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Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz

La intención detrás de Tras la Tormenta (2016), el filme más reciente del japonés Hirokazu Koreeda, es clara. Para su onceavo largometraje de ficción, el veterano director de películas clásicas como Nobody Knows (Dare mo shiranai, 2004) y Still Walking (Aruitemo aruitemo, 2008), o más recientemente De tal padre, tal hijo (2013) y Nuestra pequeña hermana (2015), recurre nuevamente a la cotidianidad en el Japón urbano contemporáneo para preguntarse (como muchos solemos hacerlo) por qué la vida nos lleva por caminos que no siempre se apegan a los que nuestros ideales nos hicieron creer que recorreríamos.

Koreeda cuenta la historia de Shinoda (Hiroshi Abe), quien en su infancia soñaba con ser un servidor público, aunque su vida lo llevó a convertirse en escritor hasta que lo conocemos, después de un largo bloqueo creativo tras haber ganado un premio literario años atrás, viviendo con dificultades como parte de una agencia de detectives privados. Principalmente dedicado a casos de infidelidades o pleitos escolares de la clase media, el día a día de Shinoda es un vaivén emocional a costilla de pleitos domésticos ajenos que, sin quererlo (¿o sí?) funcionan como un freno ante su urgente pero aún incipiente madurez.

Padre del muy joven Shingo (Taiyô Yoshizawa), el detective/escritor vive evadiendo las responsabilidades paternas a las que su ex esposa Kyôko (la sensacional Yôko Maki) busca hacerle entender que debe hacer frente pero, a diferencia de los melodramas más facilones, aquí las razones sus actos (o la ausencia de estos) nunca busca exponer a Shinoda como un padre irresponsable. De esta forma, compasivo como siempre se ha mostrado Koreeda con sus personajes, el también guionista y editor excava en las más profundas heridas emocionales de su protagonista, aunque siempre respetuoso y elocuente del proceso personal de éste, utilizando el recuerdo de su difunto padre como el principal comparativo al que todos recurren cuando hablan con él. Y es que, aunque Shinoda no necesariamente siente estas comparaciones como un halago (su madre, por ejemplo, no es tímida respecto a la felicidad que conlleva su vida como viuda), Koreeda logra dignificar también la figura del difunto, mostrando que sus errores en vida provienen más de la complejidad humana que de la maldad o el desinterés.

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Con la acostumbrada sensibilidad del director japonés como sólido fundamento humano respecto a todas las acciones de sus personajes, Tras la Tormenta hace una alusión literal y metafórica a su título a través de su íntimo tercer acto. Ante el pronóstico de una tormenta la misma tarde que Shinoda se re encuentra con su hijo, después de un mes de no verlo, Koreeda teje lentamente un relato en el que el protagonista deberá enfrentar a su familia (su hermana, su madre, su hijo y hasta su ex esposa), con quienes su estilo de vida ha generado más conflicto que amnistía. Así, después de haber usado sus adquiridas destrezas detectivescas para espiar a su ex y enterarse de que tiene un nuevo romance (aunque siempre asegura que su trabajo sólo es parte del proceso creativo de una nueva novela), el protagonista enfoca todos sus esfuerzos para que la visita a su hijo y la tormenta por venir sean el pretexto perfecto que le hagan pasar una noche junto a ellos e intentar enmendar los errores pasados, aunque nunca cediendo a resoluciones simplonas o necesariamente optimistas.

Ya sea por sus prolongadas ausencias, su falta de compromiso paternal y profesional, o por el patetismo de las malas prácticas con su madre (a quien le solicita préstamos constantes o, de plano, le roba dinero a escondidas), Shinoda no es un personaje fácil de querer, sin embargo su complejo y errático comportamiento enriquecen el relato, en el que el director nuevamente nos recuerda por qué suele ser comparado con gente como Yasujirô Ozu. El enfoque de Koreeda casi no da pasos en falso (aunque de repente se distrae en sub tramas, como la de la agencia de detectives, que a ratos se siente sobrada) y nuevamente resulta una delicia cómo nos involucra en las costumbres de su cultura.

De esta manera conviven con su interesante desarrollo de personajes e historia detalles que parecen mínimos pero que sólo suman autenticidad a la narrativa, como sus acostumbradas secuencias caseras, en las que podemos ver a sus personajes preparando la comida y conviviendo en la intimidad del hogar, haciéndonos sentir como cómplices y no necesariamente espectadores de la vida que tan emocionalmente imprime a cada una de sus creaciones.