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Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz

“¡Ya hacía falta una súper heroína digna!”, “¡Lo mejor que ha hecho DC desde la salida de Nolan!” o simplemente el mote de “feminista” impuesto a la ligera son sólo algunos de los vicios que se han mal usado en los últimos días para ejemplificar la sorpresiva recepción que ha tenido Mujer Maravilla (2017) alrededor del mundo, a sólo unos días de su masivo estreno mundial. Y no es novedad que dicha sorpresa provenga de las razones incorrectas; mientras son muchas las posturas que proponen el éxito de una producción dirigida y protagonizada por mujeres como algo increíble por improbable, hay otras posturas que sin restar sus méritos (porque los tiene, y varios), se los atribuimos a motivos menos obvios o condescendientes.

Después de tres saltos al vacío sin paracaídas alguno – Hombre de Acero (2013), Batman v. Superman: El Origen de la Justicia (2016) y Escuadrón Suicida (2016) –, la filial cinematográfica de DC Comics muestra por primera vez signos vitales. De la mano de Patty Jenkins (Monster, 2003) y con Gal Gadot en el papel titular, Mujer Maravilla es no sólo interesante por las razones que – a veces con más argumentos que otras – pueden encontrar en un buen puñado de reseñas o críticas. En lo factual, en efecto, la película ya representa un hito, siendo la producción dirigida por una mujer con el debut más fructífero en la historia. Pero más valioso resulta el hecho de que también, por vez primera desde que Zack Snyder se responsabilizó por este universo cinematográfico, el guion en el que se basa la directora va más allá de una simple anécdota llena de acción que derivará en los dos episodios anunciados de la Liga de la Justicia (2017).

Inspirada en los relatos de la antigua Grecia, la mitología alrededor de la Mujer Maravilla nos remite a una isla habitada por amazonas en constante entrenamiento. Ahí vive Diana (Gal Gadot), quien lentamente irá mostrando más virtudes que el resto de sus contemporáneas, hasta eventualmente descubrir un poder que sólo la hace sentir más responsable de usarlo en algo que realmente valga la pena. Es entonces que sorpresivamente llega a las costas de la isla que habita un desafortunado piloto, cuyo avión fue derribado y, detrás de él, la flota enemiga que busca eliminarlo. Así, a punta de metralla, irrumpe la guerra en el idílico hogar de las amazonas, provocando de inmediato un violento enfrentamiento para el que su entrenamiento es efectivo aunque deviene en pérdidas.

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El piloto (Chris Pine) explica las razones por las que su avión fue derribado. Afuera del protegido paraíso hay una guerra en proceso y con ella nace la inquietud de Diana, quien sin chistar se aventura con el piloto hacia el mundo de los mortales en una misión de pacíficas intenciones. Es entonces que Jenkins, ayudada de un sobresaliente trabajo de vestuario y construcción de sets – sí, la directora en un inicio sustituye las pantallas verdes por verdaderas escenografías – consigue no sólo transportarnos a la Europa de la Primera Guerra Mundial, sino también jugar con la idea de los choques culturales. Son varios los momentos de humor que se desprenden de esto, primordialmente sustentados por el impacto que provoca el muchas veces inverosímil y absurdo mundo de los mortales ante la sencilla e ingenua mirada de la protagonista.

Sin embargo, la directora no se va por lo sencillo y, aunque en ocasiones la ingenuidad del personaje se acerca peligrosamente a un retrato que la podría exhibir meramente como una tonta, el guion consigue dignificar sus incapacidades sociales, mostrando que en ningún momento provienen de una inferioridad intelectual, sino del absurdo razonamiento del mundo moderno. Esto, aunque calculado, nunca se siente forzado en gran medida gracias a la sensacional química entre Gal Gadot y Chris Pine.

Resulta aún más plausible que debajo de esta fachada comercial, llena de melodrama y acción en una de las grandes guerras que Hollywood ama retratar en pantalla, los guionistas – porque aquí se acaba el feminismo light, al ser todos hombres – encuentren espacio suficiente para hacer respirar la interacción y construcción de sus personajes, al mismo tiempo que tocan temas como la incongruencia o la crueldad humanas, que hacen a Diana testigo de lo errática y decepcionante que puede resultar la raza humana.

Suponer que Mujer Maravilla es algo más que un entretenimiento dominguero resulta tan absurdo como esperar que sea también una película feminista en un Hollywood contemporáneo – o de antaño – liderado por hombres, aunque nadie podrá negar que al menos durante su primera hora se trata de uno de los productos palomeros más efectivos en lo que va del año – aunque luego eso se olvida, gracias a las lamentables secuencias finales de acción, influenciadas por la sobre estilizada estética de su productor Zack Snyder – . Aquí términos como “anticuada” y “de fórmula” no resultan necesariamente peyorativos, sino ejemplos de que cuando algo está realizado con cierto compromiso, es fácil evidenciar las razones por las que tantos disfrutan que les cuenten la misma historia una y otra vez. Sin embargo, resulta interesante que tratándose de algo tan “visto antes”, la nueva Mujer Maravilla sea tan inspirada y grata sorpresa para quien busque un entretenimiento básico, aunque mucho más consciente de su responsabilidad en la construcción de roles sociales. Ahora sólo queda esperar que, como lo señalan los clichés que la han acompañado, el efectivo y exitoso resultado de la película sí empuje a que por fin Hollywood permita más injerencia femenina en su maquinaria.