La mayoría hemos visto en la pantalla chica esos seminarios new age donde una especie de predicador busca levantar el ánimo de sus asistentes, ayudarles a hallar su destino, aceptarse a sí mismos y un largo, largo etcétera. Una movida similar es la que trae Tony Robbins, un orador motivacional estadounidense a cuyos eventos han asistido más de cuatro millones de personas alrededor del mundo, de las cuales la mayoría ha dicho haber cambiado sus vidas.
De ahí que resulte interesante saber que Robbins no permitía el acceso a cámaras ajenas a su producción hasta que se pensó en filmar Tony Robbins: I Am Not Your Guru (Joe Berlinger, 2016), un documental que durante seis días da seguimiento al seminario “Date With Destiny” en Florida, donde cada año se reúnen cerca de 2,500 personas para buscar darle solución a sus problemas, hablándolos directamente con Robbins, y en presencia del resto de los asistentes, o bien, buscan sacarle provecho a las experiencias de sus semejantes.
Uno podría pensar que el objetivo del documental es exponer y cuestionar la efectividad y recursos de los seminarios y debatir su veracidad, y a pesar de que cumple con el papel de documentar las reacciones y el transcurso del evento, las entrevistas con el seminarista se distorsionan a tal punto de que acaba siendo un infomercial de su seminario, aunque cabría resaltar que probablemente no sea culpa del director, ya que la persuasión de Tony Robbins es apabullante.
Basta ver los primeros 10 minutos del filme para cerciorarse de que la intención del director nunca se orienta a confrontar al seminarista, salvo en un par de ocasiones en las que, con escuálidas preguntas, cuestiona a Robbins sobre el lenguaje que utiliza para provocar a sus asistentes, por ejemplo. Aquí radica la mayor debilidad del documental original de Netflix, ya que habría valido la pena cuestionar a un par de expertos sobre cómo Robbins logra que una chica comience hablando de lo cool que es y termine contando una historia de violación intrafamiliar.
Lo interesante es que esta carencia da cabida a que el espectador escéptico pueda especular sobre lo que sucede. Es decir, si los asistentes pagan 4,995 dólares (cerca de 95,000 pesos) por asistir a este seminario, es difícil que un detractor o medianamente creyente vaya sólo a ver si funciona. Hay mucho que se puede observar desde una perspectiva crítica: la predisposición que el alto costo de los seminarios provoca en sus asistentes, la enorme influencia grupal que invade el lugar, y reiteramos, el alto nivel de persuasión de Robbins para influir en que la gente cuente lo que ha querido decir y ha reprimido.
Para los seguidores de Robbins y creyentes de la autoayuda y pláticas motivacionales, resultará una gran experiencia. Incluso en calidad de espectador escéptico, las historias que se cuentan resultan intrigantes, y con toda la dinámica de reality show con la que se desarrollan estos seminarios es difícil no ceder a cierto sentimentalismo, sobre todo cuando ves a asistentes llorar mientras abrazan a Robbins y una secuencia musical de gran dramatismo sube de fondo.
Aunque resulta entretenido como filme, Tony Robbins: I Am Not Your Guru es un documental demasiado complaciente con su protagonista. En ningún momento existe una confrontación que ponga en apuros a Robbins y, por el contrario, el orador pareciera aprovechar esos espacios a cuadro para vender su seminario de la manera más sutil y efectiva. Para los seguidores de Robbins, la autoayuda y las pláticas motivacionales, puede significar una grata experiencia; para los escépticos y detractores, una triada de historias interesantes y pocos recursos para lograr un debate.