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Cierto, una parte de lo que nos ofreció el cine mexicano en el ya finado 2016 se podría resumir de la siguiente manera: descarados remakes cuadro por cuadro de recientes éxitos extranjeros, tropicalizaciones baratonas, e intentos por emular el espíritu naïf de algunas películas de antaño. Sin embargo, ¿de verdad se puede asegurar sin reparo que esto es lo peor que dejó el año? A veces se necesita dedicar tiempo para hundirse en el fango y ahí encontrar lo aparatoso, lo grandilocuente, lo impostado y poder escribir este tipo de resúmenes. Así pues, además de dos cintas que ya habíamos incluido en nuestra lista de 2015 y que alcanzaron su estreno comercial (Los Muertos y Me Quedo Contigo), aquí doce instantes con los que estuvimos a punto mandar todo al diablo.

 

10 – Rouge Comme le Sang (Dir. Adrián Ollé-Laprune y Odile Lescas)

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En una de esas acostumbradas madrugadas que parecen interminables consagradas a la cultura pop, los datos chatarra y los videos extraños, quien escribe estas líneas se topó fortuitamente con el intrigante trailer de cierta película mexicana de corte fantástico, hablada en francés, protagonizada por Danae Reynaud interpretando a Caperucita Roja y de la cual la información era más bien escasa. Obviamente se convirtió en automático en una de esas curiosidades que se tenían que cazar. Por desgracia, llegado el momento de verla, se reveló un torpísimo esfuerzo hecho por estudiantes entusiastas de las diferentes versiones del cuento de hadas, en donde la falta de presupuesto, pero sobre todo de pericia, provocó una amalgama en la que nunca quedó claro si se estaba en la región de Loira del siglo XVII o en el México contemporáneo, si se estaba viendo un filme de terror o un melodrama ramplón, eso sin contar sus numerosos impasses narrativos. Al menos un aplauso para el responsable de editar el mencionado trailer.

 

9 – Inicuo: La Hermandad (Dir. Alejandro G. Alegre)

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“Si me hubiera tocado tener la edad que tengo en los setenta, habría sido imposible filmar una película. Ahí se necesitaba una maquinaria enorme, hoy afortunadamente no, con menos recursos puedes hacer algo muy decente. Ahora lo que hace falta es talento, yo no sé si lo tengo, yo sólo me estoy aventando a hacer algo…”. ¿Cómo no estar de acuerdo con las palabras del director Alejandro G. Alegre, dichas en conferencia de prensa después de haber visto su tercer largometraje en los últimos días del año? Cierto, hay que aceptar que en cuanto a manufactura hay un avance significativo respecto a ese desastre llamado Los Infectados (2011) y sí, la película es sintomática continuando una línea que ha transitado el mini-boom del cine mexicano de género, preguntándose qué se oculta detrás de la puerta en la casa de al lado (en este caso inspirado en la nota roja que involucra sectas religiosas); empero uno no se sorprende gran cosa cuando escucha al director explicar que no estaba muy seguro de lo que estaba filmando hasta que regresó a sus apuntes.

Una cosa es que un realizador pueda adjudicarle a su película un grado de ambigüedad y otra muy distinta que sean demasiado notorias las lagunas de un guión inconsistente, confuso, carente de ritmo y donde todas las acciones son dejadas a la suerte. ¿Quién es el protagonista y por qué se encuentra en la casa donde se llevará a cabo cierto ritual? ¿Qué hay al interior de esa caja de madera que la cámara insiste en retratar? ¿Qué quería resolver ese flashback en blanco y negro? ¿Cuál era la función en la narrativa de la presencia de ese par de primos que espiaban el movimiento de dicha casa? Y tomando que el trazo escénico no lo dejó del todo claro, ¿alguien puede explicar la arquitectura y cuáles eran las dimensiones de la misma? ¿Acaso alguna de esas dudas importan? Parecería que no. Sólo basta decir, como autor, que el espectador puede interpretar esos y otros aspectos como mejor le convenga y así lavarse las manos.

 

8 – El Cumple de la Abuela (Dir. Javier Colinas)

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El cine mexicano abrió actividades de manera oficial exactamente el primer día del año con esta colección de sketches eméticos, dignos de cualquier sub producto de la televisión abierta, basados en malos entendidos, con estereotipados personajes entrando y saliendo de habitaciones contiguas listos para decir algún rolling gag desafortunado (ya sea el escritor malogrado e inmaduro, la chica promiscua y rebelde o la abuela lenguaraz que nadie tolera); ello levantado voluntariosamente por un grupo de amigos actores para quienes las claves de ese súper eficaz filme de tintes comerciales siguen siendo inasibles. Por supuesto, esta flojísima comedia que aboga por el núcleo familiar (por más disfuncional que este sea), no era precisamente un buen augurio de lo que nos esperaba durante doce meses.

 

7 –Capo: El Escape del Siglo (Dir. Axel Uriegas)

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¿Quién hubiera dicho que la película que buscaba glorificar al “Chapo” Guzmán se la iba a robar flagrantemente “El Cochiloco”? Un servidor es un férreo defensor del mundillo videohomero, sin embargo aquí me vi imposibilitado en entusiasmarme con el regreso del prolífico y legendario productor de este mercado, Felipe Pérez Arroyo, a las salas de cine –doce años después de su último intento de transferir el espíritu populachero a otro nicho con Gente Común–, con una congestión de secuencias aburridísimas de conversaciones filmadas con un lenguaje por demás rudimentario, reducido a planos-contraplanos, ello para esgrimir cierto argumento risible acerca de la privatización del perico (sic) por parte del gobierno estadounidense. Y, atención, que en la recta final del año, Arroyo y compañía todavía se atrevieron a lanzar el trailer de una nueva película de título Capo: El Amo del Túnel, la primera parte de una pretendida tetralogía. ¿La incluiremos en nuestra lista de este año?

 

6 – Parque Lenin (Dir. Itziar Leemans y Carlos Mignon)

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Otro año más donde llegaron a cartelera esos documentales que yuxtaponen escenas de manera no lineal y que exponen a sus personajes, pero que no consiguen crear en algún momento un vínculo empático o íntimo con estos. ¿Quiénes son esos tres hermanos cubanos que lidian cada quien a su modo el luto por la muerte de su madre? ¿Por qué deberíamos de interesarnos en aquel que termina mudándose a París buscando ingresar a un conservatorio musical, al tiempo que intenta entender las inflexiones propias del francés? ¿Qué tienen de excepcional los otros dos, los cuales añoran ese último día que estuvieron juntos en el centro de diversiones de La Habana que hace alusión el título? Pero claro, sigan idealizando que el género es la panacea del cine nacional.

 

5 – Casi Paraíso (Dir. Pablo Narezo) y Atl Tlachinolli (Dir. Alexander Hick)

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A este par de documentales los puse juntos en esta posición debido a que comparten algunos de los elementos más despreciables del género: su déficit de atención, su urgencia por abordarlo todo y el formular una urdimbre de divagaciones.

En el primer caso, se trata del enésimo filme mexicano que tiene como materia prima a la familia del propio realizador –como si ésta realmente nos llegara a  interesar–. Lo que en un principio parecía una atractiva vuelta de tuerca al tópico, con unas viejas cintas caseras extraviadas, una extorsión por parte de un inmigrante africano y el regreso del director al país después de diez años residiendo en Hamburgo, terminó siendo una sucesión de imágenes dispersas (lo mismo de la muerte de su abuela que de Ayotzinapa o de la Semana Santa en Iztapalapa) así como una explicación imbécil acerca de la recuperación de aquellas cintas.

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Mientras que al segundo caso habría que agregarle esa mirada extranjera azorada, dispuesta, faltaba más, a desentrañar nuestra idiosincrasia y revelárnosla. Ahí estuvo pues un ensayo que se quiso poético, con grandilocuente voz en off femenina, en torno a la mitología del ajolote y el misticismo extraviado de la urbe alternándose con los ya infaltables personajes de extracción callejera (ya sea uno de los últimos miembros de la estirpe de pescadores de Xochimilco o un policía bancario), sus cotidianidades y sus anécdotas supuestamente desternillantes.

 

4 – Placa Madre (Dir. Bruno Varela)

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En primera instancia se perfilaba como una singular obra de ciencia ficción sin los efectismos comunes del género, en torno a una mística pero olvidada región boliviana en la cual sus monolitos, cuevas y escasa vegetación guardan historias y secretos milenarios, a los cuales alguna vez trató de acceder el director. Sin embargo, uno de los últimos sobrevivientes de la región, convertido en un guía de habla difusa, esa larga secuencia acerca de la compra de una llama y una colección de escenas donde el cineasta distribuyó en una mesa todo tipo de dispositivos de almacenamiento en desuso, fueron minando poco a poco el interés de esta suerte de found footage artsy film.

 

3 – Historias de Dos que Soñaron (Dir. Nicolás Pereda y Andrea Bussman) y Minotauro (Dir. Nicolás Pereda)

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En su momento, al terminar de ver Matar Extraños (2013), escribí en otra página que me daba por vencido con el cine de nuestro petit auteur Nicolás Pereda: después de varios intentos seguía sin poder encontrar esas virtudes que sus fanáticos recalcitrantes de prosa impostada ponderaban a la primera provocación. E ironías de la vida, al decidir dar cuenta del cine mexicano programado en diferentes festivales a través del año, me hizo reencontrarme involuntariamente con su trabajo ¡y en double feature! Y no, mi percepción no cambió. Ahí siguen sus filias como el juego ambiguo de representaciones entre actores y personajes, la repetición como entelequia y la concepción de la ficción misma por encima de la historia y sus rudimentos. Eso sí, hay que reconocerle que con Minotauro consiguió que nos identificáramos por primera vez con sus personajes: al igual que ellos, a la mitad de la película uno cae intempestivamente en estado de narcolepsia. ¡Bravo!

 

2 – Santa Teresa y Otras Historias (Dir. Nelson Carlo De Los Santos Arias)

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¿De dónde carajos sale tanto autor novel que perpetuamente está en personaje, el cual supuestamente tiene una confusión crónica en su cabeza y se ve incapaz de articular una oración coherente con la que intente explicar de qué trata su película o las motivaciones para haberla hecho pero que, eso sí, siente la necesidad de afirmar que es ajeno a lo institucionalizado, lo industrial, lo académico, lo homogéneo, mientras cree que filmar un plano de forma desprolija es transgresor? Curiosamente, sólo un par de días después de haber escuchado en sesión de preguntas y respuestas al dominicano Nelson Carlo De Los Santos Arias, a un servidor le tocó hacer lo propio con el peruano Juan Daniel Molero (director de Videofilia y Otros Síndromes Virales) y los comentarios eran idénticos (inclusive, ambos usaron como referencia a Lisandro Alonso para hablar del cine festivalero al que rehúyen). Ahí tienen a sus realizadores radicales.

Valga toda la perorata anterior para mencionar que una pequeña parte de 2666 (la titánica novela póstuma de Roberto Bolaño, en la cual cinco historias convergen en torno a la ola de feminicidios ocurrida en Ciudad Juárez como metafórico epicentro de la maldad latinoamericana), sirvió al director como inspiración para una conveniente asociación libre de ideas (donde cabe peregrinos en la Basílica de Guadalupe, muxes en Juchitán y una carta escrita y leída por Polly Krac, una de las activistas detenida en las conocidas manifestaciones del 1 de diciembre de 2012), atribuyéndole la atropellada lingüística caribeña que omite letras y no termina oraciones a la estructura inconexa y hasta arbitraria de este documental. ¡Vaya milagroso pretexto!

 

1 – Mientras Se Busca al Diablo (Dir. Diego Gutiérrez y Danniel Danniel)

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¿Cómo habrá estado la cosa que hasta el infatigable y disciplinado patriarca de la crítica, Jorge Ayala Blanco, huyó de la sala a exactos diez minutos de haber empezado la función? Videoarte trasnochado que bien hubiéramos podido ver en el Ex Teresa a finales de los años noventa, colándose descaradamente a la selección de festivales de cine vanguardista. Una vacilada que propone la supuesta creación de un software que editó de forma azarosa y caótica las cien horas de grabación que dejó el viaje del artista contemporáneo holandés Kees Hin por Europa, el sudeste asiático y México durante una década, para preguntar a hombres y mujeres de estratos, creencias y culturas variopintas su concepción acerca del demonio. No es de extrañar que la duración, velocidad, sentido y lógica de las imágenes vayan cambiando caprichosamente conforme la misma película siga su curso. ¿Es acaso tiempo ya de que surjan nuevos programadores festivaleros?