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Por Alberto Acuña Navarijo / @LoungeYMartinis

Nombres que se borran. Rostros que se van deformando en la memoria. Rutinas que se ven asaltadas. Sensibilidades que menguan. Son preocupaciones que tuvo el director Hari Sama al realizar el cortometraje documental Ya Nadie Toca el Trombón, en el cual busca abordar el episodio de Ayotzinapa despojándolo de cifras, discursos políticos, desencuentros, para regresar a lo básico, ¿quién era Cutberto Ortiz Ramos, uno de los normalistas desaparecidos?

A propósito de que este 26 de septiembre el cortometraje podrá verse de forma gratuita en 70 medios y plataformas como forma de recordatorio de que se cumplen 4 años de opacidad en el caso, iniciativa a la cual se une Cinema Móvil, charlamos con el cineasta acerca de cómo uno se puede reflejar en el otro, en su día a día, en sus deseos, en sus pequeños placeres, como puede ser tocar un instrumento en la banda del pueblo.

-Es sabido que Ya Nadie Toca el Trombón se desprende de la película colectiva Ayotzinapa 26, la cual tuvo una pequeña serie de proyecciones especiales hace un par de años. ¿En qué momento tomas la decisión de darle una segunda vida, proponiendo nuevas lecturas y pensando en otros alcances?

“Desde que nació el proyecto, en Amnistía Internacional, quienes son sus auspiciadores, tenían una serie de reglas y una de ellas era que cada cortometraje debía de tener cierta duración y en mi caso me acoté bastante y la duración no creo que hayan sido más de cuatro minutos. Pero siempre sentí que Ya Nadie Toca el Trombón daba para más, entonces desde que me invitaron les dije ‘Ok, pero me gustaría tener la libertad de difundir el cortometraje de manera independiente ya con la duración que tenga que dar’ y aceptaron sin problemas. El alcance de Ayotzinapa 26 a nivel espectadores no fue muy grande entonces nos quedamos siempre con esa inquietud de poder utilizar nuestro trabajo porque finalmente lo que a mí más me interesaba no era tanto hablarle a la gente del cine o del arte porque la mayoría está muy involucrada en el tema, sino que llegara a otras personas, aquellas que quizá lo ven como algo que está ocurriendo allá a lo lejos y que generan estas voces que he escuchado tanto: ‘Es que estos chavos eran revoltosos’ / ‘Se lo buscaron’ / ‘Se lo merecían’ y que me parecen de las mayores aberraciones porque justamente esta pasividad que tenemos como sociedad es lo que nos está llevando al matadero”.

-El caso de Ayotzinapa finalmente acabó convirtiéndose en una simple cifra, en una fecha, en un suceso distante y etéreo visto con frialdad…

“¡Exacto, eso es justo contra lo que estoy luchando, eso es lo que está intentando hacer mi cortometraje! Esas voces no se ha dado el trabajo de entender ‘Bueno, ¿qué onda con Ayotzinapa? ¿Qué es eso? ¿Por qué esa escuela normal funciona como funciona?’, todo es un fractal que se repite en toda la república. Parafraseando a una madre, no una de los 43 estudiantes pero sí otra madre que vive en la sierra ‘Yo insistí que mi hijo fuera a la normal de Ayotzinapa porque no quería que me lo reclutara el narco’, esa es la realidad que se vive, nada más hay dos opciones. Existen una serie de fenómenos sociales terribles que han hecho que muchos puntos de nuestra república vivan en un estado de dolor que no se vale”.

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-Y aquí estamos hablando de rescatar un nombre, devolverle su humanidad y regresar la mirada a una comunidad que en apariencia nos es ajena.

“Desde que me invitaron sabía, por el tipo de intereses que yo tengo en el cine, que necesitaba encontrar a un chico que de alguna manera proyectara en mí un lado humano importante, que me conmoviera. Entonces a la hora de estar leyendo por ahí de la décima biografía dentro de la investigación la cual duró un mes, me topé con Cutberto Ortiz Ramos y me encontré con un chico muy alegre de quien hablan de una manera muy amorosa todas las personas que tenía a su alrededor, que le gustaba Bob Esponja, que lo imitaba muy bien y hacía reír a la gente. Pero además, que tenía una relación muy especial con su abuela y que quiso ser músico, dos aspectos que comparto, entonces sentí un espejo y me interesó conocer más de él y me lancé a la comunidad, precisamente a intentar darle un rostro a las cifras, entender quién es esta gente de la que se habla tanto en los medios. Ya cuando habla la abuela y dice ‘Yo veía el futbol con él y nos hacíamos un cafecito’ uno exclama ‘¡Yo también hacía eso!’”.

-El título de tu cortometraje aboga por la esperanza, la resistencia. Pero también habla de pesimismo, de incertidumbre, de un regreso que se ha ido alargando.

“Quizás es más fácil cuando lo vemos desde afuera, que en efecto, está muy complicado que Cutberto vuelva. Pero me parece que el hecho de que un gobierno te prive de un ritual tan indispensable como es el enterrar a tu ser querido, de algo tan delicado como es el proceso de duelo, que es lo que se ha estado haciendo, es gravísimo y atroz, porque además se sigue negando la co-participación del Estado de una situación que se salió de las manos, se sigue hablando de secuestro y no de desaparición forzada.

Siento que de alguna manera México está todavía en una etapa de neurosis, que no puede empezar un proceso de rehabilitación porque no termina de aceptar su problema y que no se ha dado cuenta que este le impide funcionar correctamente como ser humano. Debemos de comenzar a entender dónde estamos parados y de qué manera podemos participar como sociedad civil, porque es inadmisible escuchar por ejemplo acerca de los tres estudiantes de cine ‘Es que se equivocaron de lugar para filmar’, ¡no, cabrón, es una justificación absurda!

Creo que hay muchas cosas todavía por aprender y aceptar, quizá el hecho de que en este momento ya nadie toque el trombón en la banda del pueblo tiene que ver con que no se ha llegado a la verdad y a la justicia; es probable que después de un verdadero proceso de duelo alguien pueda llegar, no a sustituir a Cutberto, pero sí a restaurar un poco el orden”.

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– Ya Nadie Toca el Trombón es una mezcla entre el documental testimonial y el observacional.¿Cómo fuiste estructurando esta narrativa?

“Me interesaba mucho que el cortometraje se metiera debajo de la epidermis, tanto de quienes son entrevistados como de quienes lo ven y en ese sentido pensé que era más interesante que las entrevistas estuvieran en off y más bien sostener la mirada de los entrevistados a cámara, tratar que el alma de estas personas nos comunicara lo que luego comunican en palabras y entonces eso ya fue una primera forma de estructurar la pieza. Me atraía conocer lo más cotidiano: ‘Bueno, ¿qué hacen en las mañanas?’ ‘Venimos aquí a cortar maíz» / ‘Ah, ¿y Cutberto les ayudaba?’. Era todo muy intuitivo, concentrándome en encontrar justamente esas ausencias permanentes en la vida de toda la comunidad.

Y luego fueron pasando cosas mágicas, no mágicas tipo Walt Disney, sino humanas, profundas e intensas como el hecho de que el papá tiene una relación complicada con uno de los hijos y este hijo está en un estado de enojo importante y se siente juzgado por la comunidad y que sin embargo tiene una postura muy específica respecto a la desaparición de su hermano. Fueron cosas que no me esperaba y que terminaron permeando en el documental”.

-Platícame acerca del aspecto sonoro de tu cortometraje. ¿Fuiste imaginando cómo se escucharía un pueblo que se encuentra deprimido o te inspiraste más en las imágenes que te fuiste cruzando en la sierra?

“Tenía ganas de seguir explorando algo que encontré en Sunka Raku: Alegría Evanescente que era una no música que va generando una potencia emocional pero no de una manera narrativa sino muy atmosférica, entonces invité a Darío González Valderrama con quien he trabajado en mis películas anteriores para que encontráramos ese tono y él halló esa atmósfera, no sé si mística sea la palabra, pero lo cierto es que dentro de lo realista que tenía que ser el cortometraje, sí buscaba que te construyera un estado un poco distinto a la de la vida cotidiana para lograr entrar en el espectador literalmente hacia regiones más delicadas de nuestra forma de ver las cosas”.

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-El duelo, el perdón, la luminosidad hallada en los pequeños gestos humanos, son temas que han caracterizado parte de tu cine, como en El Sueño de Lu o la mencionada Sunka Raku. ¿Cómo continuar abordándolos pero siempre desde otras aristas?

“Como dicen los maestros zen, existe el tema que es la vida y la muerte, y a mí como cineasta y como ser humano que ha perdido gente importante a través de su vida me parece que ahí se ofrece una oportunidad de reflexión muy profunda que nos lleva, no necesariamente a entender pero sí a transfigurar uno de los dolores más significativos que se pueden experimentar en este plano de conciencia. Entonces es algo que me interesa mucho seguir investigando y elaborando en mi cine: el duelo, el dolor, las cicatrices de infancia, cómo ocurren y que se puede hacer con ellas en la cotidianidad, la posibilidad de la compasión y la delicadeza en ambientes de violencia extrema, como ocurría en Despertar el Polvo. Son las grandes preguntas que me han apasionado y seguirán haciéndolo, creo que por un rato largo”.

A continuación, gracias a la iniciativa de Catatonia y Calouma Films, puedes ver de forma gratuita Ya Nadie Toca el Trombón. https://www.youtube.com/watch?v=C3f4k9H6lZc&feature=youtu.be