Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz
Algo extraño ocurre afuera. Cubierto de extrañas llagas en la piel, un hombre agonizante es tranquilizado por su hija Sarah (Carmen Ejogo), quien le asegura que todo estará mejor, sin retirarse nunca la máscara de gas del rostro. A ella le siguen su esposo Paul (Joel Edgerton) e hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.), quienes llevan al hombre bosque adentro. Al lado de una fosa abierta en medio de los árboles, Paul y Travis colocan una almohada sobre el rostro del hombre moribundo para después depositar una bala en su cabeza. Una extraña enfermedad parece haber arrasado con la humanidad y la familia de Paul sólo ha hecho lo que, a falta de certidumbre, parece ser lo indicado.
Para su segundo largometraje, el joven director estadunidense Trey Edward Shults recurre a una historia que en su sencillez y economía esconde mucho más de lo que aparenta. Nominado a la Caméra d’Or en el Festival de Cannes en 2015 por la impactante y oscuramente divertida Krisha (ya disponible en Netflix), el cineasta de Texas encuentra en el terror psicológico un vehículo ideal para no sólo envolver al espectador en la ansiedad de la amenaza desconocida que impide a los protagonistas abandonar la cabaña donde se encuentran refugiados, sino también la alegoría perfecta para el estado social que vive la humanidad.
Terrorismo, religión, política o cualquier discrepancia ideológica son sólo algunas de las razones por las cuales vivimos amotinados y temerosos respecto a los otros, con nada más que la necesidad de un estímulo para dejar salir nuestro lado más egoísta y rapaz, situación que Trey Edward Shults no ignora e incluso utiliza como alegoría principal de su segundo largometraje.
En Viene de Noche (It Comes at Night, 2017), de manera similar a lo logrado recientemente por Jordan Peele en la exitosa ¡Huye! (Get Out, 2017), el joven director materializa una discreta pero poderosa crítica al individualismo nacido del terror a aquello que consideramos peligroso (o nada más distinto, en muchos casos). Es así que la llegada de una nueva familia (conformada por los siempre efectivos Christopher Abbott y Riley Keough), quienes eventualmente se aparecen pidiendo ayuda a la familia protagónica, de inmediato desestabiliza el orden casi ritual con el que estos últimos llevan a cabo su rutinaria vida de supervivencia.
Al igual que como ocurriera con su anterior película Krisha (aunque en aquel caso, a través de la tensión generada por las incómodas y ocasionalmente cómicas situaciones detonadas por el volátil personaje titular), aquí la tensión se convierte en la principal moneda de cambio con la que el espectador es recompensado. ¿Las intenciones de la nueva familia son sinceras? ¿Los métodos para subsistir y mantenerse a salvo de los protagonistas son válidos? ¿Cuál es el límite de la desconfianza? ¿Justifica actos tan fríos como el homicidio inicial de uno de sus miembros?
Sustentada por un extraordinario trabajo de cinematografía a cargo de Drew Daniels (muy distinto en tono e intención a lo realizado en la ya mencionada Krisha) y los inquietantes acordes musicales de Brian McOmber (también frecuente colaborador del director y aquí en un tono más cercano a lo logrado por Mica Levi en Bajo la Piel de Jonathan Glazer), Viene de Noche nunca es tímida respecto a la fragilidad humana que imprime a sus personajes, sin juzgarlos necesariamente respecto a sus actos, pero tampoco suavizando la voraz lógica con la que éstos se desenvuelven en la trama. Es gracias a este retrato de una humanidad errática y aterrorizada en una situación anómala que Trey Edward Shults trasciende la narrativa y el argumento que sustenta su película, logrando con ella un trabajo que se vuelve tan universal como terriblemente atemporal sobre el miedo como adoctrinamiento en la sociedad actual.