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A la fecha, la imagen de Marilyn Monroe sigue representando una de las máximas expresiones de sensualidad que hayan habitado la gran pantalla. Basta visitar cualquier tienda de parafernalia cinematográfica para corroborar el impacto que su inigualable belleza dejó en el séptimo arte y la cultura popular por igual, mismo que aún a 90 años de su nacimiento se sigue sintiendo vigente y justificado.

Con una vida por demás breve, que terminó a los 36 años de edad, el legado de Monroe no se reduce únicamente a su derroche de belleza en pantalla. Su icónico rostro, inmortalizado incluso por artistas de la talla de Andy Warhol, guarda aún un sinnúmero de leyendas que, aunque no del todo halagadoras, han hecho de ella un emblema de la fragilidad emocional a la que incluso una figura de su talla no pudo escapar; roces en el set con sus co estrellas, romances atormentados e infidelidades que la llevaron a involucrarse incluso con la figura presidencial (cómo olvidar aquel sugerente “Happy Birthday, Mr. President”) o su muy comentada incapacidad para recordar sus líneas, lejos de manchar su poco común mezcla de vaporoso erotismo con ternura e ingenuidad, la mantienen como uno de los íconos a los que muchas figuras públicas aún aspiran.

Aunque siguen existiendo discusiones alrededor de si sus talentos de verdad estaban a la par del mito que la acompaña, basta echar un vistazo a su filmografía para encontrarse con algunos títulos que demuestran el inescapable deseo que un su momento despertó hasta en los cineastas más glorificados de sus tiempos.

Niagara (Henry Hathaway, 1953)

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Aunque para 1953 la carrera de Monroe ya había arrancado con participaciones en películas como Monkey Business (Howard Hawks, 1952) o el clásico All About Eve (Joseph L. Mankiewicz, 1950), fue con Niagara que la actriz logró uno de sus primeros trabajos protagónicos.

El thriller cargado de sexualidad – donde Monroe interpreta a una voraz mujer  con un plan para asesinar a su violento marido (Joseph Cotton) con la ayuda de su amante -, no sólo es una curiosidad por tratarse de uno de los primeros trabajos en los que la actriz mostró sus cualidades de protagonismo, sino también por ser un raro caso en el que su imagen no se relacionó con el de la “rubia tonta” en el que el resto de sus comedias (principalmente las dirigidas por Billy Wilder) solían encasillarla. Aquí, lejos de la ingenuidad que se convirtiera en su sello, Monroe es una mujer consciente del poder que recae en su espectacular belleza, misma que usa para seducir y convencer a todos de hacer lo que le viene en ganar, aunque esto involucre un homicidio.

Los Caballeros Las Prefieren Rubias (Howard Hawks, 1953)

Inmediatamente después de su rol en Niagara, Monroe volvió a ser dirigida por el excéntrico Howard Hawks en el papel al que quizá le debe el resto de su carrera. Co protagonizada por Jane Russell, con quien se dice desarrolló una poderosa amistad, la actriz perfeccionó a la “rubia tonta” que por años pagaría sus cuentas y excesos.

Monroe y Russell son dos showgirls y mejores amigas que, durante un viaje a Europa, deben enfrentar una serie de enredos cuyas consecuencias sirven de pretexto para explotar sus bellezas y talentos. Aunque probablemente fue esta la película que terminó encasillando a Monroe, haciendo que a la fecha se le considere tan ingenua como su personaje, es en realidad una muestra de cuán talentosa era para hacerle creer a tantos que en efecto se trataba de una mujer jovial, cuando en realidad sufría de ansiedad y nerviosismo en el set, mismos que su co estrella y amiga le ayudó a controlar durante el rodaje.

La Comezón del Séptimo Año (Billy Wilder, 1954)

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Poseedora de la emblemática secuencia que diera pie a una de las fotografías más famosas de la historia (y recientemente a un hilarante comercial de Snickers con Willem Dafoe), donde el vestido de Monroe es levantado por la ventila del metro en Nueva York, la historia de un hombre y su batalla contra la tentación que tenerla como vecina le presenta, es otro icónico papel en su carrera.

Luego de mandar a su familia de viaje para contrarrestar el insoportable calor neoyorkino, Richard Sherman (un papel que le valió el Globo de Oro a Tom Ewell) debe mantenerse a raya ante las incitaciones sexuales que en sus fantasías nutre la presencia de la despampanante modelo rubia que habita el departamento encima del suyo. Al mismo tiempo que fantasea con seducirla, Richard cuestiona su masculinidad (y hasta la fidelidad de su alejada mujer) gracias a un libro que asegura gran parte de los hombres tienen relaciones extra maritales al cumplir siete años de casados, que es el caso del personaje. La película le valió a Monroe una nominación al BAFTA.

Los Inadaptados (John Huston, 1961)

Escrita por el entonces marido de Monroe, el aclamado guionista de cine y teatro Arthur Miller, el papel de Roslyn Taber fue quizá el único que sabemos nunca la mantuvo contenta. Y es que, a pesar de que Miller lo escribiera a manera de homenaje hacia ella, la actriz nunca estuvo de acuerdo con cómo se le representó en el guion, llevándola a protagonizar tremendos pleitos en el set y durante el rodaje, mismos que eventualmente terminaron con la relación entre ambos.

Co estelarizada por figuras del western como Eli Wallach y actores de la talla de Montgomery Clift o Thelma Ritter, Los Inadaptados se centra en el imposible romance entre una joven amante de los animales (Monroe) y el duro cowboy al que pondrá a dudar respecto a su estilo de vida falto de compromisos sentimentales (un sensacional Clark Gable). La mezcla entre la feminidad de Monroe y el montón de actores exudando testosterona en medio del viejo oeste a su alrededor es un clásico y un curioso caso en el que el género invirtió los roles, haciendo de una mujer el personaje principal.

Una Eva y Dos Adanes (Billy Wilder, 1959)

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Considerada como la mejor comedia de todos los tiempos por el American Film Institute, esta joya de Wilder es quizá la que terminó de convencer a los grandes estudios de las cualidades protagónicas de Monroe. No obstante los roces que ésta llegó a tener con su co estrella Tony Curtis (quien por años se dedicó a hacer pública su molestia con la actriz y sus excentricidades), la química entre éste y Jack Lemon, sumada al confundido papel de Monroe, sirven perfectamente al increíble timing cómico de Wylder tras la cámara.

Una Eva y Dos Adanes se enfoca en la amistad que deben forjar dos hombres que, para huir de una masacre que involucra a la mafia de Chicago, deciden vestirse de mujeres e irse de gira con una banda de jazz solamente de chicas, en la que Marilyn toca el ukulele y es la cantante principal. Los enredos a los que este par de también músicos se ven enfrentados para mantener en el anonimato sus verdaderas identidades (mismos que los llevan a tener que aguantar las tentaciones de compartir camerino con la despampanante rubia) y el interés romántico que brota de uno de ellos son el catalizador de la mejor película que Monroe dejó en su legado