Cuando vi por primera vez Orange Is the New Black, una de mis inconformidades con la serie creada por Jenji Kohan (y basada en el libro de la verdadera Piper Kerman) fue que la cárcel tenía una mayor semejanza a una escuela que a una prisión.
En esta percepción temprana, basada en una triada de capítulos de su primera temporada, me parecía ridículo que las reclusas tuvieran un comportamiento más propio de unas bullies colegialas, y los custodios un carácter que cabría más en un prefecto, pero conforme la historia empujaba a sus personajes a situaciones cada vez más angustiantes, el efecto escolar se fue desvaneciendo y arrojó luz a la verdadera farsa sobre la libertad y la segregación (de todos sus tipos) abordada en la serie, que en esta cuarta temporada continúa y deja muy claro que en una cárcel, nadie es vulnerable.
En una primera aproximación a los primeros cinco episodios, todo pareciera dirigirse hacia un pozo sin fondo. Recordemos que «Trust No Bitch», el episodio que cerró la tercera temporada con un gran optimismo, también dejó una gran cantidad de cabos sueltos, dentro y fuera de Litchfield. Mientras que al interior de la prisión la autoridad pareciera haberse desvanecido momentáneamente, afuera las reclusas se convierten en un vehículo de empuje político y enriquecimiento para unos pocos.
Cada temporada ha tenido el predominio de algún grupo, que se distingue racial o ideológicamente del resto. En la primera fueron las reclusas blancas las que dominaron, mientras que en la segunda el encarcelamiento de Vee le dio un fuerte protagonismo al ghetto que derivó en algunas de las secuencias más dramáticas de la serie, y en la última temporada la amplia vulnerabilidad de las chicas de Litchfield provocó un boom religioso. Ahora pareciera ser el turno de las latinas, que debido a un repentino sobrecupo que pudimos ver brevemente al finalizar la tercera temporada, dejan de ser minoría, pero ello no impide roces con otros grupos e incluso entre ellas mismas.
¿Quiénes tienen el panorama más complicado? Uno de los casos más dramáticos es sin duda el de Chapman, ya que su maniobra para vengarse de Stella le dará una frágil reputación frente a las nuevas reclusas que debe defender a como dé lugar, lo cual hace que nuestro sentir sobre este personaje oscile entre el encanto y el odio, como ha sido recurrente en toda la serie. Sin embargo, quien también tendrá un amargo momento es Caputo, ya que en su nuevo cargo tendrá choques con prácticamente todos: las reclusas, los guardias y la burocracia, entre otros factores que le pondrán en riesgo tanto a él como a las demás.
Nuestra intención no es dar mayores spoilers, sino ir al grano: ¿vale la pena ver la nueva temporada de Orange Is the New Black? ¡Absolutamente! El humor negro alcanza nuevos matices, en los que probablemente la audiencia en algún momento se cuestione sobre su propia salud mental por reírse sobre hechos que, desde otra perspectiva, llegan a ser grotescos. Dentro y fuera de la prisión, los protagonistas parecieran estar siempre al límite, lo que derivará en que algunos pierdan el suelo o quiebren de distintas maneras.
Entre esto último, y las sanas dosis de humor blanco y romance esparcidas cautelosamente entre los primeros cinco episodios que hemos tenido oportunidad de ver, se ha alcanzado un equilibrio que nos hace pensar que esta temporada podría alcanzar el dramatismo de la segunda, ya que la desorientación de sus personajes, acentuada por el abarrotamiento – literal y metafóricamente -, de problemas al interior de la prisión, y una administración a punto de estallar, no podría guiarles hacia otra parte. Aunque desde mi punto de vista la prisión de Litchfield continúa siendo muy blanda, los seguidores de la serie no quedarán decepcionados con esta nueva entrega que, además, se convierte en un incentivo para ponerse al corriente con ella, para quienes aún no lo han hecho.