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Poster Giff 2016Dentro de la selección de cine nacional exhibido en esta edición del festival guanajuatense, ya habíamos dado cuenta de títulos tales como Plaza de la Soledad (y su bullicioso micro cosmos de prostitutas envejecidas que gozosamente desnudan algo más que el propio cuerpo en los moteles de La Merced), Maquinaria Panamericana (y su carnavalesca disección a esa clase media mexicana absorta en sus rituales oficinescos), –las cuales a la postre fueron merecidamente premiadas en sus respectivas categorías–; o Epitafio (con su trío de conquistadores españoles de espíritu herzogiano en pos del Popocatepetl). Hagamos lo propio  ahora con un par de óperas primas de resultados opuestos.

En los primeros minutos de El Charro de Toluquilla (de José Villalobos Romero) diera la impresión que veremos una atractiva desmitificación de uno de los arquetipos viriles por antonomasia. Y es que en efecto, Jaime García, la figura central de este documental es carismático, parrandero y enamoradizo como Infante; orgulloso y altanero como Negrete, como si se tratara del último de su estirpe, con la única diferencia que este hombre jalisciense es portador del VIH. El uso de cierta iconografía rural construida por el cine que estos actores protagonizaron mientras que se muestra a cuadro la cotidianidad de este hombre que se mueve entre caballos,  alcohol, mujeres y música ranchera, refuerza esta idea.

Empero, la premisa se desecha rápidamente, todo se vuelve connato. Y es que El Charro de Toluquilla no es otra cosa que una necia reincidencia al momento de concebir narrativa y visualmente el documental por parte de generaciones enteras de directores que debutan y que peligrosamente se multiplican sin parar. Por ello se sienten como un molesto deja vu el personaje de actitud perpetuamente picaresca y sus manías, las charlas etílicas-homofóbicas entre amigos, las relaciones familiares disfuncionales, los momentos supuestamente espontáneos (esas afanosa meada en un puente, ese baile con su madre en la cocina, la cabalgada que se sueña de aires épicos con un helicóptero de la policía federal en segundo plano), la repetición insensata e innecesaria de su universo mundano, la cual pasa de definirlo a poner en evidencia que después del todo no es tan complejo como se nos trata de vender, las confesiones vitales que se hacen mientras este maneja por las calles nocturnas, la significativa muerte de un personaje secundario para que no quede alguna duda que el realizador es profesional y se involucró a cabalidad durante varios años con el entorno, una cámara que se ve seducida por los arrebatos sentimentales pero que termina siendo decepcionantemente pudibunda, y claro, la deliberada explotación lumpen-shock registrando su descomposición física –vomitada en todo su esplendor, incluida–. A pesar de ello, el jurado decidió otorgarle una mención especial. ¿Estamos condenados pues, a ese imaginario por tiempo indefinido?

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Un velorio. Una apuesta ridícula. Un invaluable llavero perdido. Una misteriosa llamada proveniente de un teléfono público que pareciera alterar una tarde cualquiera de tres adolescentes ociosos. Es Sopladora de Hojas (de Alejandro Iglesias Mendizábal), simpática y desenfadada comedia, cuyo universo se emparenta más con la sensibilidad lúdica de Somos Mari Pepa que de la juventud ensimismada característica en el cine de Eimbcke. Ahí están de forma creíble las conversaciones banales que nunca llegan a algún lugar, los códigos machistas, la ansiedad onanista, la camaradería, la angustia ante el mundo adulto y el letargo. Quizá no exista uniformidad en los nueve episodios “épicos” en los que está dividida, como si la narrativa compartiera y padeciera los mismos impulsos de sus personajes (en definitiva, aquel protagonizado por Daniel Giménez Cacho está de sobra), y existe un drástico cambio tonal –de irreverente y festivo a uno más serio y reflexivo– que no termina de consolidarse completamente; sin embargo su humor sincero y la genial interacción entre sus actores, sirven como afortunado contrapeso. No fue casualidad entonces que Sopladora de Hojas haya sido reconocida con el premio otorgado por la prensa, además de ser de las películas que mejor respuesta tuvo con el público. 

Así pues, en términos generales se puede afirmar que el palmarés fue congruente y justo, situación cada vez menos frecuente en nuestro panorama festivalero.

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