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te prometo anarquiaNadie ha dicho que ser joven sea sencillo. Un tema recurrente en el cine, por lo tanto, es el inevitable e importante paso de la juventud a la edad adulta y sus dificultades. Ya sea que se trate de la búsqueda de una identidad, la identificación de una vocación o la simple exploración de la curiosidad, la juventud es la etapa más cambiante del ser humano y, por lo mismo, la más propensa al error, las fallas y la decepción.

Miguel y Johnny son jóvenes, pasan el tiempo recorriendo la Ciudad de México en patineta con su grupo de amigos y, cuando nadie los ve, debajo de las sábanas, son amantes. Miguel (Diego Calva) es un chico de clase media, que vive con su madre y que, pronto sabemos, está perdidamente enamorado de su amigo. Por su parte, aunque Johnny (Eduardo Eliseo Martínez) suele seguirle la corriente, su aventura sexual con Miguel no es algo que haga público, aun tomando en cuenta que su novia en ocasiones también es partícipe de esta.

La secrecía de su romance no es algo con lo que Miguel esté satisfecho y, aunque Johnny se niega a abandonar a su novia para estar con él, eventualmente es esa misma cualidad la que los involucra en una dinámica de intimidad que, al mismo tiempo que los acerca emocionalmente, los separa del mundo que habitan, donde la sociedad (particularmente en la escena skate en la que conviven día a día) aún castiga sus preferencias. Por si esto fuera poco, Miguel y Johnny forman parte de un turbio negocio, consiguiendo donadores clandestinos de sangre, misma con la que trafican para obtener dinero fácil sin importarles verdaderamente las consecuencias.

En lo general, Te Prometo Anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) es una película sobre las constantes búsquedas que resultan naturales dentro del ambiente y la etapa vital que habitan sus personajes aunque, en lo específico, se trata de mucho más que eso: Las diferencias socioeconómicas de sus protagonistas (uno clasemediero y el otro de extracción más humilde, ambos interpretados excelentemente por los dos no-actores titulares), sus aún castigadas preferencias sexuales y su poco ortodoxa forma de ganarse la vida, al mismo tiempo que son los principales elementos que nutren el drama, son también los factores que la aterrizan en una realidad que, aunque lamentablemente podría ser representativa de cualquier época en nuestro país, se siente más vigente que nunca.

Es a través de estas particularidades que su director no sólo disecciona la inescapable dificultad de las juventudes por encontrarle un rumbo a sus vidas sino que también, de paso, observa con una lupa magnificadora los principales conflictos sociales que aquejan (en el presente y desde el pasado) a la sociedad mexicana que retrata. La imposibilidad de los jóvenes por obtener un empleo, los inescapables complejos de clase, el rechazo hacia la diversidad sexual y los riesgos a los que estamos expuestos viviendo en un país en crisis constante son sólo algunos de los muchos elementos que convergen en una historia de amor que, al igual que sus protagonistas, es rehén de una realidad viciada e infecciosa donde, cada vez más y como la película lo revela conforme se acerca a su desenlace, la única forma de salir adelante es haciéndolo por encima de los demás y nunca mirando hacia atrás.