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image23¿En dónde se encuentra realmente lo mejor y más significativo de la programación dentro de cualquier festival de cine?  Definitivamente en aquellas películas que permanecen semi-ocultas en los catálogos y que seguramente no convocarán a multitudes a las salas, pero que serán tema de conversación durante horas cuando uno tenga que partir de regreso a casa. Ese fue el caso de El Viaje de Chasuke, el décimo quinto largometraje del iconoclasta Hiroyuki Tanaka –mejor conocido como SABU–, la cual formó parte de la reveladora sección Nuevo Cine Independiente Japonés (2000-2016); y que podemos describir a bote pronto como “Las Alas del Deseo… pero si la hubiera dirigido Takashi Miike y fotografiado Christopher Doyle”.

Presentada en el festival guanajuatense por su legendario productor Masayuki Mori, se trata de un inteligente juego metalingüístico, una impredecible e infatigable mixtura fílmica en la que caben ángeles, yakuzas, bailes tradicionales, un romance poco probable y un comentario al cine mismo, así como a sus fórmulas más probadas, ello en la historia de un sirviente del cielo quien desciende a la tierra para salvar a una joven mujer de la cual se encuentra platónicamente enamorado, misma que se verá involucrada en un accidente automovilístico, esto según el guión de vida que se le ha escrito. Visualmente reminiscente a la filmografía de Wong Kar-wai (con sus colores saturados, su ralentí, su retrato de la vida nocturna de los laberínticos sub-mundos criminales llenos de neón, sus encuadres inquietos…);  El Viaje de Chasuke evita ser la típica película inclasificable que acumula manías y ocurrencias; sus cambios tonales siempre se sienten orgánicos y congruentes, para realizar un original discurso acerca del destino y el libre arbitrio.

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Por otro lado, el festival ofreció la invaluable oportunidad de volver a ver (y por primera vez en 16 mm) esa obra maestra llamada Branded to Kill, del influyente maestro del cine ultra-estilizado Seijun Suzuki, ello en otro ciclo de nombre 1968 en el Cine Japonés, proyección que sirvió como perfecto complemento de la conferencia impartida por el prestigiado investigador Go Hirasawa, especializado en el cine underground/avant-garde nipón de los años sesenta y setenta. Esta revisitación a la historia de uno de los mejores asesinos a sueldo al servicio de la mafia, su caída tras fallar una misión que se antojaba imposible de ejecutar y su fijación por una enigmática femme fatale obsesionada con mariposas disecadas, no sólo permitió comprobar cómo Suzuki trastocó todas las claves del noir (su violencia, sus pulsiones sexuales, su ambiente opresivo) volviéndolo insólitamente satírico, hiperbólico y surreal; sino recuperar secuencias que, quien esto escribe confiesa, recordaba de manera remota, fascinándose nuevamente con la forma de resolver expresivamente momentos que dentro del género se habían vuelto predecibles, como si cada plano fuera pop-art (los tiroteos con criminales apenas visibles o los constantes encuentros con esa mujer de belleza intrigante). No por nada Suzuki es una suerte de santo patrono de directores como Tarantino, Jarmusch, Besson, Woo y el ya citado Wong-Kar-wai.

Dos filmes japoneses que a pesar de estar separadas por más de cuatro décadas de distancia, tienen en común su franca intención de reinventar el cine de género.

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