Tras dos años de haberse estrenado 50 Sombras de Grey (2015), llega a miles de pantallas alrededor del mundo la segunda entrega de esta trilogía, titulada 50 Sombras Más Oscuras, aunque en esta ocasión es James Foley toma la silla de director.
Unos cuantos minutos bastan para que el director nos ponga al día con lo que ha pasado en la vida de Anastasia Steele (Dakota Johnson) tras la ruptura que tuvo al termino de la primera cinta con el multimillonario Christian Grey (Jamie Dornan), aunque eso poco importa pues la trama vuelve continuamente al mismo punto, razón por la cual esta cinta avanza sin ningún sentido o atractivo.
Para esta entrega sólo somos testigos de cómo, una vez más, Mr. Grey hace todo por conseguir que Anastasia haga lo que él quiere (aunque en repetidas ocasiones prometa haber cambiado) mientras que, por el otro lado, Anastasia lo intenta “todo” por entenderlo, conocerlo y buscar que dichos cambios se concreten.. Para su mala fortuna, es ella quien siempre termina cediendo y todos sus intentos concluyen en alguna cama, dando pie a esas escenas sexuales que se vieron en los avances.
50 Sombras Más Oscuras fracasa en numerosos sentidos. Las actuaciones son sosas, la historia es totalmente predecible y los personajes secundarios no aportan nada pero, lo más significativo no es ninguno de esos fallos, sino la forma en que nuevamente presentan, y peor aún, defienden y justifican, los estereotipos de mujer sumisa, tonta y dependiente, al mismo tiempo que regresan al estereotipo de hombre dominador, violento y superior, convirtiéndola en una cinta que transmite múltiples mensajes negativos y preocupantes, especialmente tomando en cuenta el público al que supone dirigirse.
Entre los pocos aspectos positivos se encuentran el soundtrack (a cargo de Danny Elfman por segunda ocasión) y las escenas sexuales entre Johnson y Dorman, las cuales mejoraron enormemente en comparación de lo que se vio en 50 Sombras de Grey, sin embargo sólo quedan como destellos en una cinta altamente machista, pretenciosa, vacía y absurda, que no tiene el erotismo, la intensidad, el sentido, ni alguna otra virtud de cintas tan variadas y superiores como Nueve Semanas y Media (1986), Bajos Instintos (1992), Ojos Bien Cerrados (1999), La Secretaria (2002), Shame (2011) o hasta cualquiera de las cintas de Lars Von Trier.
Por Mauricio González / @Mauricior28