Hace apenas un par de semanas, el estreno de La Bruja de Robert Eggers ponía el ejemplo de cómo el cine de horror puede no depender de los sustos fáciles para desarrollar tensión y algunos momentos de verdadero horror. Aunque las opiniones al respecto han sido encontradas y polarizantes, en lo que no hay discusión es en el gran éxito de la película, mismo que reafirma el grandísimo gusto del público por el género.
De este éxito, el director James Wan ha sido pieza clave desde hace más de una década cuando, con la muy efectiva Saw (2004), inició una racha de películas como Insidious (2010) y su secuela, o la primera parte de El Conjuro (2013), con las que se hizo de un nombre bastante reconocido en la trinchera más comercial del cine de horror.
Para la secuela de El Conjuro, Wan re visita a la pareja de Ed y Lorraine Warren (los siempre efectivos Patrick Wilson y Vera Farmiga), demonólogos de profesión y bien conocidos por los seguidores de esta saga. Después del caso de la familia Perron (víctimas de fuerzas demoniacas en la primera parte), Ed y Lorraine deben volver a la acción luego de que una familia inglesa comienza a reportar actividad fuera de lo común en su recién comprada casa al norte de Londres.
Ruidos inquietantes, apariciones inexplicables y la posesión de una de las hijas de Peggy Hodgson (Frances O’Connor, bastante desperdiciada) son sólo la punta del iceberg que encierra el Caso Enfield (como se le conoce al expediente de esta historia, supuestamente real) y para el que la pareja de demonólogos es reclutada por un sacerdote.
De esta forma, el director vuelve a partir de una historia que alega estar basada en un caso real para buscar las reacciones de un público ávido de saltar del asiento, aunque lamentablemente cediendo a convencionalidades que, lejos de sumar a su muy efectivo y lleno de suspenso primer capítulo, opera en realidad como una compensación para aquellos que en la anterior quedaron ansiosos por más momentos de estridencia.
Quizá un factor importante por el cuál El Conjuro 2 es muy menor a su predecesora es la inclusión de Wan y David Leslie Jones (guionista de Wrath of the Titans y el remake de Nigtmare on Elm Street) al equipo de escritores. Si en la primera el guion de Chad Hayes, también co guionista en esta secuela, priorizaba el suspenso por encima de los brincos a la pantalla, todo indica que en este caso el director y el estudio se sintieron en la obligación de sacudir al público, no importándoles el importante juego previo o, peor aún, un convincente desarrollo de personajes, tan presente en la anterior.
Por el contrario, esta secuela cede a una estructura donde los personajes (aquí todavía más numerosos que antes) se muestran desdibujados y carentes del suficiente trasfondo para interesarse por ellos y preocuparse por la situación que experimentan. Así, ni la inclusión de actores prestigiosos como la ya mencionada O’Connor, o nombres como Franka Potente (Corre, Lola, Corre) y Simon McBurney (Mission Impossible: Rogue Nation), logran sostener una película que aunque consigue sorprendernos los primeros minutos, termina por agotar su perezosa fórmula de sustos fáciles consecutivos; mismos que Wan somete a caprichos estéticos que parecen sacados de The Nightmare Before Christmas (para muestra el ‘crooked man’ que aterroriza aquí a la familia), haciendo decisiones que se perciben forzadas viniendo de un director que ha entregado mejores trabajos en el pasado.