Hace poco llegó a México una cinta de terror llamada El Último Turno (Anthony DiBlasi, 2014), la cual se desarrollaba dentro de una comisaría de policía, llevando el terror y el suspenso a ese espacio pocas veces usado, dándole cuando menos un poco de frescura al sub género de casas embrujadas, alejándolo de las típicas mansiones viejas y tenebrosas.
Ahora llega a las pantallas mexicanas otra cinta que en Estados Unidos salió directa a video; The Hoarder (me niego a nombrarla con su nombre mexicano; Secretos Mortales, que ya perdí la cuenta de cuántas películas llevan ese título en nuestro país). Una vez más México rescata una obra menor de terror pero, esperen un momento, cuando menos ahora la experiencia es un poco más satisfactoria que de costumbre y, al igual que la cinta mencionada, lleva el terror a un espacio inusitado; unas bodegas de almacenamiento, aspecto que le da cierta originalidad al filme al menos por su espacio geográfico, logrando explotar con éxito esa locación, que funciona de maravilla para provocar horror.
Ella (Mischa Barton) y Molly (Emily Atack) hacen una visita a unas bodegas de almacenamiento subterráneas para intentar salvar el compromiso de matrimonio de la primera, que busca desesperadamente un diario que podría sabotear su boda. Una vez ahí, quedan atrapadas y acechadas por un implacable asesino. Y aunque dentro de las instalaciones se encuentra un grupo de extraños que podrían ayudarlas, algunos de ellos guardan secretos aún más peligroso que el asesino mismo.
Arriba dije que The Hoarder era una experiencia mucho más satisfactoria que otros trabajos directos a video que nos han llegado a los cines en México, pero esto no quiere decir que sea una buena película ni mucho menos, sino que sólo sirve como una ligera recomendación para los fans muy curtidos del género, quienes solemos perdonar miles de errores, no sólo de guion sino también de ejecución con tal de pasar un buen rato.
Para empezar, algo que sabotea enormemente esta película son las actuaciones de casi todo su elenco, salvándose sólo sus dos rostros más conocidos; Mischa Barton y Robert Knepper.
La dirección a cargo del semi novato Matt Winn tampoco es mala, aunque no aporta nada nuevo y se nota demasiado complaciente. Los aspectos más relevantes del conjunto provienen de su guión y un giro en su último acto, el cual sin ser nada sobresaliente logra sorprender al espectador con un descubrimiento que, me atrevo a decir, puede no ser del agrado de todo el público.