Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz
La adolescencia es pivotal en la formación de las personas. Se trata nada menos que de aquel momento en la vida donde uno tiene el poder (y la necesidad) de tomar decisiones para, con ellas, empezar a forjar el camino por el que el resto de nuestros días intentaremos lograr objetivos, metas y, más importante todavía, auto descubrimiento. También se trata de la etapa donde la rebeldía y la experimentación hacen su aparición más natural. Para hacer explícitos estos elementos los caminos son varios: los tatuajes, las perforaciones o el abandono de la casa que nos vio crecer son sólo algunos de los ejemplos más convencionales… Y, en el caso de Raw: Voraz (2017), el canibalismo se suma a la lista.
La francesa Julia Ducournau dirige sin duda una de las óperas primas más comentadas de los últimos tiempos: los desmayos y el público que huyó de la sala para vomitar en el festival de Gotemburgo, en Suecia, son sólo la punta del iceberg. Y es que, aunque Raw: Voraz ha pavimentado su camino de exhibición internacional a partir de anécdotas como estas (en lo personal, la película la vi en el pasado festival de Morelia, donde la princesa Clotilde de Orleans salió a pocos minutos de iniciada la función), la realidad es que sus placeres recaen realmente en otros factores.
La historia es sencilla e incluso convencional dentro del género de los coming-of-age, enfocándose en la llegada de Justine (la sensacional Garance Marillier) a la facultad de veterinaria, donde después de un sangriento rito de iniciación descubre un gusto por la carne humana que su calidad de vegetariana había mantenido en un plano más bien desconocido. Así, aunque inesperado, el nuevo gusto adquirido de Justine da pie a que, como la promoción lo ha señalado, Ducournau ponga al público en un lugar incómodo, donde la carne y la sangre adquieren un protagonismo gráfico que nunca se siente gratuito.
La experiencia de ver Raw: Voraz no puede dejar de lado el shock value detrás de muchas de sus secuencias. Ya sea que se trate de los momentos más sangrientos, involucrando ingesta de carne humana y chorros de sangre, o que hablemos de aquellas secuencias donde el contexto social hará a más de uno hundirse incómodo en la butaca (un humillante momento que involucra la propagación de una vergonzosa borrachera, por ejemplo), Ducournau sabe que su público está en busca de una experiencia que los haga reaccionar. Así, aunque habrá quienes vayan esperando una película de horror y tintes gore, muchos (incluido quien escribe) agradecemos que esto sea sólo el vehículo de la directora para explorar otros temas.
De esta manera, con el canibalismo como leitmotiv, Raw: Voraz se sirve para comentar sobre esa etapa que ya mencionamos conocida como adolescencia, donde el instinto más carnal hace su aparición, no importando las razones por las que (todos y todas) eventualmente estamos en busca de carne humana para saciar el hambre, no importando a qué tipo de apetito se haga referencia. Aquí, aunque llevándolo al extremo del canibalismo como último simbolismo de dicha necesidad, Ducournau se adentra al mundo juvenil de las drogas, las fiestas y la sexualidad en su punto más álgido. Es en medio de la libertad que el traslado a la universidad les brinda a los personajes que la directora encuentra un terreno fértil para aderezar la carnalidad latente de esta etapa en la vida de cualquier persona, al mismo tiempo que subraya una necesidad inherentemente humana por devorar (metafóricamente o explícitamente) a aquellos que en la vida nos representan competencia o un posible acercamiento al competitivo mundo adulto del que no podemos escapar más que devorando lo que se atraviesa a nuestro paso.
Pero todo esto no funcionaría sin dos elementos esenciales: el extraordinario guion (escrito por la misma directora) y las puntuales actuaciones de su joven elenco, de entre los que destaca sin duda Marillier en el rol protagónico, apoyada por el excelente trabajo de Ella Rumpf como su hermana Alexia y Rabah Nait Oufella como Adrien, el prospecto amoroso (e instigador carnal) de la protagonista. A ellos, cabe puntualizar, se adhiere también el veterano Laurent Lucas (Un Amigo como Harry, Lemming), quien como el padre de Alexia y Justine tiene una breve pero reveladora aparición.
Puntos extra al trabajo de cinefotografía, logrado con creces por Ruben Impens (The Broken Circle Breakdown), quien en conjunto con la música de Jim Williams (quien ha trabajado con el inglés Ben Wheatley) logran sacudir al público, llevando el material de Ducournau y las actuaciones de su elenco a lo que eventualmente se convierte en una experiencia con las mismas dosis de inteligencia que de emoción e inquietud.