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Sobrevivimos al final del 2016 y para el cine mexicano en realidad nada cambió: el imaginario colectivo continuó concibiendo prejuiciosamente que las producciones de vena popular son las responsables de matar a una idealizada industria y que la comedia romántica es el único género al que tenemos acceso. Un discurso victimista y panfletario contra la burocracia, realizado por un director otrora oficialista, a pesar de su anquilosamiento, resultó revelador para más de uno, como si no existiera memoria alguna; la moda de los festivales siguió creciendo sin concierto ni identidad, con curadurías que perdieron cualquier asomo de sorpresa y premiaciones cada vez más incongruentes y cínicas; prevaleció el encono que tiene una generación reciente de cineastas con la prensa, esa villana zafia que sólo se encarga de categorizar y descalificar con la mano en la cintura; una nota vuelta viral al inicio de año acerca de la supuesta censura ejercida por parte de Cineteca Nacional hacia una película art house, por tratarse únicamente para gente educada (misma que a estas alturas del partido es más recordada por haber patentado un lente que por la obra como tal), reafirmó esa percepción de que el recinto es elitista; una inofensiva provocación hecha por el hijo de una icónica videoartista (¡Oh, un pene en primer plano, que transgresión!) fue merecedora del hype durante casi doce meses; y desde que fueron anunciados, se vislumbró que los recortes presupuestales serán la coartada perfecta para directores e instituciones, cuando estos nos ofrezcan el material bochornoso con el que nutriremos nuestras listas acerca de este 2017 que recién inicia.

Sin embargo, nuevamente en medio de fórmulas, frivolidades y escenarios poco optimistas, existieron destellos de originalidad y virtuosismo. Un crisol de cintas tuvieron como vaso comunicante el reflejar a su manera el convulso estado de ánimo del país. Además, cuatro filmes que incluimos en nuestro resumen del 2015, alcanzaron finalmente su estreno comercial (Llévate Mis Amores, El Patio de Mi Casa, Te Prometo Anarquía y Un Monstruo de Mil Cabezas). Aquí pues, esos otros diez momentos que definieron al cine nacional durante el año.

Mañana Psicotrópica (Dir. Alexandro Aldrete)

Alejado de recalcitrantes estereotipos clasistas (por los que el cine mexicano ha venido sintiendo una malsana fascinación), tabúes y una visión solemne;  Alexandro Aldrete consiguió uno de los retratos más fieles y honestos en torno a la sensibilidad adolescente de nuestros días, con sus protagonistas acostumbrados a vivir lo efímero.

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Maquinaria Panamericana (Dir. Joaquin del Paso)

Una disección realizada con increíble ojo clínico y humor caustico, pero nunca con condescendencia, a esa clase media mexicana (la de hoy o la del pasado, da igual) que parece únicamente congratularse en sus mezquindades y falta de perspectivas reales, aquí representada en el último día de una empresa perdida en su propio tiempo.

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Semana Santa (Dir. Alejandra Márquez Abella) 

Una meditación íntima en torno al sacro núcleo familiar y sus nuevos modelos, teniendo como telón de fondo unas vacaciones ajenas a la postal turística en las cuales permea insistentemente un sentimiento de fracaso (las pretensiones patéticas de personajes que desean encajar en un lugar, la playa alguna vez rutilante y paradisiaca, las llamadas telefónicas que sacan a la luz demonios…).

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Plan Sexenal (Dir. Santiago Cendejas)

Una intrigante home invasion movie con una particular estética punk, de colores opacos, que se encarga de subvertir las claves propias del género, y cuya intrusa no es perceptible a primera vista: la desazón de un país en caos, la cual va desintegrando todo a su paso y alienando a la pareja protagónica.

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Las Elegidas (Dir. David Pablos)

Para su segundo largometraje, David Pablos más que estar preocupado en realizar una radiografía de cómo funcionan las redes de prostitución en el país, retrató sutilmente la manera en que la inacción en torno a la violencia se ha convertido en cotidiana, ello mientras continuó explorando el tema de la herencia familiar como un error de raíz.

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Los Bañistas (Dir. Max Zunino)

A partir de la tragicomedia y el humor irónico, la primera cinta de Max Zunino nos mostró cómo los pequeños signos de solidaridad y el reconocerse en el otro pueden servir como contrapunto de la penalidad y la crisis crónica de un México urbano que abruma lo mismo a jovencitas provincianas incapaces de seguir estudiando por huelgas universitarias, que a hombres sexagenarios que pierden su empleo tras años de servicio.

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Sopladora de Hojas (Dir. Alejandro Iglesias Mendizábal)

Usando como mero pretexto un conflicto en apariencia superfluo (la búsqueda de un llavero perdido en un parque durante toda una tarde), Alejandro Iglesias Mendizábal presentó una desenfadada y lúdica épica cotidiana en torno al letargo adolescente, la amistad, la angustia ante el mundo adulto, la toma de decisiones y la muerte.

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Plaza de la Soledad (Dir. Maya Goded)

La ópera prima de Maya Goded resultó ser una afortunada extensión de su conocida obra fotográfica, en la que ha buscado aprehender la humanidad e intimidad de las envejecidas prostitutas que trabajan en La Merced y sus alrededores desde hace décadas. A la par, la película se eencarga de recuperar el entorno populachero (las calles bulliciosas, las canciones anacrónicas, las palabras seductoras y los modales).

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Tempestad (Dir. Tatiana Huezo)

Un road trip pesadillesco por un México ominoso, donde ya es normativo que la maldad, la injusticia y el miedo aneguen todo a su paso, el mismo en el que los villanos cambian de nombre pero terminan siendo los de siempre; el cual sirvió para que su directora rescatara del anonimato las historias de dos mujeres que tienen como común denominador el tráfico de personas.

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Bellas de Noche (Dir. María José Cuevas)

Sin duda, valió la pena esperar casi diez años el debut de María José Cuevas para poder presenciar cómo las reinas de la vida nocturna citadina de los años setenta y ochenta, esas divas de toda una generación, llegaron a una nueva buscando únicamente reinventarse. ¿Hasta cuándo se renegará de nuestra cultura popular, sus ídolos y sus símbolos sexuales? Este fascinante como entrañable juego de espejos y ambigüedades, en el cual personaje y persona se van fundiendo, ya dio el primer paso para que algún día aquello cambie.

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