La maduración del Universo Cinematográfico de Marvel me recuerda la evolución de los monstruos en los dibujos de los niños. Antes los monstruos solían ser criaturas imposibles con decenas de ojos, escamas babosas y garras asesinas en los bordes de sus muchos brazos. Se trataba en realidad de las criaturas más feas del mundo, exageradas en la consciencia del niño. Star Wars logró imitar este modo de creación y quizá por eso sus monstruos son tan entrañables. Sin embargo, los niños de hoy no le temen tanto a lo que se encuentran en el pantano o a lo que se arrastra en las paredes como a los monstruos del imaginario adulto. Recuerdo, por ejemplo, a un tal Bill Lawton, que obsesiona a un niño en la novela Falling Man, de Don DeLillo. Sus padres descubren después de un tiempo que el niño escuchó mal el nombre. En realidad se refiere a Bin Laden. En las cintas de Marvel, sobre todo las más recientes, la realidad se ha incrustado de tal manera en las tramas que no hay que esforzarse mucho para ver los miedos modernos en ellas.
El crítico de The New Yorker, Richard Brody, piensa que Los Vengadores (The Avengers, 2012) es una alegoría post-9/11. La devastación de Nueva York en la batalla final evoca el pánico de aquella fecha traumática de manera poco menos obvia que el inicio de Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016). Después de Los Vengadores, Marvel respondió al mundo post-Snowden en Capitán América y el Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), donde al final se cumple una fantasía ya propia de nuestro tiempo: la Viuda Negra hace públicos los archivos clasificados de los servicios de inteligencia y desaparece SHIELD. Si en el mundo real la NSA permaneció impune después de vigilar a los ciudadanos estadounidenses, su equivalente en el universo de Marvel fue desintegrado por la justicia. Si en la realidad Edward Snowden, Julian Assange y Bradley Manning acabaron como criminales, en prisión o en la huida, la Viuda Negra y los Vengadores son héroes libres para salvar al mundo.
Pero en Capitán América: Guerra Civil (Captain America: Civil War, 2016) el mundo es un lugar todavía más complejo. Gracias a los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely y a los directores Joe y Anthony Russo, las últimas dos cintas sobre el Capitán América han sido, ante todo, un resumen moral de la presidencia de Obama. En Guerra Civil, al igual que en la imaginación de los niños y de sus padres, las preocupaciones se resumen en palabras inesperadas en una película de superhéroes: terrorismo, daño colateral, regulación gubernamental. El Capitán América (Chris Evans), representante de los valores fundacionales de su patria, asume que su campaña contra el mal implica la muerte accidental de los espectadores en sus asombrosos duelos. “Tenemos que aprender a vivir con eso”, le explica a la Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen). Su idea de justicia y seguridad refleja la de la Casa Blanca en torno al asesinato de extranjeros y el uso de drones fuera de suelo estadounidense para garantizar la seguridad nacional. Claro, el personaje no actúa con la misma malicia que Washington pero parte de la misma ingenuidad que tolera crímenes de guerra en nombre de una limitada idea de estabilidad.
Tony Stark (Robert Downey Jr.) difiere. Conmovido por la historia de una víctima en la batalla final de Los Vengadores: Era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), Stark concluye que los Vengadores son un arma que debe ser regulada y empleada con precaución. La discusión que termina por separar al equipo de superhéroes evoca el debate sobre las armas en Estados Unidos, donde los valores All-American se oponen al sentido común. No podría explorar el resto de la trama sin arruinar la experiencia de muchos espectadores, pero puedo decir que Guerra Civil examina la manipulación y los resultados de la guerra no siempre con sutileza – los giros melodramáticos abundan -, pero sí con el deseo de reflejar los conflictos estadounidenses en la modernidad de la manera más compleja posible en una película primordialmente decidida a emocionar. Me parece importante agregar que a pesar de que la culpa individual motiva a cada personaje, la conclusión no se retracta de los temas políticos y completa un argumento trillado, sí, pero recurrente en la realidad sobre el origen del terror: el resentimiento. La actitud de la película hacia las ideas del Capitán América es más discutible pero prefiero dejar al lector solamente con la provocación para que piense por su cuenta en ello.
En cuanto a su estilo, sería muy arriesgado centrar una película como Guerra Civil en las intrigas y las reflexiones sobre las realidades políticas de nuestro tiempo, así que la violencia recurre continuamente para satisfacer a los espectadores. Los hermanos Russo evitan el ritmo de Batman v Superman, que frustró a muchos con sus dos mitades, una basada en el suspenso y otra en la acción, y deciden repetir la exitosa fórmula de Capitán América y el Soldado de Invierno. Las persecuciones y batallas se intercalan con las revelaciones y los debates, de forma similar a como se narran las cintas de James Bond. Los Russo quizá serán recordados por mezclar el misterio del cine de espías con la magnitud titánica del cine de superhéroes. Su experimento ha renovado el género – o los géneros -, y lo ha ligado con los problemas de nuestro siglo. ¿Entretenimiento sometido por la realidad o comentario disfrazado de diversión? Es difícil saberlo pero lo más interesante de las últimas cintas de Marvel es cómo nuestra interpretación de los antiguos arquetipos heroicos no sólo les ha quitado la naturaleza divina – aunque no el poder -, sino que además los ha puesto al servicio de presidentes y majestades. Como sea, se trata de un cine heredado de la Guerra Fría que resulta oportuno y moderno.
Pero a pesar de todos los logros de Guerra Civil hay un aspecto discutiblemente frágil en la película, que es para muchos el motivo principal para verla: su climática batalla entre las dos facciones de los Vengadores. A lo largo de la película, el sentido del humor tiene un encanto ausente de las producciones del rival universo de DC. Es un distintivo indeleble de la marca pero su notoria presencia en la pelea que le da nombre y atractivo a la película subraya lo obvio: no estamos viendo una batalla seria. No creo decir algo sorprendente, después de todo Disney, dueño de Marvel, no se arriesgaría a perder un solo personaje porque, más que vehículos carismáticos para la trama, la acción, las ideas, son activos comerciales. ¿Cómo perder a cualquiera de ellos si aún no se les explota lo suficiente? Y por otro lado, ¿cómo sentirnos tensos cuando sabemos que al menos tres de ellos tienen películas en puerta y los demás van a aparecer en Infinity Wars? Por supuesto, esta es una queja meramente contemporánea. Quizá en el futuro alguien podrá elegir si saber o no la conclusión de cada película antes de verla, pero al tiempo del estreno las cintas de superhéroes comienzan a carecer de suspenso porque, si de por sí es obvio que no tendrán conclusiones trágicas por el tipo de producción de que se trata, lo es más cuando el ruido de fondo que hacen los medios confirma la reaparición de los personajes en historias próximas. No es un problema menor, aunque no estoy seguro de que le moleste a los espectadores.
Otro problema en Guerra Civil es la originalidad. Si bien su forma se relaciona bien con sus temas, como lo expliqué antes, también es una repetición de la fórmula que usaron antes los Russo en Capitán América y el Soldado de Invierno, y en ese sentido se trata meramente de un apéndice más en el universo de Marvel, en vez de una renovación, como lo fueron Los Vengadores o la propia Capitán América y el Soldado de Invierno. Esto no necesariamente le resta méritos a la película pero no le da más. Habrá que esperar a ver si los Russo pueden sorprendernos una vez más con Infinity Wars pero mientras tanto Guerra Civil deberá bastarnos para huir del mundo encontrándonos con una grandilocuente versión de la modernidad. Si no nos interesa la realidad, tal vez nos interese una fantasía inspirada por ella.
Por Alonso Díaz de la Vega, crítico de cine para El Universal y Más por más. Co-fundador de Butaca Ancha. Ha escrito en Excélsior, Milenio Semanal y Tierra Adentro. Berlinale Talents 2015.
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