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cinema movil magical girl posterEn el aula de una escuela secundaria somos testigos de un momento incómodo con el que seguro muchos nos sentimos identificados: durante una clase, el profesor le exige a una chica que le muestre la nota que recién compartió a escondidas con un compañero. La chica no se niega y la entrega a su profesor quien, retador, le pide que la lea en voz alta. La nota se refiere a él como un «cara de cerdo», lo cual de inmediato lo hace enfurecer. Cuando el maestro le pide a la chica que se la entregue, ella responde que no puede, obligándolo a preguntar el por qué. “Porque no la tengo” responde ella mientras, al abrir su mano, revela que está vacía.

En escasos dos minutos, Magical Girl nos tiene agarrados por la yugular con sus desconcertantes personajes y su minimalista estilo narrativo y visual que, junto a su energética selección musical, su cruel sentido del humor y sus efectivas actuaciones, nos mantiene intrigados.

Su director Carlos Vermut, parte de una interesante corriente de cineastas españoles independientes como Juan Cavestany (El Asombroso Mundo de Borjamari y Pocholo) o David Sainz (Obra 67), posee un estilo y bravura sólo concebible sabiendo que se trata de un impulsor del cine DIY y low cost. Magical Girl se caracteriza por planos fijos pero no monótonos, de una exuberancia estética y geométrica que recuerdan la obra de Wes Anderson (predominan los pastel), pero con una malicia en su argumento digna de Michael Haneke.

Después de senda secuencia inicial, Vermut nos presenta a Luis (Luis Bermejo) y a su hija, una otaku pre adolescente obsesionada con hacerse del vestido que usa su personaje de manga favorito. Tratándose de un pequeña con una enfermedad terminal, lo que en otra situación parecería un irracional capricho, aquí se convierte en el detonante de una serie de acciones desesperadas de su padre por hacer el sueño realidad.

Entre esta desesperación (que provoca vender libros por kilo, pedir préstamos a personas del pasado o fantasear con la idea de robar una joyería), Luis se topa por coincidencia con la desgraciada vida de Bárbara (Bárbara Lennie, en una soberbia actuación que le valió el Goya), quien pronto se verá involucrada en una cadena de chantajes que la llevan a lo más oscuro del mundo de la prostitución en su país.

Vermut no escatima en flagelar al espectador con una historia tragi-cómica de exquisitos resultados, pero tampoco se distrae en los sórdidos detalles de un universo que, con elegancia y desde la superficie, decide hipnotizarnos con líneas temporales entre las que sus personajes van y vienen a discreción. Gracias a un guión preciso, nos cuenta las razones y consecuencias de los actos que en pantalla no hacen más que infectar de patetismo a sus erráticos protagonistas.

Revelar más sería estropearles el hallazgo que es la obra de Vermut. Algo sí puedo asegurarles: cuando cobra sentido la existencia de la primera y poderosa escena, descrita al inicio del texto, el director los tendrá ya sorprendidos con la que es una de las mejores películas españolas de los últimos diez años. Imperdible.

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