Por Alberto Acuña Navarijo / @LoungeYMartinis
Mientras van rumbo a un viaje a la playa, una tímida niña de once años y su padre, un hombre perpetuamente deprimido, mantienen la que presumiblemente es su primera conversación cercana. En ésta no sólo se da una confesión acerca de la infancia de él, sino la evidencia de que ambos tienen la urgencia de ser aceptados por el otro. Esta es una secuencia esencial de Alba, ópera prima de la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán en la cual, a la par que estas dos personas coinciden circunstancialmente tras ser hospitalizada la madre enferma de ella; el dolor inevitable que produce crecer, la incertidumbre propia que representan los cambios y la asimilación de la muerte se conjugan.
A propósito de su reciente visita a la Ciudad de México, conversamos con la cineasta en el Centro Cultural de España para conocer más sobre la representante de Ecuador para buscar una nominación en la categoría de Mejor Película Extranjera rumbo a la próxima entrega del Oscar.
-Cinema Móvil: Una constante desde tus primeros cortometrajes es que tienes como protagonista a una niña de once años. ¿Qué es lo que llama tu atención respecto a esa edad en particular?
Ana Cristina Barragán: “Siento que es muy interesante trabajar con niñas de esa edad porque están en un limbo, normalmente o son muy conscientes de sí mismas y ya se miran desde afuera pendientes de su apariencia, o son muy espontáneas; entonces encontrar en mis trabajos a las actrices que tengan esta mezcla hace que para mí sea fascinante e hipnótico filmar. Me parece que en esa edad hay ternura y a la vez mucha angustia; es una etapa de ruptura, de quiebre”.
-De ahí que resulte hasta natural que en el transcurso de la película veamos cómo a Alba todavía le interesa armar rompecabezas o jugar con muñequitos y conchitas, pero al mismo tiempo está practicando la coreografía del video musical, la cual tiene una connotación sexual.
“Claro, mientras las otras niñas hablan de besos, ella sigue jugando con muñequitos. Me gustaba la idea de ir marcando con pequeños detalles cómo Alba va cambiando. Por ejemplo, al principio ella tiene el cabello más despeinado, luego empieza a usar la diadema que le robó a la compañera del colegio porque hay una ansiedad en robar los objetos de las otras niñas, no tanto por no tener plata o por malicia, sino porque para ella robar es crecer. Al final la transformación termina cuando está en la fiesta totalmente maquillada y viéndose más grande. Aunque quizás el crecimiento más importante que Alba tiene no es el de preguntarse “¿cómo me veo?” o “¿cómo bailo?”, sino el que se encuentra por debajo cuando ella asume quién es, quién es su papá, de dónde viene y qué es lo que no quiere llegar a ser”.
-Y hablando de la dualidad propia de esa edad, ¿cómo fue en esta ocasión la selección de tu actriz principal?
“Hubo un casting grande para encontrar a la protagonista y vimos más de seiscientas niñas. Resultó un proceso muy largo el buscar niñas que fueran muy maduras para poder actuar y que a la vez tuvieran el compromiso, porque sería un trabajo de seis semanas de filmación además de dos meses de ensayos. Cuando llegamos con Macarena Arias el trabajo fue muy particular porque es una niña muy inteligente, pero eso hace que también sea muy cerebral, entonces tenía bloqueado su lado sensible. Tuvimos que hacer varios ejercicios como escuchar música, pintar con colores de qué manera ella representa sentimientos como la envidia o la inseguridad, hablar acerca de las amigas del colegio y hasta comer con los ojos cerrados durante varios días.
Ya después ella tuvo que trabajar con Pablo Aguirre Andrade, quien interpreta al papá, porque imagínate lo que es que un señor y una niña que no se conocen tengan que establecer esa confianza; podía haber incomodidad entre los personajes pero no entre los actores, entonces el trabajo consistió en hacer muchos juegos en equipo, ir conociéndose, irse contando secretos el uno al otro hasta que se formó una conexión muy fuerte entre los tres. De manera individual, con Pablo, el trabajo fue bajar las cosas a lo más natural ya que él provenía del teatro y este era de sus primeros proyectos en cine. Si en el teatro es llevar todo hacia fuera, aquí era contener todo el tiempo. Creo que lo logró.
Con los otros niños fue un proceso muy divertido. Primero buscamos que entre todo el grupo se hicieran amigos para después hacerles entender que debía de haber un respeto muy grande y un lazo muy sólido entre todos para poder filmar escenas tan fuertes como aquella de la reunión donde obligan a una niña a beber una sustancia asquerosa como parte de un juego; entonces terminábamos de filmar la escena y abrazaban a la niña. De algún modo aprendieron sobre bullying, que es muy propio de su edad, y creo que lo manejaron con mucha madurez”.
-En tu papel de guionista, ¿cómo fuiste hilvanando el tema de la aceptación social con otras preocupaciones latentes, como la muerte o la feminidad?
“Uno de los temas que más me importaban era precisamente cómo se busca encajar en los parámetros de éxito. Los dos personajes al ser súper tímidos, extraños y frágiles no lo consiguen, y tampoco se dirigen la palabra mientras que a su alrededor siempre hay ruido. Los niños del colegio y las personas del registro civil donde trabaja él todo el tiempo están hablando. Y creo que el tema de la aceptación está totalmente ligado a este universo de los once años; cuando eres niño no piensas en esas cosas, sólo eres raro, o tímido, o libre. Eres como eres, pero justo en esa edad empiezas a entender qué es lo que deberías ser y qué es lo que los demás esperan que tú seas.
Y por otro lado está el tema de la clase social, que para mí también era súper importante en la película; el papá va viendo cómo el resto avanza mientras él se quedó deprimido en un universo en el cual quizá no pertenecía en un inicio, mientras que la niña no quiere que sus compañeras sepan dónde vive por pena. Pienso que esos dos temas van conduciendo a otros intereses como puede ser el final de la inocencia”.
-No es la primera vez que colaboras con tu fotógrafo. ¿De qué manera pensaron los colores del universo de la protagonista, donde caben los maquillajes que empieza a usar o los pequeños objetos de los que se va apropiando como el anillo y la botella de perfume?
“Así es. Con Simon Brauer ya había trabajado en un cortometraje anterior [Ánima, 2013] y me gusta muchísimo que tiene un instinto muy agudo, o sea, no es alguien con quien me voy a sentar a hacer una lista de planos súper precisa porque no va a funcionar. Me encanta la conversación que tenemos para llegar a ciertas cosas y en el caso de Alba fue un proceso muy interesante porque, al ser mi primer largometraje, había cosas que ninguno de los dos sabíamos cómo iban a funcionar. Nos fuimos dando cuenta sobre la marcha. Por ejemplo, el esperar a que la actriz se despertara de verdad para que fuera un momento real; Simon tuvo que mantener la cámara durante quince minutos para encontrar esa escena; o seguir el rostro de los actores todo el tiempo sin cortar, porque yo no quería que ellos se salieran de la situación. Entonces, si íbamos a hacer un plano general, no cortábamos sino que nos movíamos todos. Querer llegar a un nivel de naturalidad muy alto implicaba que todo el crew entendiéramos que los actores eran el centro.
Y respecto a los objetos yo estuve muy involucrada con Oscar Tello, el Director de Arte, porque para mí en una película tan silenciosa éstos se vuelven más importantes. Por ejemplo, cuando ella abre una caja no se te va a explicar ‘Ella y su papá se separaron en tal época’, sino lo que vas a ver es una fotografía, el cordón umbilical que conservó la mamá o una pequeña libreta. Todos los objetos son flechas hacia afuera que te señalan lo que no se dice, entonces el elegirlos era vital, al igual que la decisión con el fotógrafo de ir hacia algo cerrado, pequeño y muy concreto”.