Evitar el futbol y la religión es una regla de cordialidad constantemente sugerida. Más allá de si se considera positiva o negativa la capacidad de ambos temas por generar fanatismos y dotar a sus seguidores de esperanza, es la pérdida de objetividad el mayor daño que tan cordial acuerdo social nos permite evitar.
Milagros del Cielo, la nueva película de la tapatía Patricia Riggen (Los 33, La Misma Luna), rompe esa regla desde el primer instante, cuando presentando a las tres hijas de Christy Beam (Jennifer Garner), la directora decide ignorar cualquier interacción que dibuje a los personajes para saltar en fast-track hacia la glorificación forzada del acto que éstas comparten: rezar.
Aquí la cordialidad de inmediato se rompe y, como si de alguien poco familiarizado con el manual de Carreño se tratara, Riggen hace una torpe pausa previa a la acción para advertirnos lo que desde el nombre de su protagonista evidenciaba en términos argumentales (esto asumiendo que entraron a verla sin leer el título antes). En efecto, damas y caballeros, entraron a ver una película religiosa.
Ahora, no se trata de irse por la queja fácil del escéptico y tachar sus inclinaciones religiosas como un problema. El conflicto con Milagros del Cielo yace en que apenas la película deja clara su agenda, y aun tomando en cuenta que está basada en una historia real, abandona cualquier dilema planteado (principalmente en términos médicos, relegando a la ciencia a un dudoso segundo puesto detrás de la religión) e invierte todas sus energías en convencer a la audiencia de que, más allá de la genuinamente fascinante historia que nos cuenta, son los guiños divinos lo verdaderamente importante.
La historia se enfoca en la familia Beam. Christy (Garner) y su esposo Kevin (Martin Henderson) viven en Texas con sus tres hijas: Abbie (Brighton Sharbino), Adelynn (Courtney Fansler) y Anna (Kylie Rogers). Cuando Anna empieza a presentar problemas gastrointestinales severos a los que ningún médico parece encontrar solución, la última esperanza de la familia Beam recae en el Doctor Nurko (Eugenio Derbez), el mejor especialista en el mundo para afecciones similares.
El diagnóstico no pinta bien y el Dr. Nurko (Derbez sorpresivamente reservado y efectivo) ofrece a Christy tratar a Anna después de muchas dificultades, siempre advirtiendo que el daño es controlable aunque imparable e irreversible. Contar el resto sería irrelevante pues, apenas Riggen recurre al discurso religioso (aquí abordado con exceso de cursilería y rimbombantes simbolismos obvios), Milagros del Cielo se estaciona en una retahíla de situaciones dramáticas que, lejos de nutrir lo que en algún momento parecía dirigirse a un interesante vistazo sobre una condición física común y devastadora, reiterativamente evidencia una urgencia por convencernos de creer con el mismo ahínco en lo que sus creadores evidentemente depositan su fé (sin desaprovechar para tirar una que otra indirecta disuasiva hacia la medicina y sus prácticas).
Si hay algo rescatable de una película como Milagros en el Cielo es quizá el trabajo de su elenco. Empezando por la magnífica Jennifer Garner, que todo el tiempo nos hace desear verla en algo más arriesgado dado su rango, hasta la joven Kylie Rogers (probando que hay más niñas actrices con la naturalidad de las hermanas Fanning); cada actor en pantalla entrega convincentes retratos de personas reales. La culpa entonces ni siquiera es de Riggen, quien obtiene buenos momentos de su reparto, sino del guionista Randy Brown, inspirado en el libro de la propia Christy Beam. Lo verdaderamente reprochable de la película no es su inclinación por la religión sino la necedad de ésta por hacerse presente en un guión obstinado por imponer una ideología, sin importar cuál sea esta. Si a mí me pregunta, eso debería ser pecado.