Dentro de las trece películas que conformaron Gran Público, la sección del festival destinada a las propuestas de género que logran conciliar la veta comercial con una vocación autoral y trasgresora, nos encontramos con un par de trabajos cuyos realizadores le dan una lección a Pedro Almodóvar y su cine auto indulgente (del cual ya hablamos en nuestro primer reporte), demostrando que a pesar de filmografías abultadas todavía se puede experimentar alrededor de filias, rasgos y preocupaciones. Los filmes en cuestión son Amor y Paz, del conocido rebelde japonés Sion Sono, y Schneider Vs. Bax del iconoclasta holandés Alex van Warmerdam.
Hace un año, terminando de ver precisamente en alguna función nocturna de este festival el estridente pero al fin de cuentas vacuo musical La Tribu de Tokio (con sus clanes de raperos disputándose el dominio de los sub-mundos criminales de una ciudad distópica por medio de rimas y artes marciales) nos cuestionábamos si aquello se trataba de un primer signo de agotamiento por parte de Sono, y si ese ambicioso anuncio del estreno casi en simultáneo de seis películas totalmente disímiles entre sí no era otra cosa que el comienzo de una espiral descendente. Habiendo visto ya la mitad, podemos afirmarlo: la inventiva y lucidez del director nipón no se han perdido. Para muestra, la primera cinta de dicha hornada.
Ahí están algunos de sus temas recurrentes (la sociedad ensimismada, enferma de consumismo y anclada en su propio pasado, o la necesidad de pertenencia); sin embargo esta ocasión los integra hábilmente en una singular película navideña, donde cabe un oficinista pusilánime que sueña ser estrella de glam-rock, un cónclave subterráneo formado por juguetes rotos, animales abandonados y objetos perdidos, un misterioso vagabundo con vocación paternal, una probable historia romántica, una tortuga gigante asolando las calles de la capital japonesa, y pegajosas canciones power ballad. Queda claro que semejante premisa deberá ser acompañada por una puesta en imágenes a cada instante más delirante e impredecible. Empero, a diferencia de su cinta anterior, Sion Sono construye un filme cuyos pilares no son el exceso y la ocurrencia, sino sus propios personajes alienados, los cuales provocan que detrás del divertimento paródico, exista un relato simbólico y mucho más oscuro.
Por su parte, tal y como ocurría en aquella minimalista-críptica home invasion movie llamada Borgman o en esa curiosa interpretación de Hansel y Gretel titulada Grimm, esta vez en una deconstrucción de los códigos del thriller, Alex van Warmerdam nuevamente se pregunta ¿qué se oculta al interior de las casas pertenecientes a la clase alta europea, cuáles son sus deseos más retorcidos, sus rostros más despreciables, sus pulsiones más violentas? Piensen en Asesinos (Richard Donner, 1995)… Pero bajo el filtro del post-humor.
Schneider es un padre de familia con una vida confortable y apacible, quien se prepara para festejar su cumpleaños; Bax es un envejecido escritor decadente recluido en una casa aislada en el pantano, el cual se encuentra teniendo un pésimo día tras recibir intempestivamente la visita de su hija depresiva, su vulgar amante, su repulsivo padre y la nueva amante de este, mientras que está rodeado por botellas de vino y restos de cocaína. Dos hombres disímiles que, sin embargo, los une una actividad que realizan de forma clandestina: son asesinos a sueldo (uno metódico, el otro caótico) y el jefe de ambos desea que se eliminen mutuamente. Sobra decir que nada saldrá según lo planeado. Y es que Alex van Warmerdam sabe jugar constantemente con las expectativas de ese enfrentamiento anunciado desde el título, a partir de un humor caustico y un tono áspero que deja un sentimiento de extrañamiento, obviando pues los artificios propios del género.
Valga el lugar común, pero sigue llamando poderosamente la atención que respecto a este tipo de propuestas, la mayoría de las distribuidoras no estén siquiera enteradas de que existen.