Una premiación cuyos organizadores permanentemente han tenido que arreglárselas para que esta pueda ser vista con seriedad, credibilidad y congruencia ante el escrutinio de la prensa especializada, así como conseguir que tenga algún significado real para el público más o menos avezado.
Un evento lleno de buenos propósitos, mismos que comúnmente se ven rebasados por esas ínfulas inútiles de cosmopolitismo y el glamour de oropel de nuestro “star system”; por una producción sorprendentemente chambona y pobre; por una ceremonia sosa y aletargada; porque se sigue sabiendo muy poco de los votantes y sus criterios; porque la conciliación entre cineastas y críticos parece irresoluble; por aquellas categorías, sobre todo técnicas, que evidencian que ciertas áreas están copadas y que terminan siendo risibles (en donde una misma persona puede llegar a recibir hasta tres nominaciones de cinco posibles); porque sus artífices no han sabido o querido separarse de los trillados discursos derrotistas/victimistas en donde las exhibidoras, la burocracia y el cine de manufactura hollywoodense son los villanos pérfidos por excelencia, los cuales a estas alturas del partido, ya perdieron cualquier sentido, costumbre que como ya es bien sabido el veterano realizador Paul Leduc se encargó de continuar este año, con un panfleto el cual no por haber sido largo y furioso, resultó más revelador, contundente, relevante u honesto (¿un director que fue favorecido por el cine estatizado durante décadas quejándose ahora de este como si no existiera memoria alguna?). Se trata por supuesto del Ariel.
Dentro de tantos desaciertos y vicios, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas en ediciones recientes ha tenido a bien revertir una de las críticas que con mayor frecuencia recibía, exhibiendo en salas del circuito cultural y vía streaming, prácticamente todas las películas con alguna nominación, para que se pueda estar más familiarizado con las incidencias de la ceremonia y que estas no queden en lo anecdótico. De esta manera, la entrega número 58 brindó la oportunidad de ver entre otros, los seis cortometrajes de ficción, los cuales como suele suceder quedaron desperdigados en la programación de otros ciclos y festivales. Así pues, ¿qué es lo que reconoció esta ocasión la Academia?
Esclava de Amat Escalante, uno de los cuatro trabajos que integraron la iniciativa ciudadana Basta: Cortometrajes Contra la Violencia, se conecta directamente con la gran ganadora de la noche, Las Elegidas de David Pablos, en su relato de familias enteras involucradas en el tráfico de personas, adolescentes vulnerables, entornos opresivos y una nación ignorante. Empero, a pesar de compartir temática y una resolución desesperanzadora, Esclava no puede disimular que forma parte de una campaña social, por lo que su denuncia carece de la sutileza y ambigüedad que caracterizó a la película de Pablos (la escena de apertura con un cuerpo femenino abandonado en un paraje boscoso, las secuencias de sexo, el aparatoso intento del personaje principal por escapar de un motel pringoso…), e inclusive permea un tono aleccionador con la voz en off de timbre aún infantil de la protagonista describiendo cómo fue cortejada y engañada.
24° 51’ Latitud Norte de Carlos Lenin Treviño – para quien esto escribe, el mejor de los seis nominados -, con brotes autobiográficos narra el regreso tras varios años por parte de cierto hijo pródigo (Armando Hernández, alejado completamente de sus acostumbrados personajes lumpenes) al terruño, un poblado olvidado irónicamente a pesar de que el título indique las coordenadas geográficas exactas; sin que este sepa realmente que lo motivó a hacerlo, reencontrándose en el camino durante unas cuantas horas con sus amigos de infancia y descubriendo que poco ha cambiado, existiendo una obsesión por el pasado, cargando todos ellos frustraciones, rencores y recuerdos que ya no tienen valor.
Teniendo vasos comunicantes con Gringo, de José Luis Solis, y ese otro hombre de origen norteño que volvía – quizá por última vez-, a casa mucho tiempo después de la muerte de su padre quien se había convertido en una cifra más de la narco-guerra, aunque sin las metáforas visuales burdas (árboles de yuca en llamas, un mapa donde México es recortado, una cabra muerta…); la pieza de Lenin Treviño captura el desánimo del país, gracias a su montaje fragmentado, sus personajes inmaduros y vulgares perfectamente descritos, así como por su laconismo, ello en un genial relato sobre elegías y la melancolía.
También con dejos auto referenciales, Malva de Lucero Sánchez Novaro es una íntima fábula alrededor de la muerte, los vacíos afectivos y las inocencias trastocadas; protagonizada por una niña de ocho años que se divide entre abrazar un poco más su mundo fantástico (los objetos coloridos, los tintes para el cabello, los juegos en el inconmensurable jardín de la casa…); o encarar la realidad que la acosa (el fallecimiento de su mejor amiga en un accidente automovilístico, la salud endeble de su bisabuela, la incomunicación con su madre, la llegada de una repelente prima…). A pesar de tener un inicio portentoso, con ese tracking shot con el personaje atestiguando los minutos posteriores del mencionado accidente; en media hora de duración, es complicado no pensar que se ve una iconografía de cortometraje cececiano, con sus decisiones visuales y su necesidad que sea un relato más intuitivo que narrativo, que consigue emociones, pero no hallazgos ni distinciones.
La Teta de Botero, segunda incursión como realizador y guionista del conocido actor Humberto Busto, es otra aproximación de tintes personales – esta con una narrativa de trazos sencillos -, a tópicos como la muerte y el dolor, en la historia de un galerista hipocondriaco, manipulador y afecto en proyectarse en los demás (interpretado por él mismo), cuyo accidentado e incómodo reencuentro con una amiga varios años mayor que él (Patricia Reyes Spindola, en una actuación decididamente catártica, dejando guardados los tics ripstenianos para otra ocasión), lo cimbrará, le abrirá otras perspectivas para poder seguir viviendo, cuando ella le haga una confesión, desnudando algo más que el cuerpo.
Por su parte, en 3 Variaciones de Ofelia de Paulo César Riqué, una mujer sexagenaria (Margarita Sanz) se oculta en un rincón del resto de los comensales de una envejecida cafetería, masculla para sí misma, y evoca esos momentos significativos y maldecidos de su vida que ocurrieron en las mesas de aquel lugar, relacionados todos ellos con arrebatos y separaciones abruptas, confluyendo pasado, presente y futuro hasta inquietantemente fundirse. Un loable ejercicio de forma, que bebe del cuento de corte fantástico (con todo y sus atmósferas enrarecidas) en torno a los entresijos de una mujer cuando esta se encuentra en las postrimerías de su existencia.
Finalmente, Trémulo de Roberto Fiesco – a la postre el ganador del Ariel -, es una continuación para bien de los intereses temáticos-estilísticos del universo de Mil Nubes Cine, explorando las posibilidades y los alcances de los mismos: el fragor del encuentro casual e inesperado, el romance exiguo e irrepetible, la despedida inevitable en silencio, la huella indeleble que esta dejará, ello ocurriendo en los espacios invisibles de la ciudad donde permea un aire de nostalgia.
Así, en una anacrónica peluquería de la colonia Tabacalera, sólo a unas cuantas cuadras de la Alameda, donde comenzaba la historia entre un adolescente mudo y un desempleado cualquiera en David (2005, del propio Fiesco); se conocerán un aprendiz de barbero y un joven soldado como si largamente hubieran estado esperando ese momento; horas después el segundo regresará cuando el lugar esté a punto de cerrar, y pasarán la noche juntos, entre bailes salseros con los torsos desnudos y caricias concéntricas. Fiesco se preocupa pues, en los signos, los detalles, las vaguedades, las delicadezas de aquel instante del que se vuelve prisionera la pareja, porque lo único cierto es que “Yo No Sé Mañana”.
Tras la revisión de las películas, se puede concluir que, aún con sus altibajos, la Academia escogió seis propuestas sensibles, diversas entre sí, y que rehuyeron al famoso síndrome del cortus interruptus (se viene al primer chiste, a la primera salida fácil).