Tal vez nunca volvamos a ver al Oliver Stone más incendiario, aquel autor que a finales de los ochenta y principios de los noventas ponía de cabeza al gobierno norteamericano con sus cintas llenas de polémica y crítica, o con un estilo visual epiléptico y llamativo. Los años fueron diluyendo su discurso político y sus conocidos excesos visuales, que lo mismo ganaba fans como detractores.
Es difícil ponerse de acuerdo en cuál fue la última gran cinta de Stone. En lo personal, creo que esa podría ser Un Domingo Cualquiera (1999), pero los que no gustan del fútbol americano seguramente no estarán de acuerdo conmigo. Lo que es un hecho es que el nuevo milenio no le cayó nada bien al director, pues sus proyectos se han estrellado uno tras otro sin conseguir la aclamación de sus primeras obras. Por todo esto es bueno decir que Snowden (2016), sin ser un regreso triunfal como tal, cuando menos nos deja ver que el director puede encontrar un nuevo rumbo, con un tono más cordial. Desgraciadamente para él, mucha de la crítica mundial ya no lo toma en serio, razón por la que este filme ha pasado injustamente sin pena ni gloria.
Edward Snowden (Joseph Gordon Levitt) es un informático de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que se encuentra en una encrucijada moral y personal, ya que debido a su trabajo descubre que el gobierno norteamericano espía a todo el mundo, buenos y malos por igual. Este descubrimiento lo lleva a orquestar una investigación con el periódico The Guardian, para juntos dar a conocer esta gran invasión a la privacidad de todos los habitantes de la tierra. Mediante flashbacks vemos cómo se da la transición del joven para llegar a esa resolución, que lo mismo lo pondrá como un héroe que como un traidor.
A pesar de haberse dulcificado, la conciencia política, los temas espinosos y con doble filo siguen siendo los predilectos de Stone y, a diferencia de la fallida biografía de Bush; W (2010), aquí podemos ver un poco más del buen pulso del director (aunque sin llegar a los niveles de JFK, Wall Street o Pelotón), sobre todo porque se enfoca en un periodo conciso de la vida de Ed Snowden, sin pretender abarcar todo en un envase tan pequeño. Este hecho le da más empaque a la cinta y la transforma en un tecno-trhiller que, aunque muchos sepamos la resolución, no deja de generar interés. Se agradece que el lenguaje y las situaciones sean bien explicados, lo cual cierra de mejor manera la trama, aunque cierta tendencia y demagogia también están presentes. Pero lo que más importa aquí es la escabrosa historia que cuenta y lo hace bien.
El hecho de que el gobierno de los Estados Unidos vigile de esa manera, no sólo a sus enemigos sino también a su propia gente (lo que nos hace ver que nadie, absolutamente nadie esta a salvo de este tipo de espionaje), es un tema que sin duda genera mucha polémica, miedo y paranoia. Es algo digno de esclarecerse y el héroe (o anti héroe) que significa el protagonista es precisamente lo que quiso hacer, y de paso Oliver Stone también. No por nada el mismísimo Snowden cierra la película en una clara declaración de intenciones.
El buen resultado de este proyecto obedece también en gran medida al elenco que logró ensamblar y orquestar su director; sin duda Joseph Gordon Levitt es ya uno de los mejores actores de su generación, a pesar de que sus cintas y su trabajo no sean tan reconocidos como se debería. Aquí en particular está extraordinario, no sólo por la modulación de su voz y su facilidad para mimetizarse con el verdadero Snowden, sino también por que se nota comprometido al cien por ciento con el personaje real. Como es costumbre en el cine de Stone, un variado y talentoso abanico de actores de reparto elevan la cinta; Zachary Quinto, Tom Wilkinson, Rhys Ifans, Melissa Leo y, aunque nadie lo crea, hasta Nicolas Cage, que aunque tiene un papel pequeño no desentona. Si acaso, la única que se siente totalmente desperdiciada es Shailene Woodley quien tiene un papel decorativo totalmente.
Snowden no es lo mejor de su director, pero no cabe duda que sí es lo mejor que ha hecho en los últimos quince años y sólo por ello vale la pena. Si no existiera el documental Citizenfour (Laura Poitras, 2014), que ya contó lo mismo de estupenda manera y Stone no fuera el director, seguro estaríamos ante un proyecto con más valía e impacto mediático y de crítica.
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