Seleccionar página

TempestadDespués de que el cine mexicano visto en el primer trimestre del 2016 – lo mismo en salas comerciales que en festivales alternativos -, en términos generales provocó que quisiéramos tirar prematuramente la toalla, pareciera que afortunadamente se ha establecido cierto equilibrio. En su decimoprimera edición, Ambulante nuevamente se perfila para ser el escaparate donde se halle más de una película nacional que sin dificultades entrará a las listas de lo mejor del año. Quien escribe estas líneas, destaca tres títulos.

Tempestad de Tatiana Huezo es un road movie poético que tiene como escenario un México ominoso donde ya es normativo que la maldad y el miedo aneguen todo a su paso, el cual conecta directamente con su cinta anterior Ausenciasy su mujer que intenta permanecer anclada a la realidad mientras espera volver a ver a su esposo e hijo mayor secuestrados. Mediante un virtuoso imaginario visual donde la cámara recorre lacónicamente recepciones de moteles ruinosos, pasillos de mercados o las calles fantasmales de Matamoros; Huezo rescata del anonimato las historias de otras dos mujeres que tienen como común denominador el tráfico de personas: una que regresa a su hogar después de varios años, la otra que se vio obligada a huir de este, en ambos casos gracias a un sistema inoperante donde sus villanos cambian de nombre pero siempre terminan siendo los mismos.

En Tempestad coexisten dos estilos definidos; en el primer relato sólo se reconocerá la voz de la protagonista la cual acompaña imágenes cuasi oníricas de camiones cuyos pasajeros permanecen dormidos o viendo a través de vidrios empañados hacia la nada, como sutil metáfora de la pérdida de identidad y dignidad; en el segundo sí se presentará el rostro de su personaje mientras que se alista cotidianamente para hacer reír a los demás en un ambiente que irónicamente evoca fantasía como es el circense. Si bien, de primera impresión pareciera que el par de líneas narrativas van encontrándose y extraviándose, gradualmente la realizadora con un pulso ya característico va sabiendo concatenarlas hasta finalmente fundirlas, siempre evitando la imagen chantajista, la denuncia burda o el testimonio morboso, ello en una de las cintas que mejor ha reflejado el actual estado anímico del país (los cielos ennegrecidos que retrata como preámbulo de un nuevo estallido de virulencia).

Bellas de Noche

En otro extremo, el festival estrenó dos filmes, cada uno con su propia personalidad, pero que tienen en temas como la feminidad, sexualidad, la nostalgia, la amistad, el amor y el ingrato olvido, sus vasos comunicantes: Bellas de Noche de María José Cuevas, y Plaza de la Soledad de Maya Goded.

Recuperando el título de la película capital del cine de ficheras, Cuevas realiza un fascinante como entrañable juego de ambigüedades y espejos: ¿quién está hablando frente a la cámara realmente? ¿Es la diva de noches rutilantes que alguna vez se llegaron a antojar infinitas o es la mujer que en el presente intenta vencer los estragos del traicionero paso del tiempo? De este modo, acompañadas de rebosantes e invaluables imágenes de archivo – cuya función no es contrapuntear ni ironizar como simple artificio del montaje sino ilustrar -, se encuentran las confesiones conmovedoras, los gestos carismáticos, las memorias extravagantes y los signos sensuales de las icónicas Wanda Seux, Rossy Mendoza, Olga Breeskin, Princesa Yamal y Lyn May, para reflexionar alrededor de la fragilidad de la belleza y la fama, haciéndola no desde la óptica romántica, sino desde la familiaridad y el reconocimiento, sólo para dejar en claro una verdad inapelable: a pesar de cualquier drama, las reinas son para siempre.

Por su parte, Plaza de la Soledad es la prosecución lógica de una obsesión que ha venido persiguiendo Goded durante los últimos 20 años: aprehender la humanidad de las envejecidas prostitutas que trabajan en La Merced y sus alrededores, y que ya en 2006 había arrojado un libro y una exposición fotográfica en el Palacio de Bellas Artes que comparten el mismo nombre.

En las antípodas de la ripsteniana La Calle de la Amargura, con su par de prostitutas decadentes, las cuales transitan un post-apocalíptico Centro Histórico donde la abyección se encuentra en cada resquicio, mientras que recitan diálogos largos e improbables acerca de su destino acerbo; Plaza de la Soledad no está interesada tanto en la actividad que desempeñan desde hace ya varias décadas cinco de estas mujeres, sino en su intimidad, a la par que recupera un entorno populachero (las calles bulliciosas y de fotogenia particular, las canciones anacrónicas, las palabras seductoras, los modales…).

Plaza de la SoledadEn un micro cosmos donde habría una mirada azorada en otro director con menos sensibilidad, hay complicidad en Goded, lo que provoca que sea generosa con cada personaje y le otorgue el espacio y peso que merece, interacción con la que inclusive cobra sentido que se llegue a filtrar la ficción para momentos específicos como aquel que escenifica una decepción amorosa y la inevitable despedida en una añejada cantina, o ese otro del baile que se pretende erótico.

Así pues, tenemos un trío de documentales en los cuales sus respectivos personajes se entregan plenamente porque se saben acaudalados en historias y revelaciones. Sí, podrá parecer una observación que raya lo simplista pero diera la sensación que cada vez se ha vuelto más complicado hallar cintas del género que privilegie esta cualidad. Y para tener un panorama aún más claro, cabe comentar brevemente otros cuatro documentales.

También teniendo como génesis una exposición homónima que ha recorrido algunas de las galerías más prestigiosas del mundo, El Hombre Que Vio Demasiado de Trisha Ziff, se centra en la figura de Enrique “El Niño” Metinides, el octagenario fotógrafo a últimas fechas revalorado, quien sin nunca habérselo propuesto transformó la nota roja en una bella arte, para que a través de sus vastas anécdotas en torno a la tragedia, el peligro y la muerte, no sólo se vaya develando su personalidad, sino que se intente comprender la relación entre la ciudad y sus noticias más macabras.

Pero Trisha Ziff no es ni de lejos el Everardo González de Los Ladrones Viejos: Las Leyendas del Artegiocon sus egregios criminales pertenecientes a una capital post-alemanista quienes ostentaban códigos de honor, y que se vieron rebasados por una contemporánea violencia sin sentido; por lo que el haz de sub tramas que la directora despliega nunca dejan de ser inconexas, y donde lo mismo caben la concepción que se tiene de las imágenes violentas en Estados Unidos, que el multi homicidio de la Colonia Narvarte como arbitrario epílogo de la cinta; una congestión de temas superfluamente abordados en los que insólitamente Metinides termina desapareciendo.

Resulta significativo cómo se contraponen las dialécticas de Ziff con la del propio Metinides: ella se empecina en adjudicarle un cariz intelectual a su obra, el otro ni siquiera está enterado del todo que tiene un innato sentido plástico, él sigue siendo solamente ese hombre frágil y obsesivo que es movido por la curiosidad infantil como si tomara por primera vez entre sus manos una cámara.

A propósito de Everardo González y de personas que han visto más de lo necesario, se presentó El Paso, su quinto largometraje, el cual es al momento su trabajo más convencional cinematográficamente hablando, aunque no por ello es menos pertinente su existencia. No, no tenemos aquí una clase magistral de montaje como ocurría en la ya citada Los Ladrones Viejos, ni tenemos a un adorable personaje de glosa picaresca que funja como guía del arrabal, tal y como sucedía en La Canción del Pulque. Lo que sí tenemos es un México fuertemente emparentado con el que describe Tempestad: desinformado y alienado, representado en dos de los cientos de periodistas que pierden su realidad viéndose obligados a exiliarse en Estados Unidos ante las amenazas del crimen organizado. La falta de complejidad y matices de estos dos personajes, se compensa con su limbo migratorio, su imposibilidad de adaptarse a un país que sienten ajeno, su añoranza y su drama familiar.

cinema movil somos lenguaVista previamente en FICUNAM en donde tuvo su premiere mundial, Somos Lengua de Kyzza Terrazas, se puede entender como una suerte de lado opuesto a su ópera prima El Lenguaje de los Machetes. Si en esta, su pareja de radical-chics desencantados se soñaba encarando a una sociedad injusta, opresora, alebrestada, pero eso sí, siempre de lejos y con una ideología fatua; el amplio mosaico de raperos provenientes de diferentes puntos del país que Terrazas reunió para buscar crear una polifonía – más que una radiografía o una cronología exacta del hip hop mexicano -, son producto de esa realidad.

Empero, Somos Lengua a la postre termina teniendo un montaje redundante y abrumador en el que no existe alguien que logre distinguirse, no sólo por el hecho de que se trata de un flujo sin concierto de estos exegetas de la rima, de quienes se sabrán sus identidades hasta los estertores del filme, sino porque finalmente todos comparten el mismo origen: todos surgen de violentados barrios bajos, todos cuentan con una experiencia de extorsión policiaca, todos tienen al menos un familiar o un amigo muerto a manos de una pandilla rival, todos tienen las mismas motivaciones para componer sus letras crudas y llenas de premura con las que se comunican. Si ya escribimos de una tercia de documentales donde sus autoras y los personajes compaginan al grado de volverse uno solo, aquí tenemos su reverso, un director que observa a la distancia.

El pueblo perpetuamente inundado. El indígena homosexual. La madre soltera de voluntad inquebrantable. En El Remolino sólo faltó que su directora interviniera como personaje secundario para haber completado con éxito los greatest hits del documental mexicano. Demasiado similar a Los Reyes del Pueblo Que No Existe (de Betzabé García, con sus familias que se niegan a abandonar sus comunidad a pesar de que esta fue absorbida por una presa construida corruptamente por el calderonismo), el debut de Laura Herrero Garvín fue quizá el punto más flojo de la selección nacional, predecible en lo visual con planos mundanos del hombre lavando su ropa, la canoa surcando lo que alguna vez fueron caminos o las gallinas en los patios de casas maltrechas, así como en lo narrativo, teniendo al par de hermanos protagonistas hablando en off acerca de deseos incumplidos, marginación y arraigo, mientras recorren el interior de una escuela ya derruida.

A pesar de una selección no uniforme, la relevancia de Ambulante sigue siendo clara: ponderar un cine en torno a encuentros vitales en los cuales uno se reconoce en el otro.