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Por Gonzalo Lira Galván / @Gonyz

NOTA: Este texto se publicó originalmente como parte de la cobertura del FICM 2016.

Celdas sobrepobladas, contrabando interno y nula readaptación social son sólo algunos de los problemas que las cárceles nacionales sufren a diario, razón por la cual el director Julio Fernández Talamantes y su equipo optaron por mejor enfocarse en las razones, lejos de las causas, por las cuales estos reprobables fenómenos se han convertido en el principal cáncer de nuestro sistema penitenciario.

Ante la seducción de un grupo de reclusos que conocieron mientras buscaban un objetivo al cual poner frente a sus cámaras e ilustrar el difícil proceso al que se enfrenta un criminal cuando deja atrás las rejas, este joven equipo de documentalistas encontró algo aún más interesante: el crew MPC (Ministros de la Poesía Callejera).

Encabezado por Hones, Rocky y Bullet, este grupo cuyos crímenes van desde el robo hasta el homicidio (y sus respectivas condenas), se caracteriza por ser un crew de raperos cuyas rimas funcionan como una válvula de escape al dolor y la violencia que reprimen durante el encierro. Pero, no obstante la magnética personalidad de los criminales convertidos en músicos y la agresividad impregnada en sus palabras, Fernández Talamantes logra mostrar las grietas que los humanizan, siempre desde una distancia que sirve de barrera para no olvidar las oscuras razones que los privaron de su libertad.

Mexicanos de Bronce (2016) se transforma afortunadamente en un documental que, lejos de glorificar el evidente talento de sus protagonistas, logra encausar el objetivo inicial del cineasta detrás de ella, a pesar de que el análisis de las razones detrás de las pulsiones criminales de sus personajes nunca profundiza, aunque sí logra hacernos reflexionar al respecto. Es así que, dejando más incógnitas que respuestas (y esto no es necesariamente malo en este caso), es exitosa en asumir aquel dicho que dice: ‘Árbol que nace torcido, jamás su rama endereza’.

Si bien en el aspecto técnico Fernández Talamantes y compañía muestran aún deficiencias como problemas de post producción en audio, evidentes carencias en el equipo de video utilizado al inicio de la filmación y recursos narrativos innecesarios (un split-screen que aparece en una escena pivotal y que nunca tiene justificación o consecuencia), la película revela una evolución natural surgida de los seis años que les tomó completar el proyecto y que hasta la escena final se guarda un gancho al hígado que, aún días después, resuena por la desesperanza que poderosamente contagia en su lograda resolución.