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Emma Thompson, Noah Baumbach, actors Ben Stiller, Dustin Hoffman, Adam Sandler, Ted Sarandos

Por Alonso Díaz de la Vega / @DiazDeLaVega1

No empezaba aún el Festival de Cannes este año cuando comenzó la controversia sobre si la fiesta cinematográfica más importante del mundo debía premiar películas que no fueran a ser programadas en salas de cine tradicionales. Ante la presión —sobre todo de las exhibidoras—, el festival anunció que a partir del próximo año no seleccionará películas que no se muestren en salas de cine. Lo que para muchos es un conflicto de experiencias y romances —como ya lo discutí en mi pasada colaboración— es en realidad una crisis dentro de un grupo de empresarios que busca mantener sus ganancias intactas, o incluso ascendentes, en los próximos años. La batalla importante no es por el lenguaje cinematográfico —que no por estar en una televisión o en una tableta cambia— sino por mantener la hegemonía comercial.

Es natural que los cines se defiendan de Netflix. Les están quitando su público y con ello lo más importante: su capital. Pero la respuesta que están dando es una de competencia mezquina. Ya vencieron en Cannes, y en Hollywood la AMPAS ya añadió más medidas anti-streaming a otras similares a las del festival. Ya era norma que, para que una cinta pudiera ser elegible en los premios Oscar, antes debería ser exhibida en cines aunque sea por un periodo breve. Pero ahora tampoco los documentales seriales, como el ganador del Oscar de este año OJ: Made in America (2016), podrán ser elegidos. Las exhibidoras, mediante su influencia, no están reaccionando con medidas de competencia que beneficien al consumidor sino con mera grilla que le está cerrando las puertas a un nuevo e importante competidor, de manera que acaban afectando al espectador porque no mejoran sus condiciones para preferir las salas de cine, simplemente se las imponen.

En medio de este pleito histórico sólo la audiencia podrá decidir el resultado, y las razones económicas sugieren una victoria para Netflix y otros servicios de streaming. Utilicemos el ejemplo del mercado más importante del mundo: Estados Unidos. Según The Hollywood Reporter el boleto promedio en EU llegó —de nuevo— a un récord histórico de 8 dólares con 84 centavos. Es cierto que, considerando la inflación, ahora es incluso más barato que en los años 70, pero poca gente va al cine sola y hay que considerar otras cifras. Una salida no es solamente el o los boletos: implica también el transporte, el estacionamiento si se va en auto propio, y las botanas típicas de las dulcerías. Si sólo el boleto cuesta en promedio 8.84 dólares y Netflix cuesta a lo mucho 11.99 dólares, ¿qué entretenimiento le resulta más accesible al espectador promedio en una economía que ya no es lo que fue cuando florecieron las cadenas de exhibición?

 cannes

Todas las culturas hoy están definidas por la economía. Ya ha sido reportado que en Estados Unidos los jóvenes están comenzando a regresar a casa de sus padres para ahorrar, en vez de independizarse como solían hacerlo en años más estables. Los préstamos estudiantiles y el encarecimiento de las ciudades los están obligando a ello y, según reportó hace tiempo el New York Times, la gente ya ni siquiera hace fiestas. Según estadísticas del Buró del Trabajo, la cantidad de tiempo que la gente pasa en eventos sociales bajó de 15 a nueve minutos diarios entre 2003 y 2014. Según el artículo la economía era una razón tan importante como lo es la tecnología. Es caro hacer fiestas e ir a ellas, además resulta más fácil y conveniente para los millennials entretenerse por su cuenta con videojuegos, streaming y televisión en casa. No por nada se ha hecho tan popular la palabra binge en los últimos años. La gente está optando por hundirse en sus televisores.

En una cultura así la mejor opción para las exhibidoras sería ofrecer alternativas más baratas para atraer a su público, no reducirse a maniobras políticas que provoquen un nuevo elitismo y que mantengan vivo al sistema de fabricación en masa de Hollywood. Sí, los sistemas de streaming son imperfectos. Entre tantos estrenos en Netflix, por ejemplo, es difícil encontrar cualquier cosa, pero algo de curiosidad por parte del espectador puede resolver el problema. A final de cuentas hay muchas páginas que se dedican a anunciar los estrenos y una visita a IMDB o a una columna de crítica son suficientes para tomar una decisión informada sobre qué ver. Sin embargo, cerrarle el paso a una empresa que está dando mayor libertad creativa que los grandes estudios podría provocar una seria aunque necesaria crisis en la industria con consecuencias negativas para quienes la provoquen. De continuar esta situación, probablemente el cine se partiría entre las producciones de autor disponibles en Amazon, Netflix Hulu y las superproducciones de Hollywood, que tarde o temprano cansarían al espectador.

Esto ya pasó en los 70, cuando la generación baby-boomer, influenciada por la contracultura y el verano del amor, comenzó a ver y exigir más películas de autor y con mayores propuestas estéticas. Pero si en aquel entonces esto rescató a Hollywood, que se dio la oportunidad de producir películas que antes le parecieron arriesgadas, hoy podría ser un duro golpe del que no hay cómo saber si se recuperaría. Esto inevitablemente dañaría también a sus mayores aliados: las cadenas de exhibición. Si el espectador se cansa de franquicias de hasta 7 u 8 secuelas, y eso es lo único que los estudios pueden ofrecer, inevitablemente se orientará al streaming. Basta oír a Bong Joon-ho, a Tilda Swinton o a Noah Baumbach desde Cannes para saber que los talentos jóvenes de la industria no están del lado de Hollywood. Sería mejor que las exhibidoras maniobren con las productoras a favor de la libertad creativa antes de que sea demasiado tarde.

bong