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ill-sleep-when-im-dead-posterDesde un punto de vista medianamente objetivo, Steve Aoki es todo un caso. Aunque no soy uno de aquellos fans dispuestos a recibir un pastelazo en la cara o a correr el riesgo de romperme el cuello por cargar en una balsa al músico californiano, le conozco, pero únicamente por eso: su espectáculo, un atractivo en el que I’ll Sleep When I’m Dead (Justin Krook, 2016) explica gran parte del pasado y presente del DJ, aunque de un modo indulgente y una óptica limitada.

El más reciente documental de Netflix pareciera entender que el verdadero atractivo de Aoki son sus espectáculos en vivo, ya que su intención radica en explicar la necesidad de hacer shows tan extravagantes en los que, al igual que ocurre en el documental, su música pasa a segundo plano; el que roba la atención y los reflectores donde esté es el DJ, algo que justifica con las altas expectativas que imponía su padre, el empresario Hiroaki Aoki, dueño de los restaurantes Benihana.

Tanto para ajenos como conocedores, se trata de una buena historia. Imaginen a un Steve Aoki adolescente, antisocial, buscando dónde pertenecer y cómo llenar los estándares que se esperaba del hijo de un magnate y estrafalario deportista. Hasta ahí todo bien; es decir, no se trata de la historia del año, pero sitúa al documental en un camino que puede recorrer de una manera bastante cómoda.

Sin embargo, el director pareciera abusar de esta situación y el documental pierde tal carácter; existe una gran cantidad de situaciones que se sienten prefabricadas, y no hablamos de las secuencias extraídas directamente de los conciertos del DJ, sino de las entrevistas que parecieran exagerar las cualidades tanto personales como musicales de Aoki; está bien, es un filme sobre él, pero el exceso de adulación puede llegar a fastidiar y los únicos respiros se dan cuando -irónicamente- se cuenta su historia familiar.

Siendo poco exigentes, I’ll Sleep When I’m Dead  logra contar la historia detrás del hombre-espectáculo que es Steve Aoki, aunque bajo una lupa crítica se sienta falso. Los seguidores del DJ californiano hallarán un material a la altura de sus expectativas, con una mayor presencia de secuencias propias de un videoclip que de un documental, que no obstante divierten, entretienen e incluso provoca una genuina necesidad de ir a uno de sus conciertos. Sin embargo, quienes son ajenos a la música de Aoki sólo encontrarán dos horas de adulaciones y una historia interesante, pero muy opacada.