Seleccionar página

jackiepEl chileno Pablo Larraín es uno de los directores más productivos, emocionantes y propositivos trabajando hoy en día. Esto queda de manifiesto con Jackie (2016), la primera de dos producciones estrenadas en menos de un año, tomando en cuenta que en 2016 también estuvo al frente de la excelente Neruda, que próximamente llega a la cartelera nacional, y que sucedió a la enigmática El Club, estrenada apenas en 2015.

Girando en torno a la figura de Jacqueline Bouvier Kennedy, tras el asesinato de su esposo y entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy (Caspar Phillipson), el filme de Larraín nos transporta a uno de los momentos que más han descolocado al país vecino en términos políticos y sociales pero, lejos de enfocarse en las consecuencias desde una escala mayor, el chileno opta por mostrarnos el proceso de duelo por el que Jackie (una formidable y contenida Natalie Portman) debe atravesar durante sus últimos días como inquilina de la Casa Blanca, al mismo tiempo que es interrogada al respecto por un periodista (Billy Crudup), en una obvia referencia a la histórica entrevista realizada por Theodore H. White para la revista LIFE.

Es a través de esta anécdota que Larraín logra con creces no sólo un interesante estudio del personaje titular, sino también una radiografía de la frivolidad como producto de la ambición, ejemplificado por la urgencia de Lyndon B. Johnson y su esposa por tomar el mando, al mismo que tiempo que, como hiciera en Neruda, señala la inherente necesidad humana de trascender.

Como si de un close-up se tratara, Larraín nos introduce en el miserable letargo que Jackie debe vivir tras su inesperada condición de viuda, buscando dignificar su duelo no obstante el asedio público y el compromiso que la ausencia de su esposo le representa ante la sociedad estadounidense que por dos años gobernó con una aprobación sin precedentes. Es ahí donde el trabajo de Portman es primordial para que la película no sucumba ante el sin rumbo que atraviesa el personaje, mostrando una carcasa que es idéntica en la superficie a la icónica primera dama pero que, en manos de la actriz, nos permite profundizar en su dolor y sus inquietudes, humanizando al personaje como nunca antes lo había hecho ninguna otra película.

Larraín, como también lo hizo en No Neruda, logra sortear los convencionalismos de las biopics o los filmes históricos comunes y corrientes. Para ello es de suma importancia su admirable colaboración, tanto con su director de fotografía como con su compositor musical, con quienes en conjunto logra crear una atmósfera fantasmagórica pero siempre sobria y leal a la época retratada, sin perder nunca de vista los temas centrales que se busca subrayar.

¿Qué sigue tras la pérdida? ¿Cuál es ahora el propósito de la protagonista tras su abrupta salida de los reflectores? Todas estas son las preguntas que Larraín pone en los hombros de su actriz quien, estoica, encuentra en el personaje una ventana para explorar las inquietudes propias de cualquier figura pública, algo en lo que Portman seguramente debe encontrar aristas con las que se identifique. Pero, más allá de los temas que conscientemente pone Jackie sobre la mesa, quizá el más poderoso no proviene del momento que ésta retrata sino del actual, donde el país que alguna vez gobernó al lado de su esposo se enfrenta a una inestable fragilidad de identidad, similar a la que ella debió de atravesar.