Los malos vicios en los guiones y en ciertos géneros no son exclusivos de un país, ni de ninguna nacionalidad. En la nueva comedia francesa Amor por Encargo (Anne Giafferi, 2015), encontramos todos los tópicos de las comedias románticas norteamericanas, esos en los que vemos a sus protagonistas odiarse, amarse, pelearse y por último reconciliarse y vivir felices para siempre (aunque aquí esto es por partida doble, ¡que novedosos!). Claro, tiene la distinción de tener un sabor europeo y caras nuevas para el público, que de cierta manera le dan frescura a un relato mil veces contado y que es predecible desde el primer minuto y hasta su conveniente final.
Gabrielle (Isabellle Carré) es una guapa mujer que vive en plenitud siendo soltera, pero su mundo entra en caos cuando su hija de 17 años se embaraza y el padre del bebé parece no querer hacerse responsable. Este motivo la mueve a buscar al papá del novio de su hija y de esta manera hacerlo entrar en razón. Al conocer a Ange (Patrick Bruel) se topa con un hombre mujeriego, egoísta e inmaduro, pero contrario a lo que podría esperarse, este parece decidido a ayudarla y es así que comienza a reencontrarse con su propio hijo y a entablar una amistad con Gabrielle que nadie podría imaginarse.
Empecemos con sus aciertos; la película cuenta con dos solventes actores franceses que le aportan carisma y simpatía. Isabelle Carré (muy parecida a Tina Fey físicamente y en sus movimientos corporales y faciales) es entrañable y simpática, se gana a su co-protagonista y al público de manera realista y sin artificios más que su personalidad. Patrick Bruel, por su parte, es el clásico patán adorable que esconde un gran corazón tras su caparazón de rompe corazones incorregible, papel que para trasladarlo a Hollywood le hubiera quedado como anillo al dedo a Hugh Grant en los años noventa.
Sus defectos son los típicos del género: una historia genérica, gags físicos que no dan risa y una trama con algunos enredos que se tornan inverosímiles. De entrada la rapidez con la que los personajes pasan de odiarse a amarse con tan sólo una mirada y un minuto de diálogos reciclados de otras cintas, es de pena ajena. Su directora Anne Giafferi orquesta una puesta en escena que asemeja más la de un sitcom televisivo, lo cual no sería del todo malo si tan siquiera tuviera una identidad propia, pero desgraciadamente su dirección es plana e insípida.
En conclusión, estamos ante una comedia francesa amable que no cuenta nada nuevo, su construcción y desarrollo es como el de cualquier otra mala comedia romántica de Hollywood. Sirve para pasar el rato viendo las diferencias y similitudes de cómo son del otro lado del charco, y mínimo resulta simpática gracias a sus actores protagonistas.