Basta presenciar los primeros minutos de Toni Erdmann (Maren Ade, 2016) para que Winfried (Peter Simonischek) logre incomodar al espectador con una de sus bromas. A pesar de que no es la sensación que la mayoría busca en la comodidad de sus butacas, su eficacia radica en que, al salir de la sala, exista en el espectador una enorme posibilidad de que reflexione sobre la relación con sus padres.
Esto constituye el eje de la cinta alemana: Winfried, un profesor a quien le encantan las bromas, y su hija Ines (Sandra Hüller), ejecutiva de una de esas transnacionales que en ocasiones se perciben omnipresentes, no llevan precisamente una buena relación, principalmente por el poco tiempo libre del que Ines dispone.
La resignación sobre esta situación llega a su fin cuando el perro de Winfried muere, lo que le empuja a hacer una visita sorpresa a Ines, quien se encuentra en Rumania para cerrar un importante trato de negocios. Esto origina una tensión prácticamente intermitente durante el fin de semana que ambos están reunidos, por lo que Winfried opta por contrarrestar esto creando a Toni Erdmann, un alter ego que se hace pasar por el gurú espiritual del CEO de la compañía en la que Ines labora.
Como destacamos al inicio, una de las primeras impresiones del filme es su humor incómodo, que se construye de una manera sumamente natural e inoportuna a lo largo de la cinta. Esto logra su cometido cuando, sin percatarse, el espectador puede hallar cierta empatía con Ines, cuya incomodidad por las bromas de su padre llega a niveles abrumadores, algo que se percibe eficazmente en pantalla.
A la par está la figura de un padre como Winfried, quien desea aprender más del mundo que prácticamente le ha robado a su hija, e incluso intenta mezclarse con éste, por lo cual Toni Erdmann se vuelve una versión más directa de sí mismo, extremadamente satírica y sarcástica, a lo cual se suma un jocoso aspecto que levanta sentimientos que van de la auténtica carcajada a la más sincera ternura.
Los peros apenas se cuentan. Quizá el mayor sea la duración de la cinta (de dos horas 39 minutos) que, aun con la fluidez que la directora logra crear, en algún momento puede ser demasiado si no se tiene el humor requerido. Algunos diálogos son memorables, pero otros tantos se sienten sobrados, e incluso absurdos; sabemos que este podría ser el propósito, para alimentar la sensación de “fuera de lugar” que mueve a Winfried, pero en un momento caen en la redundancia.
La directora confía totalmente en sus actores y guion, y se abstiene de utilizar música u otros recursos del entorno para exponer su mensaje; como Toni Erdmann, es directa, concisa, y tiene algo en su ridículo humor que no podemos dejar de ver. Por ello esta comedia (más orientada a la farsa) merece la atención del espectador por la evolución de sus personajes, así como de una historia que, como si rompiera la cuarta pared, puede quedar en los haberes de su público.