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Riviera_maya_film_festivalAceptémoslo, cuando a finales de marzo pasado un odioso boletín de prensa informaba que la quinta edición del Riviera Maya Film Festival se pospondría un par de meses por cuestiones de fuerza mayor, cualquiera llegó a pensar lo peor: ¿Se trata en realidad del comienzo de una despedida prematura? ¿El presupuesto se ha escurrido de las manos irremediablemente? ¿Estamos ante otro proyecto que desaparece sin dejar rastro alguno, como es costumbre en nuestro contexto cultural? Y si finalmente se llega a realizar, ¿conseguirá mantener el mismo nivel mostrado en años anteriores o sólo alcanzará a ser su sombra? ¿Qué tanto se notarán los cambios, ausencias y reajustes? ¿Cómo afectará a la convocatoria de la audiencia? Y así, las dudas se fueron apilando durante las siguientes semanas.

Habiendo regresado de Playa del Carmen tras siete días de festival, podemos afirmarlo: sus organizadores y programadores en gran medida sortearon las turbulencias. Cierto, a diferencia de ediciones pasadas, no se contó con aquel invitado internacional de relumbrón, sin embargo supieron darle la vuelta inteligentemente y –amén de gustos personales– se continuó conciliando con fortuna al cine popular con el exquisito, así como a sus respectivos públicos. Y en el transcurso uno tuvo sus inesperados hallazgos, sus pequeñas joyas como las francesas Evolución (de Lucile Hadzihalilovic, con sus atmósferas enrarecidas y oscurantistas a medio camino entre la Nueva Carne cronenbergiana y la fantaciencia) y Trastorno (de Alice Winocour, con su conocida premisa que involucra guardaespaldas impasibles y mujeres vulnerables, despojada de los artificios propios del thriller). Por otro lado, nadie puede poner en duda el hecho de que la comunidad ha adoptado al festival; las salas llenas en cada función y esa constante sensación de efervescencia social lo demuestran. La labor para formar públicos y sensibilidades aún no concluye, pero se va por buen camino.

Y sí, ni hablar, dentro de la algarabía, también estuvo aquella cancelación de último minuto, esa impertinente falla técnica, esos retrasos incómodos, esas escuálidas alfombras rojas y aquel glamour que se percibió impostado; detalles que por lo general en nuestro ecosistema festivalero terminan, al cabo de unos cuantos días, en el ignominioso olvido. Definitivamente son aspectos a revisar y corregir, antes que estos se acumulen sin remedio.

El Riviera Maya Film Festival ya logró construir su identidad y captar nuestra atención, ahora ¿cómo continuará su historia?

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