Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz
La reciente racha de festivales hizo que el público del Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival Internacional de Cine de Los Cabos pudieran ver, como se debe, la nueva película del griego Yorgos Lanthimos. En el caso del primero, debido a que después de su paso por Cannes, la película fue parte de su sólida selección fuera de competencia y, en el segundo, por la sorpresiva visita de la actriz Nicole Kidman a las playas sudcalifornianas, todo esto en vistas de su próximo estreno en México (planeado para el 9 de Febrero del 2018).
De igual manera, durante el festejo cinematográfico michoacano, la oportunidad de platicar con el actor mexicano José María Yazpik me permitió conocer la historia de Mamartuile, la nación ficticia que titula el cortometraje que protagonizó para Alejandro Saevich. Y, ya entrado en gastos por tratarse de un corto también, la historia de una niña y su peculiar relación con las abejas como cereza del pastel. ¡Dénse!
The Killing of a Sacred Deer de Yorgos Lanthimos
(****1/2 / *****)
Yorgos Lanthimos es un provocador y decirlo no es necesariamente negativo. A diferencia de otros directores como Gaspar Noé, Lars Von Trier y demás nombres que se han inscrito en el mainstream cinematográfico con el mote de enfants terribles, el caso de Lanthimos sigue libre de gratuidad.
Si bien es cierto que es un director que ataca temas densos con un estilo perturbador (hasta sus anteriores trabajos, como La Langosta o Dogtooth, son inquietantes a pesar de su registro más cercano a la comedia), Lanthimos encuentra en el estilo un vehículo para la sustancia. Cada imagen y cada nota musical tiene una intención y un efecto; para muestra la primera escena de The Killing of a Sacred Deer (2017), donde a ritmo del Stabat Mater de Franz Schubert, nuestra mirada es invadida por una cirugía en primer plano. La sangre brota y el bisturí atraviesa la piel. Es desde ese momento que el director deja clara su intención y, como espectadores, caemos en su juego.
La historia es elemental. El médico Steven Murphy (Colin Farrell en un título más a su racha imparable) es enfrentado por un joven que en primera instancia lo busca con aparente admiración. La relación pronto evoluciona entre halagos hasta que la vanidad de Murphy involucra al joven con su familia, invitándolo en repetidas ocasiones a su hogar, donde su frágil estructura familiar se convierte en víctima inevitable de los peores males y las consecuentes heridas (físicas, psicológicas y hasta demenciales) a las que esta interacción pronto los condena.
Alejado un poco de los distópicos universos que su filmografía suele utilizar como telón de fondo, Lanthimos sitúa The Killing of a Sacred Deer en el mundo más real que ha retratado en la pantalla. Pasillos de hospital, exteriores urbanos y los asépticos suburbios contrastan con el torcido desenvolvimiento de su trama, donde como en la secuencia inicial ya referida, el espectador ve la incisión enmudecido y en estado de hipnosis. El involucramiento sigue al morbo, pero se concreta por la cercanía que el mundo de estos personajes representa, no obstante el disparatado y agresivo desarrollo.
A ello ayuda, como siempre, el trabajo de cinematografía a cargo de Thimios Bakatakis (el de cabecera de Lanthimos), quien con sus imágenes nos hace pensar en lo que se debió haber sentido experimentar a Kubrick por vez primera en la gran pantalla. Igual de efectiva (y efectista, insisto, en la mejor de las maneras) es la musicalización, donde lo sacro y lo clásico colisionan incluso con el pop de Ellie Goulding, todo con un propósito claro y evidente.
Lanthimos juega con el público de formas perversas. No en vano se ha comparado a The Killing of a Sacred Deer con obras como Funny Games de Haneke o We Need To Talk About Kevin de Ramsay. Y aunque el “malviaje” es parte de la grata experiencia, no todo es tan torcido como parece. Es así que también el seco sentido del humor que ha caracterizado parte la obra del director griego se hace presente, provocando no sólo un respiro ante la tensión generada, sino también provocando incómodos momentos en los que como espectador es válido preguntarse: “¿Me debería de estar riendo o ya perdí el barómetro de la insensibilidad?”.
Parte del truco está en las actuaciones, empezando por el puntual desmarcamiento de Farrell de todo el elenco. Aquí, el irlandés parece un autómata, un médico cuya frivolidad lo distancia emocionalmente del resto. Dicho distanciamiento es el que detona la creciente incompatibilidad con su esposa Anna (Nicole Kidman, haciendo del 2017 su año), quien para intimar con él siempre debe preguntar “¿Anestesia Total?”, antes de posicionarse inmóvil en la cama y a merced de su marido.
Pero la sorpresa viene por parte de los miembros más jóvenes del elenco, además del cameo más inesperado del año. Como los hijos de Anna y Steven, Raffey Cassidy y Sunny Suljic resultan en las víctimas directas de una trama que prefiero no revelar más allá de su premisa pero, víctimas de una inexplicable parálisis, ambos logran con creces llevar la perversidad de Lanthimos y Efthymis Filippou (su co guionista) del desconcierto a la hilaridad. Caso aún más claro es el del joven Barry Keoghan, quien pasa de su desvalido personaje este año en Dunkerque de Nolan, a quizá uno de los antagonistas más memorables y despreciables del 2017 (tomen nota, “villanos” de Marvel y DC).
Lo de Keoghan va más allá de la maldad y se inscribe en la lista de los sociópatas más atemorizantes del cine, mezclando su aparente torpeza social con una constante sensación de amenaza, donde no sabemos si es más peligroso lo que nos muestra que lo que oculta. A esto sumen una sorpresiva resurrección por parte de Alicia Silverstone como su calculadora madre y cada miembro del elenco no tiene desperdicio.
The Killing of a Sacred Deer no es de tan difícil digestión pero sí merece ir preparados. Y aunque es válido decir que Lanthimos no se supera respecto a The Lobster, o que no todo lo que ocurre en su historia necesariamente tiene sentido, lo que sí es verdad es que se trata de una película que no se podrán sacudir con facilidad. Pero, por qué temerle a tremenda sacudida, ¿no es a eso a lo que vamos al cine?
Mamartuile (El Día de la Bandera) de Alejandro Saevich
(**** / *****)
La tarde tranquila de un presidente mexicano (Jacobo Lieberman) es interrumpida por uno de sus Secretarios (José María Yazpik). Una trifulca entre pequeñas naciones ha dado como resultado el nacimiento de un país ahora conocido como Mamartuile y, aunque en lo político o lo económico los riesgos que acechan a México son casi inexistentes, hay un pequeño problema.
La bandera adoptada por Mamartuile no sólo tiene los colores verde, blanco y rojo en esa secuencia como insignia nacional sino que, por si fuera poco, han decidido hacer del águila devorando una serpiente sobre un nopal su escudo. “Nada más porque les gusta”, aclara el personaje de Yazpik cuando su presidente le pregunta las razones detrás de la elección de nuestro escudo como el suyo, condenando que algo se debe hacer al respecto. Pero al estar nuestro presidente más ocupado disfrutando sus últimos días de mandato en la total ignorancia de lo que ocurre afuera de las cuatro paredes que lo confinan (cosa rara en un presidente mexicano… ajá), lo que sigue es sólo la inútil negociación de su Secretario por convencerlo de quizá dejar la pesca o los apacibles paseos rodeados de pavorreales por poner manos a la obra.
El cortometraje de Saevich, aunque breve e inofensivo (el propio director niega cualquier pretensión de comentario político) se mofa de una de las instituciones que más rispidez causa en nuestra sociedad. A esto, sin duda, ayuda la revelatoria actuación de Lieberman.
“Lo quieres abrazar, al cabrón”, dijo Yazpik respecto al trabajo de Lieberman. “La finalidad de esto no era cagarse en los políticos actuales”, continuó. “Finalmente es una fábula y es una sátira que hacemos desde el amor, desde la risa y desde lo relajado. Porque hacerlo desde ahí es muchas veces más fuerte”, concluyó.
“Y es que hacerlo desde el amor sugiere la oportunidad de un mundo mejor”, agregó el director. “Todos es lo que queremos y sí tenemos siempre un futuro mejor… un ‘podríamos ser mejores’”, puntualizó Saevich.
Mamartuile (El Día de la Bandera) (2017) es sin duda anecdótico y nada más, un cortometraje que desde el humor nos enfrenta con el incompetente reflejo de una autoridad inexistente hasta para la tarea más simplona pero que, desde la comedia, invita a la reflexión y la esperanza. Aunque ésta sólo nos dure sus 13 minutos de pietaje
Bzzzz de Anna Cetti y Güicho Nuñez
(**** / *****)
Debo confesar que por Bzzzz (2017) también fui tomado por sorpresa. Como suele suceder con los cortometrajes, salvo el caso de contados festivales como Shorts México, donde es posible verlos en la gran pantalla, llegué a él por la facilidad que te da el FICM de acercarte a ellos vía online. Y es que, habiendo participado recientemente como jurado del premio “La Palmita”, al mejor cortometraje mexicano otorgado por el Tour de Cine Francés, fue la animación mexicana en este formato algo que captó mi atención. No en vano fue el corto animado Poliangular nombrado como ganador.
La historia de Bzzzz es fabulesca, centrándose en la historia de una niña y su fascinación por las abejas, misma que no comparte con el resto del mundo que suele temerles. Lo que los directores consiguen a través de un original trabajo de diseño visual y un buen uso de música folclórica es, en apenas tres minutos, enviar un mensaje de tolerancia y asunción hacia la naturaleza que, aunque breve, es contundente y conmovedor.