No hay muchas películas que toquen el tema de los circos; rápidamente recuerdo Freaks (Tod Browning, 1932), The Greatest Show on Earth (Cecile B. DeMille, 1952), El Gran Pez (Tim Burton, 2003), Balada triste de trompeta (Alex de la Iglesia, 2011) y Agua para Elefantes (Francis Lawrence, 2011), pero en realidad no hay muchas más y, sin duda, es un tema que da para mucho, ya que ese mundo es mágico, trágico y magnético. Por eso ahora, el estreno en el Tour de Cine Francés de la cinta Señor Chocolate (Roschdy Zem, 2015) es una alegre sorpresa.
Primero, cabe acotar que estamos ante una película inspirada en un hecho real; la historia del primer payaso de color que alegró los escenarios circenses a principios del siglo XX, aspecto que puede significar un aliciente para buena parte del público, ya que el relato muestra una historia que, además de verídica, es poco convencional. Desgraciadamente se trata de un trabajo que se ciñe demasiado a los convencionalismos de las biopics más comunes hoy en día, retratando un ascenso vertiginoso y un descenso estrepitoso, algo que sin duda termina actuando en su contra. Sin embargo, resulta más que rescatable su trabajo de luces, escenarios y el contexto histórico, elementos que hacen más aceptables sus pequeños defectos.
Rafael Padilla (Omar Sy), alias Chocolate, nació en Cuba y desde muy niño se trasladó a Europa, donde llegó a ser un esclavo hasta convertirse en un conocido payaso en Francia. Su singularidad era que no usaba maquillaje ni pelucas, sólo su contagiosa sonrisa y el color oscuro de su piel, aspecto que lo convirtió en un artista singular, que balanceaba sus shows con un inmenso talento sobre el escenario. Padilla hizo gran pareja artística con el payaso blanco Footit (James Thierrée), con quien entablo una exitosa rutina que los hizo famosos, no sólo en el país Galo, sino también en el mundo entero.
Lo más rescatable de este filme es el hecho de que dignifica a un artista muy poco conocido y que quedó en el olvido. Si no fuera por esta adaptación, ni yo ni mucha parte del público lo conocería y ese simple hecho representa en sí un logro particular.
Pero la historia lentamente se dulcifica y, aunque por momentos asoma un poco de drama, es fácil percibir que por debajo de su amable apariencia yace algo mucho más interesante y oscuro, lamentablemente el director toma el camino fácil y cómodo, evitando temas demasiado espinosos como el racismo en la época, las aventuras amorosas del personaje principal o la rivalidad entre ambos payasos. Otro punto a favor es el acertado diseño de producción, el cual transporta al espectador a finales del siglo XIX y principios del XX, mostrando adecuados escenarios circenses de la época.
En el plano interpretativo es donde más se fortalece la película gracias a Sy, quien sin duda brinda la mejor actuación de su carrera, entregándose por completo al personaje y dotándolo de matices y carisma. Lo mismo ocurre con James Thierrée, su contraparte, quien está al mismo nivel, no sólo físicamente sino también con su carisma y melancolía.
Se agradece que al personaje principal no se le martirice como suele suceder en este tipo de películas. Por el contrario, Chocolate se muestra como un ser humano con defectos y decisiones equivocadas que lo llevaron a un desenlace nada alentador que, en manos de un directos más capaz y arrojado, sin duda hubiera dado como resultado una joya absoluta.