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 Por Fernando Santoyo Tello / @FdoSantoyoTello 

Los grandes personajes del cine de terror slasher se labraron una carrera de éxitos durante los años ochenta y principios de los noventa; Michael Myers, Jason Voorhees, Freddy Krueger, Leatherface y, en última instancia Ghostface de la saga Scream (Wes Craven, 1996), son algunos de los asesinos más famosos de este tipo de trabajos.

Aunque duela, todos estos personajes son producto de otros tiempos y otra época. La inocente década de los ochentas, en la que el público consumía productos sin tantas quejas ni trabas, responde a un cine que en esa época se caracterizaba por la diversión sin concesiones y cierta ingenuidad, mezclada con mucho cariño hacía ciertos tópicos propios de los tiempos que corrían. En aquellos años, el cine slasher se veía como una alegoría a enfermedades nuevas e impactantes como el SIDA y las relaciones sin protección, con base en un entretenimiento descerebrado y acompañado de una buena ración de gore, aunque es justo acotar que aquella generación era más ingenua e impresionable.

Son pocos los personajes que después de los citados han intentado colocarse en el pódium de honor junto a ellos; por ahí podríamos forzar la entrada de Candyman con su primera entrega, que gozó de relativo éxito o, para los muy aficionados al género, Víctor Crowley en la saga de serie B Hatchet (Adam Green, 2006) también hizo su intento con tres películas, aunque ninguna logró trascender del directo a video.

Este año nos llega un nuevo personaje que no sólo intenta colocarse en ese pódium de honor, sino que también muestra la intención de resucitar este género prácticamente olvidado por el gran público.

Nunca digas su nombre (Stacy Title, 2017) presenta al Bye Bye Man, que cuenta con una mitología interesante pero llena de tópicos que mezclan muchos ingredientes de otros personajes y películas de terror con mejores resultados, como los mencionados Candyman, Freddy Krueger y la Parca con el accionar parecido a la saga Destino Final (James Wong, 2000). Lo que caracteriza a este nuevo personaje es que si oyes su nombre, lo piensas o lo dices (como ocurría con Candyman, aunque a él había que mencionarlo tres veces frente a un espejo) te perseguirá para matarte o, más bien, para que tú mismo te mates.

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La historia se enfoca en los estudiantes Elliot, John y Sasha que, después de mudarse a las fueras del campus universitario al que asisten, una noche y sin quererlo liberan al Bye Bye Man, quién comienza una espiral de locura y paranoia que amenaza con terminar en una ola de asesinatos masivos. Es por ello que los tres jóvenes se verán en la misión casi imposible de guardar el secreto sobre este ente maligno y, de esa manera, salvar sus vidas y las de todas las personas a su alrededor.

El origen de este personaje parece estar influenciado por las llamadas “creepypastas”, que no son más que leyendas urbanas de terror que cobran transcendencia gracias al internet. Una de las más famosa y temidas es la del Slenderman (una rápida inmersión en la red sobre este personaje les arrojará un buen rato de esparcimiento y terror, tal vez más que en toda esta película), de la cual el Bye Bye Man bebe mucho, ya que se trata de personajes altos, delgados, sin un rostro bien definido y ambos se meten en la psique de sus victimas para “obligarlos” a cometer espeluznantes actos.

Desgraciadamente aquí se tarda mucho en arrancar el terror y, aunque su prólogo es potente e impactante, a la película le toma más de cuarenta minutos tomar el rumbo que necesita. No es lo mismo cocer lentamente una trama a que ésta sea aburrida. También los clichés del género juegan en su contra, rayando aquí en el ridículo, pues parece que el guión lo escribieron robando pedazos o característica de otros personajes ya conocidos, incluyendo el método para matar a los personajes.

Los sustos son pocos y, aunque algunos son efectivos (eso sí, la mitología del personaje cuando menos es interesante), lo mejor de la película se puede ver en su tráiler, que está incluso mejor montado que la película en sí. La dirección es plana y genérica, sin aportar nada trascendente. Por su parte, aunque los actores no son malos, hacen un trabajo que no sobresale en ningún aspecto y, por si fuera poco, casi al final hay un par de secuencias con efectos digitales que son de pena ajena.

Al ver cómo pretendían continuar con el sine slasher a través de esta cinta, la verdad es que resulta mejor dejar las cosas así, con el puro recuerdo de los grandes ejemplos del género. No queda más que aceptar que este tipo de cine ha muerto.