, situación que sólo en escasos momentos se rompe con esos top shots al rancho del “Chapo” o la pesimamente montada secuencia de acción en la recta final.

Resulta inevitable preguntarse terminando de ver la película, ¿dónde está Kate Del Castillo cuando se le necesita?

En Cartelera: Viernes 15 Enero 2016: Cinépolis, Cinemex