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LouderThanBombsLa vida de Jonah (Jesse Eisenberg) se encuentra en un momento de evolución personal cuando lo conocemos, en un pasillo de hospital, esperando a que su esposa salga del quirófano tras dar a luz a su primer hijo. Instantes después, en el mismo hospital, Jonah tiene un incómodo encuentro con una ex novia (Rachel Brosnahan de House of Cards) a quien no tiene el valor de decirle que se acaba de estrenar como padre.

Pequeños secretos como este y sus consecuencias, de gran poder aunque insignificante apariencia, son los que nutren el drama familiar alrededor del que gira Más fuerte que las bombas (2015) de Joachim Trier (Reprise: Vivir de nuevo, 2006). Enfocada en la fracturada familia de Jonah, que es completada por su padre (el magnífico Gabriel Byrne) y su hermano pequeño (el poco conocido Devin Druid), la nueva película del danés explora la incómoda realidad que deviene de aceptar que todos, en mayor o menor medida, guardamos secretos que suavizan nuestra inevitable relación con la hostil realidad.

Este mecanismo de defensa no es ajeno a la familia de Jonah, víctima de las lacerantes consecuencias generadas por la muerte de su madre Isabelle (Isabelle Huppert, intensa y maravillosa), una afamada fotógrafa de guerra a quien están a punto de realizar un homenaje. Es justo este reconocimiento post mortem el que obliga a Jonah a volver a casa, donde inmediatamente debe lidiar con la ríspida relación entre su padre y hermano adolescente, cuyas cicatrices nacidas de la abrupta desintegración familiar a la que el fallecimiento de Isabelle (Huppert) los orilló, no han logrado sanar.

Habiendo reunido a un padre con sus distanciados hijos, Más fuerte que las bombas se lanza sin restricciones al doloroso enfrentamiento que este reencuentro hace efervecer entre los tres involucrados. Pero si hay algo que agradecerle a su director, más allá de la inteligente exploración que hace de la frecuentemente deshonesta interacción humana, es el tacto con el que realiza la tarea. Lejos están los estridentes momentos a los que un melodrama de este tipo puede ceder con facilidad y Trier opta por contener las emociones, logrando que cada momento en pantalla se sienta como un cuentagotas inevitablemente encaminado al desborde emocional de sus personajes.

A esto ayuda en gran medida el estupendo trabajo actoral de sus protagonistas. Eisenberg, por ejemplo, lejos de los neuróticos personajes en los que frecuentemente suele sentirse cómodo, opta por hacer el sobrio retrato de un padre de familia novel que debe enfrentar ese pasado que le recuerda cuán compleja y fallida puede resultar la paternidad; Byrne, por su parte, es el personaje con mayor peso sobre los hombros, teniendo que oscilar entre la impotencia a la que su situación lo expone constantemente y el aplomo requerido para no flaquear en su labor paternal; también Huppert sorprende, encarnando con maestría un personaje cuya integridad lentamente se va revelando como humanamente fallida, no obstante el pedestal en el que sus familiares y admiradores la han postrado a través de sus recuerdos.

Pero aún ante este imponente elenco, que es complementado por Amy Ryan (Birdman, Gone Baby Gone) y David Strathairn (Buenas Noches y Buena Suerte), es el joven Devin Druid quien captura nuestra atención como el recluido e irascible hermano menor de Jonah (Eisenberg). Haciéndolo parecer sencillo, Druid es el receptáculo de todos los errores y engaños (piadosos o no) a los que su familia ha sucumbido con los años. Su contención, misma que no se muestra tímida cuando debe hacernos sentir incluso rabia hacia sus acciones (muchas de ellas sólo justificables por su sabida ignorancia respecto a ciertos secretos familiares), es quizá el mayor acierto en su interpretación, misma que no puede sino recordarnos la fragilidad humana ante la adversidad, y cómo todos necesitamos de compañía o apoyo para sobrellevarla.

Más fuerte que las bombas no es una película de fácil digestión, aunque no por ello resulta difícil de ver. Trier somete al espectador a la dolorosa interacción familiar y social de sus personajes sin recurrir al drama exacerbado, confiando en los aciertos de su guion (co escrito con Eskil Vogt), así como en el robusto aunque minimalista trabajo de su talentoso elenco, calibrado con una precisión pocas veces vista en un conjunto de actores tan notable y nutrido. Pero más allá de sus aciertos técnicos (a los que también debemos sumar un efectivo trabajo cinematográfico del fotógrafo sueco Jakob Ihre), el verdadero valor de la película debemos dárselo a su capacidad por hacernos empatizar con sus fallidos personajes y comprender las razones de sus actos, no importando la vileza o virtud de los mismos.