Hacia el final de los noventa, Ben Stiller era sin duda uno de los actores más cotizados y taquilleros de Hollywood. Su tolerancia al ridículo y gran capacidad por hacernos sentir pena ajena se convirtieron en la moneda de cambio que lo llevó a protagonizar éxitos comerciales, al mismo tiempo que trabajos multi premiados y aclamados por la crítica. Estos factores operaron a su favor para que en 2001 y bajo su dirección, Derek Zoolander (el propio Stiller en un personaje creado para The Ben Stiller Show, circa 1992) encontrara cabida en la pantalla grande, con una película que ha alcanzado un culto considerable. El éxito de Zoolander, comedia sobre el modelo masculino menos dotado intelectualmente de la historia y su rivalidad con el malvado Jacobim Mugatu (Will Ferrell), siempre mantuvo viva la especulación y las intenciones de Stiller por una secuela, que tardó 15 años en realizarse.
Ha pasado el tiempo y la vida de Derek cambió. Su hijo le fue arrebatado y su esposa ha muerto tras el colapso de su “centro para niños que no pueden leer bien y quieren aprender a hacer otras cosas bien también”, producto de una negligencia que llevó a que éste fuese construido con los mismos materiales que su maqueta. Olvidado y relegado a la vida de ermitaño, el antes modelo favorito del mundo de la moda se verá obligado a volver después de que Justin Bieber (el último de una larga lista que incluye también al rapero Usher y al cantante Bruce Springsteen) es asesinado a quemarropa, dejando como único testimonio de su muerte una selfie en Instagram, donde aparece reproduciendo una de las famosas miradas de Zoolander.
El asunto eventualmente escala hasta llevar a nuestros personajes a un intencionalmente inverosímil escenario donde la comedia de Stiller no deja espacio para los respiros. Aunque existen momentos efectivos que hasta al más renuente sacarán una que otra carcajada, es justo mencionar que mucho del humor y los gags se sienten reciclados o ajustados de los que ya habíamos visto con anterioridad. A esto se suma una pasarela de guiños, referencias y la abrumadora presencia de cuanta celebridad se les ocurrió invitar que, aunque regala momentos geniales (la intervención de Benedict Cumberbatch entre los mejores), termina por evidenciar un trabajo de guion al servicio de los intereses de las marcas y la distribuidora involucradas.
Ausente de la frescura que hiciera de su antecesora un extravagante trabajo de comedia bobalicona, salpicado de satíricas observaciones alrededor del mundo de la moda, la nueva aventura de Derek, Hansel (el más efectivo Owen Wilson) y Valentina (Penélope Cruz en un papel metido con calzador) opta por convertirse en un desfile de cameos que se sienten como relleno para una trama irrelevante. De no ser por la ligereza y el goce de sus intérpretes (aquí quizá mi mención iría por completo al perturbadoramente divertido personaje de Kristen Wiig), Zoolander 2 no sería más que un cúmulo de caras conocidas pasando un buen rato y cobrando un jugoso cheque en ropas de diseñador.